A principios del Siglo XX las empresas privadas se entendían como agentes de desarrollo a partir de la realidad de que ofrecían empleo a una mano de obra urbana creciente y pagaban impuestos a Estados con necesidades crecientes de proveer de salud pública, educación, seguridad ciudadana, defensa militarizada y un servicio exterior que vele por los intereses del país en la orquesta que interpretaba ya desde ese momento el gran concierto de naciones.

Al pasar de las décadas, para superar la barra del buen ciudadano corporativo las empresas adoptaron la filantropía, donde asociaban su marca a la donación de dinero destinado a diversas causas de desarrollo social, como tales podrían ser el arte, la protección de niños huérfanos o el apoyo financiero a entidades académicas.

Pero como siempre hay un grupo de gestores e instituciones que quieren dar lo mejor de sí, la filantropía fue superada por la responsabilidad social corporativa. A este nivel, las empresas privadas asumen proyectos permanentes o con cronología de mediano plazo, con fines de abordar una necesidad identificada en la comunidad o la sociedad en general.

La responsabilidad social corporativa es un modelo de interacción con el público o un ejercicio de ciudadanía empresarial que se ha hecho común en el “doing business” dominicano, así como a escala mundial. Ante esta tendencia, ¿Cómo las empresas innovadoras pueden mantenerse a la vanguardia como agentes del desarrollo de su comunidad, de su ciudad  y de su nación?

La participación social empresarial trasciende al proyecto de responsabilidad, el cual seguirá siendo necesario, para que la institución, junto a sus gestoras y gestores, sean protagonistas de una transformación económica, política y ética.

Ya no se trata de asumir un proyecto desarrollista limitado a una causa o a una comunidad, la participación social empresarial consiste en la defensa de los valores patrióticos, éticos, productivos y políticos que la sociedad ha hecho suyos en el devenir de la historia nacional.

La institucionalidad de las empresas debe orientarse a aportar soluciones a las problemáticas colectivas de la comunidad, la ciudad y la nación. Por eso, por favor, permítanme presentarles cinco estrategias para incorporar este concepto en el ADN de la organización.

El Estado es de todos. Lo que ocurre a nivel gubernamental, el desempeño del congreso y el funcionamiento de la justicia también es del interés del empresariado, puesto que el clima de negocios guarda una relación directa con la eficiencia del Poder Ejecutivo, el buen discernimiento de los legisladores y la probidad de los jueces.

Proponer mejoras al servicio estatal en el rango de sus tres poderes no solo es oportuno  en cuanto que los empresarios son ciudadanos y ciudadanas que forman parte de la nación, sino un deber proveniente de asumir liderazgos en la participación social. 

Ponerse la camiseta. ¿Es suficiente apoyar con financiamiento un programa de responsabilidad social empresarial en una zona vulnerable sin visitar o involucrarse en lo que ocurre en esos alrededores que se pretende impactar? La respuesta es no.

Los grandes ejecutivos también deben ir a sembrar el árbol, a jugar baloncesto con los muchachos del barrio o asistir al concierto de esa banda de música de pueblo que se ha patrocinado. Si no, el público no creerá en el discurso ni en la memoria anual.

Luchar por la justicia. La inequidad social, la corrupción administrativa ni la evasión de impuestos pueden ser ajenas a los empresarios que trascienden a las cuentas de resultados para ser agentes de cambio social. Los hombres y las mujeres de empresa tienen la responsabilidad de colocarse del lado de la justicia en temas sensibles como la brecha digital o la disparidad de género.

Tomar posiciones de valor. ¿Tiene creencias religiosas? No tiene nada de malo defenderlas. ¿Tiene algún ideal social? Tome posición al respecto. A menudo a las gestoras y los gestores se les encorseta en el rol de administradores cuando en realidad son líderes que pudieran utilizar su influencia en la construcción de un mundo (y un país) mejor.

Perseguir una meta trascendente. No me malentiendan, la responsabilidad primaria de las gestoras y los gestores es liderar sus empresas con fines de que los resultados financieros y operativos sean excelentes. ¿Pero es esto suficiente para cumplir con nuestra responsabilidad? Les invito a perseguir una meta con mayor trascendencia: Legar a nuestras hijas y nuestros hijos un país mejor.

La participación social empresarial conlleva un nuevo paradigma donde el liderazgo corporativo comparte su eficiente en virtud de un bien mayor, del desarrollo colectivo.