Nos acercamos a un punto en que a la clase media sólo le quedará el recurso de la política para satisfacer sus metas de desarrollo personal. Muchas fortunas se han creado en ese ambiente, ya sea por efecto del ejercicio directo de la actividad partidista o al amparo de ésta. Para la economía este fenómeno ha sido pernicioso, pues el éxito de esos afortunados se ha erigido sobre la base de privilegios irritantes, tráfico de influencias, favoritismo oficial y muchas otras prácticas inmorales. Todo este proceso ha creado con los años una realidad política que  fomenta la frustración entre jóvenes generaciones enteras de técnicos y profesionales, a quienes la actividad proselitista no ofrece encanto alguno. Esos son los que finalmente se van o planean irse.

Muchos no emigran porque carecen de oportunidades para hacerlo o porque razones muy profundas, como por ejemplo una familia numerosa, les atan al país. Pero la situación presenta características preocupantes. Con el auge del populismo, la burocracia se torna cada vez más un aparato partidario. Así, no basta con capacidad ni dedicación probadas para asegurarse una posición estable en el sector público. Habrá siempre un ferviente y devoto militante presto a ocupar el lugar que le corresponde a un cerebro más despierto o a unos brazos más diestros para el trabajo.

Las exigencias políticas imponen además la necesidad de abultar el aparato burocrático, de manera que no hay recursos para el pago de salarios adecuados al talento y la consagración. El sector público queda así al margen de las posibilidades de  jóvenes capacitados con ambiciones personales. Las circunstancias económicas en que se desenvuelve el país reducen las posibilidades para miles de ellos que encuentran dificultades para encontrar un trabajo digno debido a que las ofertas son menores que las demandas de buena ocupación. Es natural entonces mirar hacia fuera en busca de la oportunidad que el país no es capaz de ofrecerle a sus hijos.