(A unos liceístas de bachillerato que aspiran a ser poetas)
En mi actividad diaria como escritor, crítico, profesor universitario y publicador de libros me encuentro siempre con jóvenes, hembras y varones, estudiantes de liceos o de universidad que me preguntan qué es la poesía y cómo se llega a ser poeta y me confiesan que les gusta la literatura, que si entran a un taller literario, que cuáles libros deben leer, que las definiciones de poesía que encuentran en los libros de textos, en las antologías y las historias literarias no les satisfacen y les dejan más confundidos de lo que estaban.
Y no es para menos. Casi todos los manuales, historias literarias, antologías y libros de críticos literarios definen la poesía afirmativamente y parten, inconscientemente, de la definición que nos legaron Platón y Aristóteles; sobre todo de este último que nos dejó una preceptiva en dos libros: Retórica y Poética. Desde aquella lejana época hasta el día de hoy, la poesía es imitación, sin importar lo que se imite. Por el otro lado, la poesía es inspiración de la divinidad a través de las musas; y, finalmente, la definición que tiene curso legal entre los mismos poetas desde el romanticismo hasta hoy: la poesía es un estado del alma a través del cual el poeta reproduce los sentimientos y las emociones propias o ajenas comunes a la universalidad de individuos que pueblan nuestro planeta y el poeta, para expresarse, lo hace a través del uso de un “instrumento” llamado lenguaje o lengua, que para él y la opinión son sinónimos.
Lo dicho hasta este instante es pura definición afirmativa. Pero a estos liceístas de bachillerato y a cuantos lean estas líneas, para que no sean inconscientes miembros del partido del signo, les copio a continuación algunos párrafos de la definición de lo que no es la poesía, pues esta se define siempre por su negatividad, menos que por su afirmación. Las definiciones negativas las aporta Henri Meschonnic en un libro que publicó en Santo Domingo en el año 2000 (agotado ya hace tiempo y que solo aparece en bibliotecas), pero que pronto aparecerá una segunda edición de esta obra titulada Crisis del signo. Política de del ritmo y teoría del lenguaje.
Las definiciones de la poesía desde la negatividad las ofrece Meschonnic en el capítulo de su libro titulado “Manifiesto para un partido del ritmo” y yo las llamo “los rechazos de Meschonnic a la definición de la poesía”. Dicen así, tales rechazos, y están dirigidos a quienes deseen salir de las definiciones afirmativas y quieran salirse del partido del signo y entrar al partido del ritmo:
«Un poema está hecho de hacia dónde se va y no se sabe y de lo que abandona y es vital conocer.
«Por un poema, hay que aprender a rechazar, a trabajar una lista completa de rechazos. La poesía cambia solo si se la rechaza. Como el mundo no cambia sino gracias a quienes lo rechazan.
«Dentro de mis rechazos, está: no al signo y su sociedad. No a esta pobreza hinchada que confunde el lenguaje y la lengua, y solo habla de la lengua sin saber lo que dice, de una memoria de la lengua, como si la lengua fuera un sujeto, y de una relación de esencia del alejandrino con el genio de la lengua francesa. No olvide respirar las doce sílabas completas. Téngase el corazón métrico. Mitología que no es extraña al regreso jugado por lo lúdico a la moda de la versificación académica. Y si fuera para provocar la risa, se ha fracasado. Ya Aristóteles reconoció a aquellos que escriben en verso para esconder que no tienen nada que decir.
«No al consenso-signo, dentro de la semiotización generalizada de la comunicación mundial.
«No a la fraseología poetizante que habla de un contacto con lo real. A la oposición entre la poesía y el mundo exterior. Que solo conduce a hablar de. Enumerar. Describir. Nombrar, aún. No es el mundo el que está ahí, es la relación con el mundo. Y esa relación la transforma el poema. Y la invención de un pensamiento es ese pensamiento.
«No, la poesía no está dentro del mundo, ni dentro de las cosas. Contrariamente a lo que han dicho los poetas. Imprudencia en el decir. Ella solo está en el sujeto que es sujeto en el mundo y sujeto en el lenguaje como sentido de la vida. Se había confundido el sentimiento de las cosas y las cosas mismas. Esta confusión entraña el nombrar, el describir. Ingenuidad castigada de inmediato. La prueba, si hace falta: que la poesía no está dentro del mundo reside en que los que no son poetas están ahí dentro como los poetas, y no escriben un poema. Un caballo le da la vuelta al mundo y no deja de ser caballo.
«Vivir no basta. Todo el mundo vive. Sentir no basta. Todo el mundo es sensible. La experiencia no basta. El discurso acerca de la experiencia no basta para que haya un poema.
«No a la ilusión de que vivir precede el escribir. Que ver el mundo modifica la mirada. Es todo lo contrario: la exigencia de un sentido que no existe, y la transformación del sentido a través de los sentidos cambia nuestra relación con el mundo.
«Si vivir precede el escribir, la vida es la única vida, la escritura es solo literatura. Y eso se ve. Al menos hay que aprender a reconocerlo. La enseñanza debería servir para esas cosas. No al ver confundido con el oír. Algunos poetas creyeron que hablaban sobre la poesía apuntando todo hacia el ver, el mirar. Falta de sentido del lenguaje. Las revoluciones del mirar son efectos, no causas. Una manera de hablar que enmascara su propio impensado. La oposición fuerte se desliza entre el pensamiento a través de los estereotipos, y pensar su voz, tener su voz dentro del pensamiento
«No al rimbaldismo que ve a Rimbaud-la poesía en su salida fuera del poema.
«No cuando se opone interior y exterior, lo imaginario y lo real, esa evidencia aparentemente indiscutible. Ella impide pensar que somos únicamente su relación.
«No a la metáfora confundida con el pensamiento de las cosas, cuando es solo una manera de dar vueltas a la noria, lo bonito, en vez de ser la única manera de decir.
«No a la separación entre el afecto y el concepto, ese estereotipo del signo. Que produce símil-símili-poema y también símil-símili-pensamiento.
«No a la oposición entre individualismo y colectividad, ese efecto social del signo, ese impensado del sujeto, del poema, que da vuelta a la literatura, a la poesía como juego de sociedad, esa cantilena cantaleteadora de la renga –esos pretendidos poemas hecho entre muchos–.
«No a la confusión entre subjetividad, esa sicología, donde el lirismo queda aprisionado, esos metros a los que se les obliga a cantar, y la subjetivacióin de la forma sujeto que es el poema.
«No, no cuando se opone, muy cómodamente, la transgresión a la convención, la invención a la tradición. Porque existe, desde hace mucho tiempo, un academicismo de la transgresión tal como existe un academicismo de la tradición. Y porque, en los dos casos, se opone lo moderno a lo clásica, mezclando lo clásico a lo neo-retro, y en los dos casos se ha desconocido el sujeto del poema, su invención radical que en todos los tiempos ha sido el poema, y que remite esas oposiciones a su confusión, a su impensado, el que enmascara lo efímero del mercado.
«No también a la facilidad que opone lo fácil a lo difícil, la transparencia a la oscuridad, porque ella identifica lo fácil con los hábitos del pensamiento. No a los estereotipos sobre el hermetismo. El signo obra mucho aquí al grado de irracionalizar su propio impensado, al que convierte en efecto oscuro. Es su claridad la que es oscura. Como la claridad francesa. Pero al poema no se le pega ese viejo puñetazo.
No a la poesía como calco del poema, porque se convierte intención de inmediato. Poesía. Que solo desemboca en literatura. La poesía de la poesía no es más poesía si no porque el sujeto filosófico no es el sujeto del poema.»