La falta de argumentos para justificar la hemorragia impositiva es lo que hace más pesado los intentos de imponer cada cierto tiempo más carga a la población. Uno de los pretextos esgrimidos ha sido siempre que los dominicanos “vivimos como ricos”, con la más baja tasa tributaria del continente. Pero todo ese costoso esfuerzo publicitario dirigido a demostrarlo, resulta inútil ante la contundencia de los hechos.

La verdad es que lejos de vivir como señores, los dominicanos en su mayoría han estado sometidos a las mayores privaciones y constricciones. El alegato gubernamental, esgrimido administración tras administración, tal vez se aplique a un pequeño grupo de privilegiados y, por supuesto, a una buena parte del equipo burocrático que llega con cada gobierno. El resto de la población no escapa ni ha escapado a los embates de la inflación y al proceso de retroceso social, que se da pronunciadamente en los sectores de clase media e ingresos fijos.

Tampoco es cierto que los dominicanos no paguen suficientes impuestos, argumento que se ha usado siempre para cresar nuevas tasas y aumentar las existentes. La cuestión está en que no todos cumplen con ese deber y las autoridades no han encontrado otra forma de superar el elevado nivel de evasión que imponiendo mayores cargas a quienes observan sus obligaciones en materia impositiva.

Ampliar el sistema tributario se ha convertido, con el transcurrir del tiempo, en una de las mayores diversiones oficiales. Les resulta más fácil mirar en la dirección en que existe luz, que tratar de poner el orden donde la evasión corre por su cuenta. La evasión, como el contrabando resulta a veces un negocio muy lucrativo. Al que lo atrapan puede zafarse con un plan de pago con rebaja incluida, lo cual lo pone en ventaja frente a sus competidores. A Dios gracias son una ínfima minoría.