(A unos liceístas de bachillerato que aspiran a ser poetas)

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Viste en el artículo anterior, aspirante a poeta, sobre todo tú, que vives en provincia y estás en el último o penúltimo año de bachillerato, alejado del bullicio de las capillas y salones capitaleños, alejado de las malquerencias y maledicencias de los que compiten por primacías de reconocimiento social y precedencias literarias, viste, repito, que escribir un poema no es enumerar, describir y, mucho menos, vomitar los sentimientos y emociones del “alma” ni declararle el amor a las liceístas quinceañeras ni declamar temas románticos caducos con motivo de cualquier celebración patriótica, escolar o familiar.

Viste que escribir un poema es orientar la política de su sentido, su forma-sentido, en contra de las ideologías que encuentras en tu sociedad, en contra del Poder y las instancias de poder de la sociedad donde vives; viste que escribir un poema, para que sea obra de valor literario es inscribir el ritmo como movimiento del habla en el lenguaje hecho discurso; viste que hay poetas que truenan y denuncian lass ideologías de su época, pero eso no basta para que la obra adquiera valor literario; la denuncia se queda en denuncia y refuerza el poder que combate; viste que para que un poema tenga valor el sujeto del poema debe hacer de los lectores otros sujetos.

Viste que escribir un poema es una acción demasiado seria para dejarla en manos de los charlatanes de feria o de narcisistas díscolos. Si vas a recitar un poema, te recomiendo “Paisaje con un merengue al fondo”, “Monólogo del hombre interior” “Adán de angustias “Esta canción estaba tirada por el suelo” o “Tienda de fantasías”, de Franklin Mieses Burgos; o “Muerte en blanco” y “Poblana” de Freddy Gatón Arce; o “Salutación a los de arriba” y “Canto triste a la patria bienamada”, de Héctor Incháustegui Cabral; o un fragmento de “Yelidá”, de Tomás Hernández Franco, donde se sugiere el nacimiento de nuestra sociedad mulata; o “Una mujer está sola”, de Aída Cartagena Portalatín; o “Rosa de tierra”, de Rafael Américo Henríquez; o “El fuego”, de Manuel Llanes; o “La aitianita divariosa”, de Chery Jimenes Rivera; o “El rayano”, y “Makandal”, de Manuel Rueda o Trópico negro y Compadre Mon, de Manuel del Cabral y paro de contar.

Por ahí debes comenzar, y aprenderte estos poemas de memoria es un ejercicio que te será útil para ejercer, más adelante, el criterio acerca de lo que es un poema de valor literario, como se te mostró a través de los fragmentos de Meschonnic que elegí para ti. Ahora, dentro de la misma continuidad de lo anterior, te ofrezco otros fragmentos del poeta francés contenidos en el capítulo titulado “Manifiesto para un partido del ritmo”, de su libro Crisis del signo. Política del ritmo y teoría del lenguaje:

«Para ser un sujeto es necesario vivir como un sujeto, otorgarle al poema un espacio que el mundo no le reconoce. Un espacio. Para la mayoría, y lo que se ve en su entorno, invocar la poesía tiende extraña e insoportablemente a rechazar un espacio, su espacio, para lo que llamo un poema.

«Existe, en la poesía contemporánea, la institucionalización de un culto rendido a la poesía y que produce una ausencia programada del poema.

«Modas habrá siempre, siempre las ha habido. Pero esta moda ejerce una presión, la presión de varios academicismos acumulados. Presión atmosférica: moda del momento.

«En contra de esa asfixia del poema por parte de la poesía, existe una necesidad de revelar, de revelar el poema, una necesidad que algunos re-sienten periódicamente, para proferir una palabra asfixiada por el poder de los conformistas literarios que no hacen más que estetizar esquemas de pensamiento idénticos a los esquemas de la sociedad.

«Una idolatría de la poesía produce fetiches sin voz que se venden y se compran en lugar de la poesía.

«En contra de todas las poetizaciones, afirmo que existe un poema únicamente si una forma de vida transforma una forma de lenguaje y si, recíprocamente, una forma de lenguaje transforma una forma de vida.

«Afirmo que es únicamente por aquí que la poesía, como actividad de los poemas, puede vivir en la sociedad, hacer a la gente lo que únicamente un poema puede hacer y que, sin esto, no sabrán incluso que se desubjetivizan, que se deshistoricizan para ser ellos mismos productos del mercado de las ideas, del mercado de los sentimientos y de los comportamientos.

«En lugar de que la actividad del poema contribuya como solo ella puede hacerlo, a construirlos como sujetos. No hay sujeto sin sujeto del poema.

«Porque si el sujeto del poema les falla a los demás sujetos de los cuales cada uno de nosotros es el resultado, hay a la vez un fallo específico, y la inconsciencia de ese fallo, y ese fallo mismo atenta contra los demás sujetos. Los trece o doce sujetos que somos. Y no es el sujeto freudiano el que nos salvará. O que salvará al poema. [Y al decimocuarto sujeto: el sujeto cibernético: DC]

«Solo el poema puede unir, mantener el afecto y el concepto en una sola bocanada de palabras que actúa, que transforma las maneras de ver, de escuchar, de sentir, de comprender, de decir, de leer. De traducir. De escribir.

«Por esta razón el poema es radicalmente diferente al relato y a la descripción. Que nombra. Que permanecen en el signo. Y el poema no es signo.

«El poema es lo que nos enseña a no servirnos del lenguaje. Es el único que nos enseña que, contrariamente a las apariencias y a los hábitos de pensar, no nos servimos del lenguaje.

«Lo que no significa, según una reversibilidad mecánica, que el lenguaje se sirve de nosotros. Lo que, curiosamente, tendría pertinencia con más intensidad, a condición de delimitar esta pertinencia, de limitarla a tipos de manipulaciones, tal como proceden comúnmente la publicidad, la propaganda, la comunicación total, la desinformación y todas las formas de censura. No es el lenguaje el que se sirve de nosotros. Son los manipuladores, que agitan las marionetas que somos entre sus manos y son ellos quienes se sirven de nosotros.

«Pero el poema hace de nosotros un forma-sujeto específica. Nos convierte en el sujeto que no seríamos sin él. Y esto lo logra el poema a través del lenguaje. En este sentido, él nos enseña que no nos servimos del lenguaje. Pero nos volvemos lenguaje. No puede uno contentarse jamás con decir, sino como algo previo, aunque muy vago, que somos lenguaje. Es más justo decir que nos volvemos lenguaje. Más o menos. Asunto de sentido. De sentido del lenguaje.

Pero solo el poema que es poema nos lo enseña. El poema que se parece a la poesía es incapaz de hacerlo, porque esta fue escrita con antelación. Es el poema de la poesía. Él encuentra únicamente nuestra cultura. Variable, también. Y en la medida en que el seudopoema nos engaña, fingiendo que es un poema, es un daño. Porque él confunde a la vez nuestra relación con nosotros mismos como sujetos y nuestra relación con nosotros mismos en camino de ser lenguaje. Y las dos relaciones son inseparables. Ese producto tiende a hacer de nosotros un producto. En vez de una actividad.

«Es por esta razón que la actividad crítica es vital. Sin destrucción. No es una actividad destructora, sino constructora de sujetos.

«Un poema transforma. Por esta razón, nombrar o describir no valen nada para el poema. Y describir es nombrar. Por esta razón, el adjetivo es revelador. Revelador de la confianza en el lenguaje, y la confianza en el lenguaje nombra, no cesa de nombrar. Observe los adjetivos.

Por esta razón, celebrar y confundir el poema con la poesía es convertirse en el peor enemigo del poema, porque celebrar es nombrar. Designar, Desgranar sustancias según el rosario de lo sagrado confundido con la poesía. Al mismo tiempo que aceptar, no solamente aceptar el mundo como es, el innoble ‘no me queda más que elogiar’ de Saint-John Perse, pero aceptar las nociones de la lengua a través de las que él está representado. O sea, el lazo impensado entre el genio nativo y el genio de la lengua.»