Creo que fue a finales del decenio de 1980 que el Congreso Nacional aprobó una ley que extendía la cobertura del IDSS al núcleo familiar de los trabajadores.  Así de fácil, sin cálculos, sin cambios institucionales, sin modificar las cotizaciones ni incluir segmentos de mayor ingreso (recuérdese que el IDSS no incluía empleados públicos ni privados que superaran un nivel mínimo predefinido de salarios), lo que convertía la ley en inviable por definición, y Balaguer la engavetó. El sistema cayó en un limbo jurídico.

Es así que algunos economistas y otros interesados en el tema comenzamos a plantear que se aprovechara la ocasión para crear un sistema de seguridad social. La discusión se extendió toda la década del 1990, la Ley fue aprobada en 2001 y todavía no vamos ni por mitad de aplicación. Mientras tanto, la población envejece.

La República Dominicana fue uno de los últimos países de América Latina, y del mundo occidental, en crear una sistema de seguridad social (lo que había, en la práctica, eran cajas de seguro social, para grupos segmentados). Esto ofrecía una desventaja: la población trabajadora no tenía fondos acumulados.

Al mismo tiempo, partir de cero ofrecía grandes ventajas. Una era la virtual ausencia de deuda actuarial (aunque sí una gran deuda social). Pero la mayor ventaja era la etapa que estaba viviendo el país en su transición demográfica. Cuando los países están muy atrasados, normalmente su población se caracteriza por la prevalencia de muchos niños, algo menos población en edad activa y pocos en edad ya pasiva. En virtud de que el Estado y los hogares deben concentrar su esfuerzo en criar y educar niños, se hace difícil acumular fondos para jubilación.

Pero con el tiempo puede llegarse a la situación inversa. Cuando baja mucho la natalidad y la mortalidad, al tiempo que se incrementa la esperanza de vida, llega el momento en que hay muchos ancianos y poco quien trabaje para aportar los fondos necesarios para su mantenimiento. La seguridad social entra en crisis porque la población activa no resiste los costos de la pasiva. O bien hay que elevar las cotizaciones o los otros tributos. Es lo que ocurre en Europa, Japón e incluso países de América Latina, principalmente del Cono Sur.

Cuando estuvimos impulsando la creación del SDSS nuestro país se encontraba en su momento ideal: ni muchos niños ni muchos ancianos. Una fuerte fracción de población en edad activa. Lo que no alcanzamos a ver claramente era el curso que iba a tomar la economía, la política y la sociedad. La viabilidad de cualquier sistema de seguridad social descansa en una economía dinámica, con incremento del empleo formal, salarios reales crecientes y un Estado en capacidad de imponer su poder coercitivo.

Al revés, lo que se ha visto después son altas tasas de desempleo, caída de los salarios reales, tendencia hacia la informalizacion del empleo y una tendencia marcada hacia la evasión e incapacidad de la administración para controlarla. En adición, se crearon múltiples instituciones nuevas en superposición a las que debieron haber desaparecido, para ver después un enorme desperdicio de los escasos recursos que genera el sistema. Y además, con organismos de dirección multitudinarios, en que quedaron representados todos los intereses creados, llegando incluso a imponer poder de veto.

En esas circunstancias, los intereses creados son capaces de imponer su propia ley, muchos saldrán ganando mucho dinero, la mayoría de los trabajadores se quedan fuera del sistema y los que fueron incorporados no alcanzarán pensiones razonables, y ni siquiera la salud, que en teoría debería estar mejor financiada, alcanza para proteger a la mayoría de la población ni para suplir buenos servicios a aquella que alcanza.

La economía, en vez de aprovechar los fondos de la seguridad social para realizar inversiones productivas, los utiliza para financiar déficit fiscales y cuasifiscales y los dueños de los fondos quedarán a expensas de que los que ahora tienen déficit después tengan superávit.

La debilidad del Estado es tal que mucha gente que cotizó ni siquiera muriendo recupera (su familia) el exiguo dinero que acumuló con el sudor de su frente, y pensiones o liquidaciones que deberían ser automáticas no se resuelven salvo entablando procesos judiciales.

Mientras tanto, la población envejece, los costos  de la salud y el sistema previsional se acrecientan y al país, el tiempo se le va agotando para aprovechar la oportunidad histórica que se le escapa para alcanzar un buen sistema de seguridad social, pues los que estaban niños ya están en edad activa, pero los que eran jóvenes ya son envejecientes, los que eran envejecientes ya son viejos y los que eran viejos ya se han muerto, la mayoría de ellos sin ver cumplidas las expectativas de una promesa por la cual mucha gente luchó. Lo extraño es que al mismo tiempo grupos privilegiados se las han arreglado (imponiendo su propia ley) para recibir pensiones escandalosas.