Algunos poetas pueden llegar a lo sublime cuando logran que su obra poética sea música hablada, lo que produce un gran placer en la sonoridad y el sentido.

La palabra del poeta puede surgir a petición del orden musical de su sensibilidad, proponiéndose lograr el lenguaje adecuado y buscar la sonoridad; cuando logra nuevas formas para expresarse y cuando pretende crear una forma distinta al lenguaje cotidiano.

Sin embargo, nunca el poeta deberá traspasar sus fronteras; la música es otra expresión donde el autor domina el control del espíritu, requiere de equilibrio, armonía y unidad.

La poesía no es únicamente « musical »: es música.

Y esto no sólo a causa del placer sonoro de las palabras que reúne, sino porque posee, además del sentido literal más o menos claro u oscuro, una significación análoga a la del lenguaje musical.

Así como hay música que produce la sensación de un lenguaje, también la poética bien lograda puede producir musicalidad.

Los músicos y los poetas son artistas que beben en una misma fuente, pero cada uno se nutre para cosas distintas, ambos son imitadores de Dios, tienen como misión destacar el tesoro humano de la belleza, realizando la inspiración en la creación de una nueva obra.

Muchos artistas han recibido la luz del Creador por medio de la poesía y de la música.

El poeta presenta lo humano en un lenguaje musical, que es agradable, placido, con ritmo armonioso, con matices y colores musicales.

El alma, abstraída de los sentidos, es terreno fértil para recibir las sustancias espirituales, también para seguir los pasos a los movimientos que se recrean en la imaginación al constatar las maravillas de la naturaleza.

El lenguaje musical tiene el poder de despertar en quien lo percibe una actividad espiritual compleja, que es su misterioso comunicante, poder propio de todo lenguaje, pero, en este caso es indirecto.

La poesía es por sí misma un lenguaje de significación indirecta, hasta el punto de que ésta es una propiedad esencial en ella.

El ritmo del lenguaje poético debe ser variante, como una obra musical, debe llegar al alma reposadamente para su deleite, conforme a los valores y reglas de la poesía, pero también debe despertar la conciencia, capaz de llegar a la emoción del alma.

La musicalidad del lenguaje debe tener brillo, que sea inteligible, manteniendo los colores adecuados, el resplandor de la forma poética.

El lenguaje musical de la poesía es tan variado como el de la música, no se detiene en el ritmo determinado, pero no existe sin el ritmo.

No se limita a una forma única, pero posee un centro de irradiación y de atracción que constituye la unidad y la forma del poema, como la de la obra musical.

Estas concepciones de la musicalidad de la poesía pueden llegar a ser lo máximo de la belleza, que es lo sublime.