El sorpresivo anuncio de las autoridades sobre la necesidad de una tercera inmunización contra la COVID-19, ha desatado una oleada de rumores que en realidad solo aportan un caldo de cultivo a la incredulidad de quienes estiman las vacunas son un proyecto nocivo. Es pertinente deplorar algún nivel de exceso de protagonismo en las autoridades, cuando se adelantan a anunciar una medida de esa naturaleza sin buscar de modo previo el consenso del sector salud especializado no oficial, como el Colegio Médico, y sus sociedades de Infectología, Epidemiologia, Neumología, Cardiología y Pediatría. Somos los pediatras los más vinculados a todo proceso de vacunación.

Es un tema muy delicado, por lo tanto se debe actuar con mucho tacto para no introducir elementos que estimulen infortunadas suspicacias. Por encima de todo debe prevalecer que la efectividad inmunológica de las diferentes vacunas contra la COVID-19 aprobadas por la OMS está demostrada, lo que está por definirse es el alcance del periodo de inmunización o protección. Esto último es lógico, porque la patología tiene un año y medio de vida y en la urgente elaboración de las vacunas los parámetros que fueron priorizados son su efectividad y descartar posibles reacciones secundarias. Reiteramos, ambos parámetros han evidenciado su seguridad con creces. Bajo ningún concepto deben desvirtuarse los conceptos ya totalmente aceptados con  la vacuna de la COVID-19, como la producción de una inmunidad de 50 a 95% dependiendo el tipo de vacuna.

Dentro de la farmacodinámica para  determinar de modo exacto el tiempo de duración de la inmunización, acogiéndonos a las reglas convencionales significaría que todavía estaríamos en el tiempo de espera, y la COVID-19 se estuviera sirviéndose a sus anchas desarrollando sin límites el genocidio ecuménico desatado desde el año pasado. Con una amplia anuencia se estima que hasta ahora la máxima efectividad de la vacuna se puede extender de 6 a 8 meses, lo demás está por demostrarse. Por eso, la fase tres de inmunización está en proceso de comprobación en países con estructura para la investigación sanitaria.

La Pfizer desde abril anunció la posibilidad de una tercera vacunación. Chile donde se aplicó en gran proporción la Sinovac (que ha prevalecido en nuestro ambiente) está contemplando una tercera inoculación, pero se está realizando una investigación de campo para determinar la carga inmunitaria en la población con las dos dosis aplicadas y también  la  potencialización con el uso de otra vacuna diferente como la Pfizer, diseñada en base al ARN mensajero y la Sinovac con el tradicional virus atenuado. Aquí no se ha anunciado ningún estudio similar. Además las metas deben estar claras, definir si la prioridad es vacunar con las dos dosis convencionales hasta el momento a por lo menos el 70% de la población o lanzarnos a una inmediata tercera tanda de vacunaciones sin haber agotado el objetivo primario. Aunque no lucen incompatibles, el esfuerzo sería abrumador, sabemos que una porción del sector reacio a vacunarse lo hace amparado en creencias aberrantes en ocasiones con tendencias delirantes.

No se discute nada nuevo, se conoce desde tiempos ancestrales que la inmunidad por vacunas puede ir disminuyendo, es indiscutible  que  necesitan dosis de refuerzos, la vacuna de la COVID-19 no puede ser una excepción. Por ejemplo el toxoide tetánico aún diez años después se requiere una dosis de refuerzo, y la vacuna de la influenza debe ser anual. En el momento actual se vive una emergencia mundial y es sobre la marcha que se deben resolver todos los aspectos de su actividad inmunológica como su tiempo de duración.

Está comprobado que en medio de las catástrofes de modo paradójico la medicina avanza, porque se flexibilizan  requisitos rigurosos para facilitar la atención de emergencias de pacientes, en el discurrir de grandes guerras aparecieron: las ambulancias, las transfusiones, la penicilina, antitetánica, diversos procedimientos quirúrgicos y de antisepsias, etc.  Muchos de estos avances fueron desarrollados en medio de ardorosas polémicas. Las vacunas no escapaban a estos cuestionamientos, incluyendo algunas como la de viruelas, que con más de 100 años de vigencia entre otros lugares fue impugnada en nuestra sociedad durante la primera intervención militar norteamericana, cuando en 1918 se presentó una epidemia de viruelas y se contaminaron algunos vacunados, se llegó a sacar una copla exhortando a la población a no vacunarse:

Hombres, niños y mujeres

no se dejen vacunar:

porque la vacuna tiene

el microbio de matar.110

 

Sin embargo hoy en día la viruela es la única enfermedad que el hombre ha podido desterrar de manera definitiva con vacunas. En relación al polio primero se puso en vigencia la vacuna de virus muertos descubierta por Jonas Salk en la década el 50, más tarde Albert Sabin descubrió la de virus vivos (con mayor cobertura inmunológica). Ambos desarrollaron un enconado e inoportuno debate público, que en momentos puso en peligro la credibilidad de una vacuna tan oportuna como la del polio.

El tema de las inmunizaciones siempre será delicado. Debemos agradecer al desarrollo de las técnicas biomédicas, que han permitido no debamos esperar 10 a 15 años para lograr una vacuna efectiva contra la COVID-19. No obstante se debe proceder con claridad en los aspectos del desarrollo de este complejo proceso para no llevar el desconcierto a la población y lograr cubrir la meta de un alto porcentaje de vacunados para unirnos a aquellas sociedades que hoy gozan de inmunidad de rebaño por vacunación y poco a poco vuelven a la anhelada vida cotidiana del pasado. ¡Hablemos claro por favor!