“La poesía, como la filosofía (…) es contemplación (…) es una actividad anfibia (…) que  participa en las aguas movientes de la historia y de la limpidez del movimiento filosófico, pero que no es ni historia ni filosofía. La poesía siempre es concreta, es singular, nunca es abstracta, nunca es general” (Octavio Paz).

La poesía nace de mis preocupaciones sociales por las cosas del hombre y sus enredos, y mi pasión por la naturaleza;  una me remite a las otras. Ellas se alimentan y se sostienen, respondí a la periodista amiga que me entrevistó recientemente, buscando encontrar los lazos entre mi poesía y el quehacer ecológico. No niego esa coincidencia con Platón en lo dicho: “poeta es aquel que ve con asombro aquello que los demás ven como costumbre”.

Creo que es la pasión, como decía Blas Pascal en “logique du coer” (el corazón tiene razones que la razón no entiende), aquello que nos mueve en la escritura poética y la defensa del ambiente. Esa certeza de sentirnos y vernos como ecosistema, dependiendo de la relación de sus componentes, la inter-relación, conexión e inter-conexión, dependencia e interdependencia, interacción, reciprocidad, intercambios que nos llevan al asombro, sin que perdamos esa capacidad por mucha tecnología que manejemos, tanta ciencia que generemos, ni por el alto nivel de consumo que tengamos.

El asombro es la mirada que nos nutre, que nos vuelca y nos conecta con la ternura. Es el respeto por lo diverso, lo diferente a nosotros, que nos libra de verlo todo con el carácter de la uniformidad, lo homogéneo que es tan desastroso. La ternura es la savia del amor, refiere Boff, es el cuidado sin obsesión, en donde no se busca ventajas de dominación, es el cuidado que damos a las personas y las cosas en sí mismas. Con acierto, debemos “hacer la revolución de la ternura”, le dijo el papa Francisco a los obispos en Rio de Janeiro. Ese es un mandato hermoso también para los poetas y los ecologistas!

Otro día 5 de junio, día mundial del medio ambiente, con una tierra enferma y saqueada, nos pasa desapercibido, sin haber promovido la re-conexión, religación con la naturaleza, la nueva espiritualidad que conduce el  nuevo caminar, el nuevo paradigma. La espiritualidad no es vida simplista, ni escapismo pendejo, ni vida sosegada sin compromiso. Por el contrario, “Espiritualidad viene de espíritu; es el cultivo de lo que es propio del espíritu, su capacidad de proyectar visiones unificadoras, de relacionar todo con todo, de conectar y reconectar todas las cosas entre sí y con la fuente  originaria de todo ser… Si el espíritu es relación y vida, su opuesto no es materia y cuerpo, sino la muerte como ausencia de relación. En este sentido, espiritualidad es toda actitud y actividad que favorece la expansión de la vida, la relación consciente, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia como modo de ser, siempre dispuesto a nuevas experiencias y a nuevos conocimientos” (Leonardo Boff). Gracias a ella, podremos identificar sin perturbación la enfermedad como una fractura, ruptura, desunión  de esta totalidad unificadora, y la curación como la reintegración, retorno armónico en ella, a fin de vivir con una espiritualidad ecológica, a modo de poesía, que no es más que encontrar la esencia de la realidad, descubriendo el tiempo y sus interrogantes”, como señala Pedro Salina