El término narcisista es otro de los que se han vuelto triviales dada la frecuencia con que se le atribuye a alguien -especialmente a figuras públicas-, que se perciben como vanidosas, presumidas, egocéntricas o elitistas. El narcisismo puede manifestarse en una amplia variedad de expresiones, desde la más sana autoestima hasta el extremo patológico como trastorno de la personalidad.
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, introdujo el término a la psicopatología en su ensayo Introducción al Narcisismo (1914), tomando como referencia el mito de Narciso, el joven hijo de Cefiso (rio griego) y de la ninfa azul Liriope, que cayó al agua admirando su propio reflejo y se ahogó, según la narración de Ovidio en Metamorfosis.
La etiología del narcisismo es situada por los psicoanalistas en la primera etapa del desarrollo infantil, en relación con la madre y el destete. El niño, al no encontrarse en la mirada materna se vuelca sobre sí mismo y se convierte en su propio objeto de amor.
Entre las características de la personalidad narcisista se encuentra la falta de empatía, lo que impide a quienes lo padecen escuchar a los demás y responder a las necesidades de otros. Son arrogantes, soberbios y tienden a considerarse un ser único y especial; exageran sus logros y capacidades, por tanto piensan que no se pueden relacionar con cualquiera y deben solo buscar personas de su categoría… pero sin que lleguen a opacar su figura. Y es que necesitan de la admiración constante de quienes están alrededor suyo.
También buscan reconocimiento y consideran que sus experiencias tienen más valor que las de los demás, sobrevaloración que conlleva el deterioro de sus relaciones sociales, y se vean obligados a buscar nuevos contactos que le brinden admiración. Con el tiempo, llegan a conocer un gran número de personas e irónicamente se van quedando en soledad.
Los narcisistas son propensos a sentir envidia por los éxitos de otros y creen ser envidiados. Acostumbran a mentir, especialmente sobre historias lejanas, difíciles de comprobar, y cuanto más fantasean sobre ello, más se lo creen. Suelen culpar a otros de sus fracasos y sienten una gran necesidad de ocultar su precaria autoestima, lo que les lleva a desarrollar una seguridad ficticia, y así intimidar a otros para que no les hagan daño. Evitan poner en evidencia su vulnerabilidad hablando profusamente, dominan las conversaciones, menosprecian a los demás y les señalan sus defectos.
De igual manera, son intolerantes a las críticas, por esta razón evitan el uso de las redes sociales porque no tienen control sobre ellas y no soportan ser ignorados. Como forma de compensación ante el dolor, la frustración y la soledad, desarrollan algún tipo de adicción, ya sea al alcohol, a las drogas, al juego, a las compras o al sexo. Coleccionan de forma compulsiva artículos como libros, discos, películas, artículos tecnológicos, entre otros, que luego no utilizan.
Sacan provecho de los demás, en especial de quienes pueden facilitarle el ascenso social, político o laboral y se apropian de los méritos ajenos. Son hábiles en llevar a los demás a su terreno, siempre atentos a quienes puedan hacer o decir algo que no les agrade, o coarten su grandiosidad y su poder delante de otros.
Se creen el centro del universo y que todo gira a su alrededor, por tanto merecen toda la atención. Son dados a buscar relaciones con personas empáticas, suelen ser conquistadores, tienen la fórmula del romanticismo que aplican como recetario; hacen hábito de abandonar a la pareja que logran enamorar, para evitar que les dejen.
Es poco probable que los narcisistas tomen conciencia de su problema y busquen ayuda para cambiar, son los demás quienes deben cambiar. De manera que si sospecha estar en relación con una persona narcisista, camine – o mejor, huya- en otra dirección,