El arquitecto leoh Ming Pei cumplió cien años el pasado 26 de abril y todos empezaron a recordar su obra más conocida: la pirámide del Louvre en París.

Según esto, cuando el entonces presidente François Mitterrand vio la remodelación de la National Gallery de Washington, supo que Monsieur Ming Pei era el hombre perfecto para darle nuevos aires al Louvre, el museo no sólo más grande del mundo, sino también el más visitado, pues recibe unos 15 mil curiosos al día. Aunque la mayoría sean extranjeros y aunque su motivación sea tomarse una selfie con doña Monalisa.

Ahora, con la efervescencia electoral en aquel país y el fantasma de la ultraderecha amenazando a la République, ¿seguirían viniendo turistas a granel si ganara la xenófoba candidata del Frente Nacional (FN)? Lo único que se me ocurre es invocar un dicho mexicano, capaz de exorcizar hasta al diablo más colmilludo, para que esto no suceda: «que la boca se te haga chicharrón».

A un viajero asiático, ávido de pasearse por los 60 mil metros cuadrados del recinto, ¿le importaría que a otro como él, pero que vive permanentemente allí (en el país, no el museo) le nieguen el derecho a la educación básica? Salvo si la paga. Esta es una de las promesas de campaña de la nefasta Marine.

Recuerdo que al inscribirme en la universidad Marc Bloch, la tarifa anual que pagué fue idéntica a la del francés que iba delante mío en la fila. A nadie le importaba que un mexicanito pagara más por el simple accidente de haber nacido lejos. En su momento, alguien me regañó «a la francesa» (modos finos, paternales y aleccionadores) que los valores de educación y salud, son intocables… ¿Seguirán así de llegar esta tipeja?

El arquitecto chino, ganador del Pritzker en 1983 se sorprendió de que la entrada al Louvre fuera lateral, lo que a sus ojos, la hacía prácticamente invisible, por eso tuvo la genial idea de que todo empezara con una pirámide en el centro de la explanada, la cual conectaría por debajo con sus tres alas: Sully, Richelieu y Denon. Calculó que así podrían entrar un par de millones de visitantes al año sin problemas, hoy lo hacen como 8.

Marine Le Pen, quiere ser presidente para «poner orden» pero lo que realmente busca es reinstaurar las fronteras de Francia, salirse de la Unión Europea y dejar sin efectos el espacio Schengen. ¿Repercutiría todo esto en el flujo de visitantes externos?, ¿algún americano despistado tendría temor de saber que la señora pretende crear nuevos “espacios de convivencia”, unos 40 mil según su programa, pero no en museos ni en parques o en festivales, sino en prisiones?

El Louvre que primero fue una fortaleza, luego residencia real para finalmente volverse un museo, hoy tiene incluso un par de ‘sucursales’, una en Lens, al norte de Francia y otra en Dubai, con los ricachones del petróleo. Este debería de ser el ejemplo a seguir, llevar la riqueza de Francia a otras latitudes y no poner un cerrojo al territorio y a las libertades, ¿no?

La batalla por la construcción de la pirámide, que inició en 1983 fue dura. La gente no concebía que un armatoste ultramoderno fuera la nueva vía para admirar a la Venus de Milo. Las discusiones en el seno de la Comisión de Monumentos Históricos, dijo Jack Lang, antiguo ministro de cultura, subieron tanto de tono que hasta rayaron en la discriminación: «esto no es Texas».

Tal pareciera que el racismo actual, de tan frecuente resultara anodino. Por ejemplo, se acusa de todos los males al inmigrante, pero estas actitudes pueden ser devastadoras. Marine ha alimentado este odio hacia el distinto, sin rubores. No sé si desprecia más a su padre Jean-Marie, a quien corrió para hacerse del control total del partido o a los magrebíes que recolectan la uva en los campos de Borgoña…

No niego que Francia necesite reformas, que a la Unión Europea le urge sacudirse el polvo de tanta burocracia, pero uno no puede renovar su casa a punta de dinamita; como lo pretende el FN de Le Pen. Las estructuras que sostienen la República (igualdad, fraternidad, libertad, solidaridad) no deben trastocarse, sino acabaremos todos aplastados y de la Déclaration universelle des droits de l’homme no quedaran ni cenizas.

En este territorio de comida memorable, de diversidad de gentes, pensamientos y creencias no debería de ganar alguien que tramposamente dice hablar en nombre del pueblo. Los pueblos de Francia son muchos (como sus quesos); su origen es diverso, como el de sus escritores: Inoesco, Derrida, Joyce, Beckett…

Quisiera pensar que el lugar donde se estructuró la razón (help us Descartes) no puede olvidarse de aquélla cuando acuda a las urnas. ¿Pecaré de idealista, de naif? Recordemos que hoy una pirámide de 21 metros de alto nos invita a adentrarnos a siglos y siglos de cultura. Los detractores dicen que la pirámide tiene 666 placas de cristal (en realidad son 673), aludiendo a lo diabólico del proyecto, pero el problema está en otra parte y sólo el voto razonado podrá exorcizarlo…