A la democracia deberían ubicarla en la tabla periódica debido a su “plasticidad”, a la ductilidad con que se le modela conceptualmente en la política contemporánea. Ejemplo de ello se observa en un comentario a mi artículo titulado “Los dominicanos merecen una información imparcial sobre Cuba” (https://acento.com.do/2018/opinion/8615512-los-dominicanos-merecen-una-informacion-imparcial-cuba/), donde alguien empleó el apelativo “demócrata” para referirse a Orlando Gutiérrez Boronat, un individuo a quien se ha denunciado internacionalmente por actividades terroristas contra Cuba, trayectoria señalada también, como puede leerse más abajo, por otros comentaristas de mi referido artículo.
El concepto democracia es diseminado en la prensa internacional y en el mundo académico como un ideal exclusivo y patrimonial de los diversos modelos políticos con que se ha desarrollado el sistema capitalista, donde pueden notarse diferencias notables en las bases jurídicas y filosóficas de sus formas de gobernabilidad, pues no es lo mismo un modelo de capitalismo neoliberal que uno socialdemócrata escandinavo. Incluso la línea principal de promoción de la democracia es la procesualidad electoral, o sea, los eventos periódicos en que los ciudadanos deben elegir a un mandatario. Y tales eventos no son tan “democráticos” como suelen presentarse en los medios y redes sociales, pues en los Estados Unidos, por ejemplo, el voto popular, aunque sea mayoritario, no decide la elección de un presidente.
De manera que, para comprender si una forma gubernativa política es “democrática” o no, debemos formularnos preguntas clave como estas: En tal país, ¿quién gobierna?, ¿para quiénes se gobierna?, ¿hay congruencia entre el corpus jurídico, el discurso y el accionar gubernativo, mediante sus políticas públicas, en la genuina concreción del ideal de democracia?, ¿se consulta a los ciudadanos y participan en las decisiones políticas y económicas trascendentales para la sociedad?; más allá de toda forma de procesualidad electoral, ¿cuáles son los parámetros de una “democracia”?, ¿quiénes establecieron tales parámetros y a quiénes benefician? En todo ese entramado conceptual el hilo dorado es la justicia social sentida por la gente, sin la cual no puede haber democracia, como tampoco puede haber justicia social sin ética en la praxis política.
Dada la plasticidad con que se “modela” la noción de democracia en nuestra contemporaneidad, donde los medios de comunicación masiva y las redes sociales siembran confusión, también masiva, sobre su significado, vemos que hay hasta terroristas “demócratas”, como el caso de Gutiérrez Boronat, de quien un comentarista de mi referido artículo anterior dice: “(…) alerto a la sociedad dominicana sobre este siniestro personaje que es un Agente de la CIA, quien ha recibido millones de dólares para desestabilizar países de las Antillas y Centro América, ha realizado actos violentos contra ciudadanos cubanos y su lenguaje es virulento y desestabilizador. Tengan en cuenta que entre el 2001 y 2010 ha recibido de la USAID y NED más de 13 millones de dólares para intentar desestabilizar el orden y la paz que existe en Cuba. Se opone a que los pobladores que viven en la tierra donde nació puedan prosperar porque respalda las iniciativas de Trump para hacer retroceder los logros que alcanzó Obama desde el respeto y la tolerancia con nuestra isla hermana (…)”.
En otro comentario se afirma textualmente: “Orlando Gutiérrez es un individuo peligroso para la estabilidad política y la seguridad ciudadana en República Dominicana, en el 2002, en Montecristi realizó una provocación violenta contra la campaña dominicana de solidaridad con Cuba y el entonces Embajador cubano. Además, se vincula a la oposición política dominicana de extrema derecha, lo que es una alerta teniendo en cuenta su intromisión en procesos electorales de otros países como fue en el 2009, en las elecciones de Honduras”.
La plasticidad del término democracia, en suma, permite ser empleado como herramienta de certificación de buena conducta o de exclusión, según el caso, desde la cosmovisión neoliberal que aspira a lograr una uniformidad de pensamiento alineado a sus intereses hegemónicos en diversos espacios locales y a escala global. En tal sentido son “demócratas” quienes desde suelo estadounidense se dedican a desestabilizar a cualquier proceso sociopolítico, particularmente en Latinoamérica, que trabaje en beneficio de una mejor calidad de vida para las mayorías históricamente olvidadas.
Después de todo, como dijo Alejo Carpentier en su novela El Siglo de las Luces: “Hay épocas hechas para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus”.