A raíz de los últimos acontecimientos criminales, los cuales prometen de forma inminente continuar fornicando públicamente una y otra vez a nuestra seguridad y libertad individual, como consecuencia de la deshumanización del ser y la falta de competencia de nuestras autoridades para atacar con eficiencia y efectividad a los promiscuos del crimen, surgen nueva vez voces de porcelana y farsantes del derecho penal vigoroso que azuzan el establecimiento de la pena de muerte en este país, en el cual ha sido difícil o casi imposible históricamente el cumplimiento de la pena máxima de 30 años, ya que nuestro sistema penal posee profundas y temibles fallas estructurales.

Aunque existen algunas evidencias vinculadas a la etnología y la arqueología de que durante la etapa de la Prehistoria se verificaron sacrificios humanos a través de rituales, no fue hasta la aparición en Oriente Medio de los primeros Estados y de los primeros códigos jurídicos que se inicia la historia de la pena de muerte en el mundo. Es muy probable que el primer Estado conocido fuera el que se constituyó en el valle del Nilo a finales del Cuarto milenio antes de Cristo, específicamente en el Egipto predinástico, donde según la leyenda se le atribuyó a un rey Escorpión la organización social del territorio mediante una norma, y es en etapa donde se verifican de manera formal varios sacrificios humanos mediante apuñalamientos en el corazón y la sangre de estos era recogida en una vasija.

En una ocasión, mientras ocupaba el tiempo del profesor de la Universidad de Zaragoza, José Luis Corral, por medio a su obra la “Historia de la Pena de Muerte”, este describió que “la pena de muerte se aplicó en las primeras dinastías para multitud de delitos, llegándose incluso a ejecutar a quienes mataran a un gato, al ser considerado un animal sagrado, pero, luego la pena capital quedó restringida para los delitos más graves, tales como los cometidos contra los dioses, el homicidio, el parricidio, el adulterio de la mujeres nobles y el golpe de Estado. La formas de ejecución más habituales fueron la decapitación, el ahogamiento en el Nilo, al que eran arrojados los reos atados dentro de un saco, y el fuego”.

Un tiempo más adelante, en la atrasada y desorientada Europa entre los siglos II y IV, hasta la Iglesia presidió ejecuciones de seres humanos “por voluntad de Dios”, como por ejemplo el caso de un hombre medio alocado que al autoproclamarse el Mesías, el obispo Aurelio de Le Puy lo condenó a muerte y fue descuartizado. Asimismo, en 1225, apareció en el norte de Francia un impostor que se hacía pasar por el rey Balduino de Jerusalén; el falso monarca fue ahorcado en la plaza mayor de la ciudad de Lille, siete años después que fuese considerado por muchos como emperador.

Sin embargo, en estos últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, el cambio de tendencia producido en todo el mundo sobre la aplicación de la pena de muerte ha sido muy considerable. A mediados del siglo XX había sólo algunos países abolicionistas, ya que en 1976 eran 21, pero ya ascendían a 76 en el 2001, y su número subió a 104 en el 2004, más de la mitad de los Estados independientes del mundo. Al día de hoy, varios protocolos se han firmado en el sentido del abolicionismo y uno de los más importantes lo fue en el año 1989 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el cual en esencia establecía que “la abolición de la pena de muerte contribuye a elevar la dignidad humana y a desarrollar progresivamente los derechos humanos, a la vez que se considera como el adelanto en el goce del derecho a la vida”.

Nunca entenderé que ante el crecimiento de la abolición de la pena de muerte como tendencia natural del hombre a respetar la vida del ser humano, algunas autoridades se quieran hacer “los graciosos” ante la población desesperada en razón de la inseguridad ciudadana, proponiendo la instauración de la pena de muerte en un país “sin instituciones”, en donde muchas veces las presiones mediáticas pudieran provocar en uno que otro escenario que la autoridad acceda a tomar “decisiones populares” para calmar la sed de la población, un poco lejos de la objetividad racional, sin embargo, aunque surjan en algún momento instituciones fortalecidas, tampoco procede el establecimiento de dicha pena sobre la base de un caudal de razones.

La pena de muerte, según Albert Camus, nace de un sentimiento primitivo y violento de venganza animal, no de un principio, y si vivimos en un Estado llamado democrático, no puede aplicarse la pena de muerte porque ello encierra la propia negación de los derechos humanos, y se contradice directamente con el principio de que jamás ha de recurrirse a medios que infrinjan los derechos humanos con la excusa de protegerlos.

Muchos doctrinarios y autoridades entienden que la instauración de la pena de muerte tiene un efecto de disuasión del crimen, y nada más absurdo que esto, toda vez que la prueba irrefutable de que no existe tal disuasión es que si así fuera ya no existirían los crímenes castigados con ella en los Estados que aplican dicha sanción o por lo menos los crímenes estarían reducidos a su mínima expresión, y ello lo demuestra la práctica en dos países: en Rusia y en Estados Unidos, lugares donde existen los índices de criminalidad más grandes del mundo.

Podemos precisar que la pena de muerte constituye una sanción “irreversible”, y en el pasado, lugar donde se mantienen muchas de las instituciones dominicanas, los errores judiciales que se verifican en el ámbito internacional que han condenado a muerte a inocentes han sido abundantes. Es verdad que las garantías procesales y los medios tecnológicos han provocado su disminución, pero, no es “absolutamente” seguro que no se sigan produciendo, y para el caso de la aplicación errónea de la pena de muerte, sería imposible enmendar el mismo.

Muchas de nuestras autoridades llevan el populismo en la sangre, y es por ello que la inconsciencia arropa los cerebros de unos cuantos que salen a “berrear”: ¡aquí hay que instaurar la pena de muerte!. ¿Y si algún día, en este país preñando de errores hasta la “siquitrilla” y con “tantos santos” dirigiendo las instituciones, le tocase a tu hijo tener la soga en el cuello? ¿Eh bueno eh?