(A unos liceístas de bachillerato que aspiran a ser poetas)
A ti, liceísta de penúltimo y último año de bachillerato; a ti tallerista de universidad o de barrio, que vives en la Capital o en provincia, van dirigidas estas reflexiones acerca de lo que es un poema, de lo que no es la poesía, con el objetivo de que comiences a pensar seriamente en lo serio que es el oficio de escribir poemas, cuentos, teatro, novela, ensayo literario, normados todos estos textos por una forma-sentido llamada ritmo, que otra cosa no es sino «el movimiento del habla en el lenguaje» hecho discurso.
Con el objetivo de que te tomes en serio la molestia de investigar, por lo menos del siglo XIX hasta hoy, lo que fueron los movimientos literarios llamados romanticismo, parnasianismo, simbolismo, naturalismo, socialismo o realismo literario a partir de Saint-Simon, modernismo a partir de Rubén Darío, y para tú país, que estudies a fondo lo que fueron esos movimientos en nuestra literatura y quiénes fueron sus representantes, además de los cultores dominicanos de tales movimientos y con énfasis en el postumismo de Moreno Jimenes y Andrés Avelino, en La Poesía Sorprendida y el surrealismo, en los Independientes, en Los Nuevos, en la llamada Generación del 48 y la Generación del 60, la de Postguerra y las que vinieron después hasta culminar en el siglo XXI.. No para que copie o imite a esos autores, sino todo lo contrario, y a la luz de estas reflexiones de Meschonnic que te he ofrecido en estas tres entregas, establezca las diferencias de esta nueva poética con respecto a todos estos movimientos y tendencias.
Estudia y luego compara cómo definía cada uno de estos movimientos y tendencias el valor literario: si este era determinado en virtud de la forma o el contenido, en virtud de la belleza o la musicalidad, o en virtud de la rima o en virtud de la cantidad de sílabas de cada verso, o de alguna otra fórmula extraña al texto mismo (sea poema, cuento, novela, teatro).
Y estudia y compara también si esa forma de determinar el valor literario de un texto por parte de los sujetos que inventaron esos movimientos y tendencias, que ya caducaron, tienen hoy alguna vigencia. Estudia y compara si la noción de ritmo confundido con la métrica o con la música es extraño a la especificidad o rasgo distintivo de la obra literaria y si la noción de ritmo que te propuso Meschonnic como “el movimiento de la oralidad, sonoridad o habla en el lenguaje” o como, lo dice él en otro texto: “ritmo es la forma o disposición en que la política del sentido está organizada en un texto” guarda alguna identidad o diferencia radical con lo que sobre este tema nos propusieron los manifiestos e ideas literarias de los movimientos y tendencias de los siglos XIX al XXI.
No le hagas caso a los representantes del consenso, agazapados en las redes sociales, que dicen que estas proposiciones que definen la poesía negativamente es la mejor forma de abandonar las aspiraciones a ser poeta. El consenso es la conformidad con los academicismos, como lo viste en uno de los rechazos de Meschonnic. El consenso es la repetición de lo que ya otros dijeron. Todas las definiciones de poesía, de poema, de literatura, de ritmo, de métrica, de musicalidad que encuentras en las historias de la literatura, las antologías y manuales son el academicismo, el consenso, la repetición. Todos los profesores de literatura están obligados a repetir lo que dicen los libros y manuales literarios.
Su misión no es cambiar lo que está en esos manuales, antologías e historias literarias, sino repetir esos conocimientos. Solo tú puedes cambiar esos conocimientos, rechazándolos. Recuerda lo dicho en una de las proposiciones: el mundo cambia gracias a aquellos que lo rechazan. Si nadie rechazara las creencias y las ideologías, todavía creyéramos que la tierra es plana y que el sol gira alrededor de nuestro planeta. Pero rechazar esto le costó sudor y lágrimas a Copérnico y Galileo.
En literatura ocurre lo mismo. Si no rechazáramos la creencia que nos viene de siglos en el sentido de que la poesía es la expresión de los sentimientos del alma, de la belleza, de la armonía, de la medida de las sílabas, de la musicalidad, de la alternancia de un tiempo fuerte y un tiempo débil, de la respiración biológica o del movimiento del mar, y no la actividad del sentido orientado políticamente en contra del Poder, sus instancias, las ideologías y creencias de nuestro tiempo, todavía estaríamos haciendo arte por el arte.
He aquí, aspirante a poeta, a escritor, las últimas proposiciones del “Manifiesto para un partido del ritmo”, de Henri Meschonnic, extraídas de su libro Crisis del signo. Política del ritmo y teoría del lenguaje (Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, 2000).
«Manifestar no es aleccionar ni adivinar. Existe manifiesto cuando existe lo intolerable. Un manifiesto no puede tolerar más. Es por eso que él es intolerante. El dogmatismo fofo, invisible, del signo, no finge ser intolerante. Pero si todo en él fuera tolerable, no habría necesidad de manifiesto. Un manifiesto es la expresión de una urgencia. A reserva de pasar por incongruente. Si no hubiera riesgo, no habría tampoco manifiesto. El liberalismo no muestra que él es la ausencia de libertad.
«Y un poema es un riesgo. El trabajo de pensar también es un riesgo. Pensar lo que es un poema. Lo que hace un poema es un poema. Lo que debe ser un poema para ser un poema. Y un pensamiento para ser pensamiento. Esta necesidad radica en pensar inseparablemente el valor y la definición. Pensar esta falta de separación como un universal del poema y del pensamiento. Su historicidad es su necesidad.
«Incluso si este pensamiento es particular, por principio él ha tenido lugar siempre en una práctica, y será necesariamente verdadero siempre. Él no es de ninguna manera una lección para lo que se llama el siglo venidero. Mucho menos el balance académico del siglo. Esto es un efecto de lenguaje, el efecto-temporalidad del signo. Lo discontinuo del siglismo.
«En resumen, el poema manifiesta y tiene que manifestar para el poema el rechazo de la separación entre el lenguaje y la vida. Reconocerla como una oposición, no entre el lenguaje y la vida, sino entre una representación del lenguaje y una representación de la vida. Lo que restituye la pretendida prohibición de Adorno (según la cual es bárbaro e imposible escribir poemas luego de Auschwitz), y que algunos piensan invertir al atribuirle ese papel de inversor a Paul Celan, mientras que ellos permanecen dentro del mismo impensado, el que demostraba Wittgenstein a través del ejemplo del dolor. Dolor que es inefable. Pero justamente un poema no dice. Él hace. Un pensamiento interviene.
«Este rechazo, todos estos rechazos son indispensables para que aparezca un poema. En la escritura. En la lectura. Para que el vivir se transforme en poema. Para que un poema se transforme en el vivir.
«El colmo, para lo que tiene pinta de paradoja, es que no se trata de perogrulladas. Desconocidas. Esto es lo cómico del pensamiento.
Pero es únicamente a través de estos rechazos, sinónimos de los latidos del pensamiento, que ha habido siempre poemas, para poder respirar dentro de lo irrespirable. Y que un pensamiento del poema es necesario al lenguaje, a la sociedad.»