“Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de mi calle, ayer a oscuras y hoy sembrada de bombillas. Y colgaron de un cordel de esquina a esquina un cartel y banderas de papel verdes, rojas y amarillas. Y al darles el sol la espalda revolotean las faldas bajo un manto de guirnaldas para que el cielo no vea, en la noche de San Juan, cómo comparten su pan, su mujer y su gabán, gentes de cien mil raleas. Apurad que allí os espero si queréis venir pues cae la noche y ya se van nuestras miserias a dormir. Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta. Y hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Juntos los encuentra el sol a la sombra de un farol empapados en alcohol abrazando (magreando) a una muchacha. Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal la zorra pobre vuelve al portal, la zorra rica vuelve al rosal, y el avaro a las divisas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”. FIESTA, JOAN MANUEL SERRAT
Confieso que soy de los que, creyendo y luchando por años por un mundo nuevo y libre de opresión, también profeso una fe apasionada por los deportes y de manera especial por el béisbol y más profundamente por las Águilas Cibaeñas. En ocasiones reflexiono si se trata de un tipo de alienación, de mercantilización cultural, de la cual queremos pero no podemos escapar o si es el apego a valores familiares heredados. Ya algunos intelectuales suramericanos debatían si los deportes eran o no para personas con pensamiento crítico y los intelectuales.
Agitamos banderas, gritamos, nos movilizamos eufóricos intentando impresionar a los contrarios. No hay manera de entender por qué personas con conciencia crítica son capaces de durar hasta tres horas pegados frente a un televisor viendo un juego de béisbol. Es una de esas actividades que en ocasiones nos convierte en sujetos que actuamos de manera distinta a lo que realmente somos y nos distancia del mundo real.
El béisbol, igual que otros deportes, es una gran maquinaria de producción de dinero y entumece la conciencia de muchas personas. Concentra millones de gente en diferentes lugares del mundo. Esta industria moderna del deporte también nos oculta la realidad concreta manifiesta en los desencuentros de la sociedad, en las condiciones de pobreza de millones de dominicanos y de la comprensión crítica de las exclusiones sociales, políticas y económicas. Hablamos de una gigantesca industria del ocio que mueve patrocinios comerciales, cadenas de medios de comunicación, pequeñas redes de mercados informales, ventas de ropas, viajes, banderas, diseños gráficos, paquetes turísticos, sueldos multimillonarios de sus trabajadores (peloteros) y grandes ganancias para sus dueños, incluyendo empresas multinacionales como Adidas, Nike, Puma, ESPN, Claro, Orange, Fox, entre otras.
Sin embargo, el béisbol arroja en nuestro país una especie de sociedad utópica, porque nos tornamos simbólicamente iguales cuando nuestra selección participa en un Clásico Mundial. Todos nos aferramos a símbolos de identidad de lo nacional y el equipo se vuelve una expansión de nosotros mismos y la autoestima colectiva se amplifica. Cuando de los equipos locales se trata, se produce una transferencia de conducta similar a la política, hay un sentido de pertenencia irracional y pasional al equipo, llegando casi a lo tribal en ocasiones.
Haciendo una lectura positiva de este fenómeno cultural descubrimos que alrededor del béisbol se producen interconexiones que modifican la conciencia colectiva y la gente se redescubre en los otros considerados contrarios, pero en esencia es su amigo/a o pariente con quien se une a celebrar una oportunidad lúdica. Es una ruptura con la monotonía de lo cotidiano, es ocasión para celebrar y festejar juntos. El béisbol en nuestro país devuelve en muchos momentos el sentimiento de pertenencia a algo y la alegría frente a lo trágico del simbolismo y realismo político. El béisbol en nuestro país es ritualidad musical, es reencuentro con los amigos, los vecinos, el barrio, la familia. Es simbolismo vivificante porque los colores toman fuerza de identidad y pertenencia. El colmado y la casa del vecino se transforman en espacios extendidos de las familias.
Igual que algunas religiones de raíz popular, en el béisbol muchas personas socialmente excluidas encuentran un espacio de pertenencia y reconocimiento. El ciudadano descubre plazas abiertas donde puede hablar de lo que sabe y exhibir sus conocimientos técnicos de lo que en la educación formal no pudo encontrar. Incluso hasta en los medios de comunicación los simpatizantes del deporte encuentran sentido de pertenencia a espacios tradicionalmente reservados para una minoría. Sin embargo, no podemos dejarnos idiotizar ni hipnotizar. Al final de cada juego “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”.