Un hecho poético que implica la representación estetizada de la realidad y lo imaginario, conduce a interpretar lo social como un universo de formas verbales donde lo épico lo lírico adquieren su funcionalidad junto a lo específico de la creación poética. La socialidad en la poesía dominicana se define desde la modernidad poética, entendida como práctica estética en los poetas independientes del 40.

Estos poetas no se constituyen (e insistimos en este argumento), como un movimiento o una escuela con reglas o manifiesto que especifique su visión particular de la poesía. Se les denomina como tales porque su práctica poética se instituye desde la forma y libertad donde lo individual se caracteriza en lo poético, en tanto que aceptación del compromiso individual con la realidad local y social, siendo así que el estilo textual adoptado, implica una mímesis y una poíesis cualificadas en el paisaje, la socialidad y la espiritualidad dominicanas.

La inscripción épica constituye en este caso la representatividad de contenidos criollos significativos en el espacio de la tradición poética moderna dominicana. La conjunción de lo étnico, lo popular y lo mítico, hacen patente una variedad estilística que, al interior del poema, pretende resemantizar el cosmos poético dominicano e insular  Tal es el caso de Tomás Hernández Franco en su poema Yelidá; como ya hemos señalado, dicho texto particulariza los niveles fundamentales de la creación, adoptando el cuerpo mítico de la sociedad poetizada en el rito del nacimiento etnosimbólico. Lo épico es en este poema, una resonancia y una modulación de ritmos construidos sobre la base de los elementos sincréticos que convocan las creencias históricas y poéticas.

En autores como Pedro Mir y Manuel del Cabral, la intensidad  épica y el aliento social tipifican una nueva concepción de lo caribeño, donde la dominicanidad es el personaje principal en la travesía asumida por el poeta. Así las cosas, Compadre Mon y Hay un país en el mundo constituyen la definición del compromiso poético a partir de órdenes que denuncian un campo de visión político-social en el cual la identidad y lo nacional permanecen como estructuras y contenidos verbales individualizados en el sujeto cultural y el movimiento épico-lírico del poema.

Con Héctor Incháustegui Cabral se unifica una perspectiva donde lo social, lo místico y lo lírico alcanzan un grado de representatividad integrado a la expresividad del poema. Lo dominicano se reconoce como elemento particularizador de la realidad, el paisaje, lo originario y lo trascendental. Su poema “Canto triste a la patria bien amada”, constituye la apertura marcada bajo el compromiso de una nueva lectura de la realidad social, una figuración de la realidad imaginaria y una ontología poética cuya expresión será típicamente local y universal. Lo dominicano se pronuncia como la expresión constituida en una libertad existencial e ideológica.

Puede decirse que para los llamados Independientes del 40, la inversión y el tratamiento de la socialidad se reconocen en los principios de una creación poética asumida como unidad visible y como testimonio. Los ritmos y movimientos épicos y líricos acentúan una totalidad e individualidad de lenguaje que marcan, en este tipo de poesía, la renovación desde el estilo y La concepción de una forma particular de pensar lo poético y de constituir el verso en sus inflexiones y estructuras.

Así pues, podemos decir que a partir del Postumismo, comienza la verdadera transformación de la poesía dominicana. Se unifica lo nacional como un reencuentro con el lenguaje y el espacio local que aglutinan los elementos participantes de lo identitario y lo planetario. La poeticidad como cualidad manifestativa, acentúa desde el punto de vista estético lo social y lo verbal, provocando  efectos ideacionales, metafóricos y simbólicos  en el poema.

Se articula en el Postumismo una estética de la unificación entre América-mundo, espíritu-materia, lenguaje-sociedad, vida-muerte, y convergencia-divergencia. Estas oposiciones con- forman el cuadro de una poética en libertad, donde lo dominicano habrá de expresarse como lenguaje-mundo. Esto puede observarse también en la obra de Domingo Moreno Jimenes  en Su majestad la Muerte, El poema de la Hija Reintegrada, El Haitiano y Harmonía.

Una actividad teórica y estética es destacable en la revista “El Día Estético”, así como en sus manifiestos postumistas, donde por primera vez se declara y se reconoce una estética y una poética con el hombre y su libertad. Es prudente destacar que el Postumismo como expresión nueva se proyecta en el contexto de la literatura caribeña, a partir de un lenguaje cuyos elementos pretenden fundar un cosmos poético local, pero también universal, así como una nueva visión del imaginario filosófico dominicano (Ver Siete vías poéticas, El poemario de la cumbre y el mar).