El barco se acercaba lentamente al puerto de Santo Domingo, el océano quedaba atrás y las angustias de la travesía aumentaba la rabia de los tripulantes de abajo que como mercancía tenían meses siendo testigos de la muerte y la humillación.  No hubo ningún reparo para escaparse y correr sin mirar atrás hacia las montañas cuyas sombras en el horizonte anunciaban libertad. Y no se imaginó que al escapar iniciaba la creación del alma cultural de lo que hoy es la República Dominicana. 

Fue el primero que huyó en 1502, el primer cimarrón en el “Nuevo Mundo” que caminó entre los montes, cruzando ríos, cortando la maleza, escalando la montaña para construir su propia historia. Miles siguieron y los manieles crecieron en todos los puntos de la isla.   

La naturaleza virgen fue el lienzo en donde se dibujó la criollización, el espacio geográfico se convierte en un espacio social y cultural de colores antes no existentes que crean lo nuevo. En las montañas se mezclan las ideas, códigos, estructuras y estilos de vida de ladinos, bozales y taínos adquiridos en sus vidas antes de escaparse del yugo colonial.  

Ya no son africanos, ni ladinos ni bozales de diferentes etnias, ya no son taínos sino que se enganchan en un proceso de criollización racial, social  y cultural. Este nuevo espacio social fue el embrión de la música, religión, estructura comunitaria, gastronomía y conducta social de nuestro país. La tambora criolla y la tambora africana  que atormentaban a los amos cuando  escuchaban sus sonidos desde la distancia, son las mismas tamboras que hoy tocan merengue y tocan palos en las celebraciones religiosas. El guiro taino vino a ser el guiro de hoy. La oración a la virgen se convierte en Salve.  

El requiem eterno adonai dom en la oración medieval en Latin hoy se escucha en los funerales y velaciones en los campos del país. Los santos catolicos se bautizaron con nombres africanos y tainos. Los rezadores hoy repiten las mismas oraciones, reparten el pan y el vino en las Horas Santas como los prêt-savanne de hace 500 años.  Los teses, botellas, tisanas que hoy nos curan de tantas enfermedades nacen en el lugar donde los médicos no existían sino el curandero. En los manieles, cada familia contaba con un conuco, ahí se cultivaba el plátano, guineo, yuca, batata, molondrón y otros vegetales. De la cosecha del conuco se hacía pan de batata, pastel en hoja, el chenchen, guandules con leche de coco, la arepa, entre otros.  

El lenguaje se enriquece con los que llamamos dominicanismos que incluye palabras de origen africano y taíno, también pronunciamientos, coloquialismo y entonaciones. Cucutear, chichigua, kalembo, feferes, mangú, ñañara, bembetear, kanbumbo, champola son palabras de origen africano. 

Los cimarrones reclamaron su autonomía de la opresión colonial y con esto afectaron negativamente la economía y el equilibrio político de la colonia española. En el 1531, una carta oficial le dice al rey que la colonia estaba en riesgo de ser ganada por los cimarrones, en otras cartas los colonos escriben que tienen que andar en grupos por miedo a ser atacados. El peso del cimarronaje sobre los colonos hizo que muchos abandonaran la isla y se podría decir que el cimarronaje fue un elemento importante en el deterioro de la colonia en el siglo dieciséis. 

A pesar de la importancia del cimarronaje en el presente dominicano, como hace 500 años los españoles lo intentaron frustrar, hoy también se borra de la historia y del imaginario nacional.  

Ya es hora de deshacernos de la mentira que nos hace identificarnos como  una país  en el  cual se silencian las voces africanas y se crea la noción de una nación de blancos. La “ideologización de la identidad” (término usado por Carlos Andujar) ha conformado una forma de identidad nacional amorfa y ficticia.  

Es hora de rescatar nuestro cimarronaje.