“Se me destroza el corazón en mil pedazos. Me siento solo como una pluma en el aire”. Así se lamenta de la muerte de su madre (¿real, ficticia, nos importaría?) Cornelio Reyna, cuya canción “Ni por mil puñados de oro” elevó a la categoría de clásico.
Despuntaban el rock& roll y los sesenta, pero el ritmo practicado por dos jóvenes en el bar “Cadillac”, en la fronteriza Reynosa, nada tenía que ver con Elvis y compañía. Reyna, armado de su bajo sexto soñaba con la fama a granel, escenarios abarrotados, discos de platino… De inmediato reconoció al cómplice para “aterrizar” sus fantasías: el entonces imberbe pero ya talentosísimo Ramón Ayala. De ese modo nació este dueto de miedo: Los Relámpagos del Norte.
Como toda banda que se dé a respetar, los Relámpagos, pasado un tiempo se separan. Cornelio engatusado con las sirenas del showbiz; se pone a hacer películas olvidables junto a las caras (cuerpos incluidos) más lindas del celuloide de aquella época y cambiará su northern glamour por el traje de mariachi. No obstante, seguirá regalándole a la fanaticada piezas inmortales, para muestra basta el exitazo: “Me caí de la nube”.
Por su parte, Ramón (con sus Bravos del Norte) seguirá haciendo música con tal maestría que hoy se le llama, no sin justicia, el Rey del acordeón. Cuando no está de gira, descansa en su casita de muchos acres en el lado texano de la frontera. Mientras que el pobre de su ex compañero no supo, (¿no pudo, no quiso?) manejar la sobredosis de éxito y murió a los cuarenta y siete… quesque una úlcera maldita lo catapultó más allá de la nube de la antes había resbalado.
Aquellos que nos entusiasmamos con los zarpazos de redova, bajo sexto y acordeón, sabemos del melodrama singular de sus letras que, no por lindar con lo cursi dejan de ser atractivas: En un papel que de una cesta he recogido, pongo éstas letras dedicadas a mí madre, como estoy preso, no tengo pluma ni lápiz, por eso escribo con la tinta de mí sangre. ¿Reside allí su encanto? Si sus versos, ya sean lastimeros o alegres, despiertan la nostalgia o sacuden la ilusión, ¿se vuelven igualmente adictivos?
Un día, mientras despilfarraba ocio en youtube me topé con la donna mobile de Verdi y me di cuenta de que el italiano también había fraguado un aria a la ‘manera norteña’. En efecto, La donna de la opera Rigoleto es “mobile qual piuma al vento, muta d’accento e di pensiero”, dice para ejemplificar el carácter femenino que, como una pluma arrojada a la intemperie cambia sin lógica o razón aparentes. ¿Es acaso la misma pluma que a Cornelio le recuerda el extravío que nos asesta la muerte?
Quise denunciar el plagio. Le dará notoriedad a la música de mi región, pensé tratando de convencerme de mi disparate, pues entre ambas composiciones había casi cien años de diferencia y el primero en utilizarla había sido, por supuesto, don Giuseppe.
¿Podríamos pensar que Cornelio apreciaba la ópera y sabiendo que Verdi no le reclamaría, le pidió prestada su metáfora o simplemente que una pluma en el aire es capaz de inspirar versos diversos aunque originales?
Si hablamos un poco en serio, lo que me sorprendió fue que la pluma sirviera para explicar dos ideas diferentes: orfandad y mutabilidad. Cornelio la compara con la soledad del hijo por la muerte de la madre mientras que Verdi, la utiliza para describir la personalidad cambiante de la mujer. Todo nace a partir de una pluma a mitad de la ventisca.
¿Cuál símil es mejor? No lo sé, las dos piezas me gustan aunque cante con mayor frecuencia (desafinadamente) la del norte. Es como si quisiéramos pontificar sobre la ricura de la manzana versus la de la pera. Habrá quien prefiera la fruta roja, quien escoja la otra y muchos otros que opten por la naranja. Por tanto, como dice otra canción, mi gusto es y quién me lo quitará…
Ambos géneros tienen un arraigo popular. Nada importa que la ópera sea mundialmente conocida y que tenga una reputación de “refinada” mientras que la norteña sólo evoque a borrachos sombrerudos, dispuestos siempre a confirmar su hombría a balazos.
En pocas palabras, esta asombrosa semejanza me permitió hablar del idolazo Cornelio Reyna, cuya estatua nos mira a pocos metros del bar de sus inicios (otra vez el Cadillac) y que además nació en mi estado: Coahuila, en el poblado rural de Notillas. No lo olvidemos, el aire no sólo arrasa con plumas, cuanto menos lo esperemos también a nosotros nos dejara emplumados de tristeza.