Con un entorno muy diferente a los acontecimientos de 1939 y a la famosa frase “La Paz Reina enVarsovia” con la que un general germano describió la situación en Polonia tras la ocupación alemana, la ciudad del Potomac recibió pacíficamente el inicio del traspaso de poderes que ocurrirá en enero del 2017. Empero, al escribir este artículo, se realizaban manifestaciones contra el presidente electo en al menos 25 ciudades importantes, congregando a decenas de miles de personas.
La persona que ocupará la Presidencia del país dentro de poco más de dos meses, el financiero Donald Trump, se reunió cordialmente con el actual ocupante de la Casa Blanca, el presidente Barack Obama. El día anterior la candidata derrotada, la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, aceptó su derrota a pesar de haber recibido cientos de miles de votos populares más que su adversario, el cual había logrado superar la cifra de 270 votos electorales requerida para obtener la victoria en elecciones presidenciales. Mientras escribía el artículo llegaba el dato de que la Clinton sobrepasaba ampliamente el medio de millón de votos de ventaja. Cifra que seguía aumentando. El sistema electoral estadounidense, en lo que a la Presidencia se refiere, tiene más de 200 años de edad y muchos lo consideran obsoleto.
Por ejemplo, los 538 electores elegidos por los 50 estados y el Distrito de Columbia pueden cambiar sus votos al reunirse el Colegio Electoral que es presidido por el vicepresidente del país. En algunos casos, según el estado de donde procedan, sólo pagarían una multa por hacerlo. Pero debe descartarse esa posibilidad. Sólo ocurre en casos en los cuales algún elector lo hace sin afectar el resultado final.
En cuanto a el discurso pronunciado por la señora Clinton, aceptando su derrotado, esta pidió a sus compatriotas que aceptaran el resultado y cooperaran con el nuevo mandatario. Y después de una reñida y a veces lamentable contienda por el cargo más importante de la Tierra, el candidato triunfador, que había sido sumamente duro con su rival pronunció un breve discurso en el cual reconoció los grandes servicios prestados por la señora Clinton al país. Semanas atrás la amenazó con someterla a un proceso judicial. Pero ahora el contexto es otro. En otras palabras, que la más discutida campaña electoral terminó en forma civilizada. Al menos aparentemente. Ningún incidente aislado puede utilizarse para negar el hecho que nos ocupa, una transición pacífica del poder.
En la historia de Estados Unidos se han producido decenas de situaciones como estas. La alternancia en el poder es parte del sistema. Además, sólo la victoria de Abraham Lincoln provocó una Guerra Civil. Algo que hacía años se veía venir por el deseo de una región entera del país contraria a cualquier limitación a su deseo de mantener el sistema esclavista y de extender la esclavitud a los nuevos estados que eran admitidos a la Unión.
Curiosamente, los presidentes John Quincy Adams, Rutherford Hayes, Benjamin Harrison y George W. Bush llegaron al poder, como Trump, sin mayoría de votos populares, pero lograron obtener ese tipo de victorias en estados que les permitieron obtener el número requerido de votos en el Colegio Electoral. Es un sistema imperfecto, pero que ha permitido la alternancia en el poder en la nación.
Por lo tanto, el caso Trump no es el único en ese y otros aspectos. Como tampoco la campaña electoral del 2016, aunque algunas de sus características hayan superado confrontaciones anteriores, fue la única que preocupó a los observadores. El lenguaje utilizado por el señor Trump no fue el más elegante y caballeresco, pero se cometieron errores por ambos sectores. Sobre todo por votantes demócratas que pensaron que la Clinton ganaría de todas maneras y prefirieron mantenerse aislados de los centros de votación.
Sí puede señalarse algo que no es posible ocultar en cualquier intento de referirse a esta campaña. Gran parte de los votos de ambos candidatos, quizá la mayoría, se obtuvieron por un rechazo de su rival y no por la popularidad o simpatía del aspirante. Ni el señor Trump, como tampoco la señora Clinton, por grandes que hayan sido las muchedumbres congregadas en sus actos de campaña o por intenso que haya sido el apoyo de sus partidarios, pueden afirmar que su popularidad se extiende realmente a la mayoría de la población. La aceptación del resultado por parte del electorado es una cosa y el apoyo recibido es otra.
El observador hispanoamericano no debe esperar que la nueva administración sea liberal. Su política inmigratoria, aunque sea más suave en la práctica que en el discurso de campaña, no será la preferida en América Latina. Cada uno utilizará su imaginación y sus deseos personales para proyectar por anticipado la imagen de una situación que todavía no se ha producido, pero se trata de un gobernante con su estilo propio y con prioridades no necesariamente orientadas hacia nuestra región, con excepción de su promesa de levantar un muro que separe a EE.UU., de México y su anuncio de deportación masiva de indocumentados.
Cuando se anuncien los nombres de los nuevos secretarios (ministros) del gabinete muchos quedarán disgustados. Mucho de lo que se espera no se materializará. Así ha sido siempre. En esta ocasión quizás mucho más, sobre todo en lo que al sector liberal o de izquierda pueda imaginar en aras de una imaginación incontrolable, pero sin que esperemos sus leyes presuspuestarias sean agradables a los republicanos tradicionales, partidarios de pocos gastos. Ahora bien, el señor Trump no es un conservador clásico, aunque depende congresionalmente de una mayoría de derecha.
Lo anteriormente expresado refleja la opinión de muchos de sus votantes y de los ocupantes de asientos en el Senado y la Cámara. Cuando tengan que realizarse ciertos gastos elevados en el presupuesto, el nuevo gobernante tendrá quizás que apoyarse en algunos senadoresy congresistas del partido contrario. Pero todo eso está por verse.
Se espera que el tono y la conducta del nuevo presidente se adapte a su nueva condición, la de gobernante y no a la de un político en campaña. Y su forma de gobernar tendrá relación directa con los intereses estadounidenses, no con los intereses del resto del mundo. Esperar otra cosa terminará cuando se despierte del sueño favorito. Y su estilo no será necesariamente el de administraciones anteriores. Se trata del nacionalismo blanco en el poder y del rechazo al globalismo y el internacionalismo. No debe esperarse que sea, ni siquiera remotamente, una continuación del estilo de administración de Franklin Roosevelt aunque también sería difícil adoptar en el siglo XXI el enfoque internacional, muy diferente, de un primo distante del autor del “New Deal”, es decir, Theodore Roosevelt.
Sería posible hacer una lista de diferencias tanto con la señora Clinton como con el nuevo mandatario, pero el nuevo presidente se llama Donald Trump y ha llegado al poder con el voto de nacionalistas, sobre todo de raza blanca, de obreros manuales y de los adversarios de ciertos tratados comerciales con otros países.
Ni siquiera me propongo entrar en este artículo en el polémico diferendo fronterizo e inmigratorio entre la nueva administración y la hermana nación mexicana. Sólo recuerdo al lector que aquí viven millones de mexicanos y no es fácil tomar decisiones muy radicales cuando los posibles adversarios no viven en el extranjero sino en el territorio nacional, por precaria que sea su situación inmigratoria.
Así las cosas, no entro en otros temas que merecen mucho más espacio. Sólo se tiene un presidente a la vez y este merece el respeto y la cooperación de todos sus conciudadanos.Y que reine la paz en Washington. Dios bendiga a los Estados Unidos de América. Lo vamos a necesitar.