En el análisis que realiza Arendt de las actividades humanas, la autora se da cuenta de que la bondad es aquella acción humana que quiebra su esquema de análisis de las tres esferas. Diferenciar la bondad de lo “bueno para” y de lo “excelente” ayuda a restringirla a su génesis cristiana de “hacer el bien” o realizar buenas acciones. La bondad absoluta es aquella acción en la que el agente de la misma permanece oculto porque, de lo contrario, se destruye a sí misma. La bondad reniega de la publicidad, de lo público y exige que el acto bondadoso sea realizado bajo secreto, fuera de la vista de todos ya que tanto el beneficiario como el benefactor desean, en sano juicio, que la necesidad que le da origen permanezca en la esfera privada.

Recordemos que para Arendt En la Condición Humana (Paidós, 2010) tanto la esfera privada como la pública están determinadas por un conjunto de actividades humanas que la caracterizan. La esfera privada es el ámbito de la “privación”, de lo que hay que ocultar bajo el resguardo de las paredes del hogar. Lo privado es el reino de la necesidad; allí se juega el fruto de la labor de nuestras manos que permiten mantener la vida. En cambio, la esfera pública, en tanto que un “entre” los hombres, es el espacio para la acción humana, para la vida política y la permanencia a través de la memoria. En este sentido, la acción no está bajo el influjo de la necesidad, sino de la libertad y, por ende, realiza el milagro de crear o la posibilidad de crear constantemente algo nuevo. Entre la labor y la acción está el trabajo como traspaso de una esfera a otra.

Lo paradójico de la bondad es su llamada a lo público en vista de que es destinada a otro; pero igualmente posee la exigencia a permanecer en lo privado so pena de perder su sentido. La acción bondadosa posee su fin en sí misma, por tanto, una vez realizada debe morir, debe resultar efímera a los ojos tanto del benefactor como del beneficiado porque “resulta manifiesto que en el momento en que una buena acción se hace pública y conocida, pierde su específico carácter de bondad, de ser hecha solo en beneficio de la bondad. Cuando esta se presenta abiertamente, deja de ser bondad, aunque pueda seguir siendo útil como caridad organizada o como acto de solidaridad” (p. 89).

Arendt es más radical cuando señala abiertamente que “si no quiere ser destruida, solo la bondad (en contraste con el amor a la sabiduría) ha de ser absolutamente secreta y huir de toda apariencia” (p. 90). Por eso es que cada vez que vemos la publicación de un acto bondadoso en el que siempre hay una carencia de por medio, el carácter de bondad se transmuta en exhibicionismo altanero y mediocre.

Publicar un acto de bondad es dar a la vista de todos lo que debe acontecer en privado. Aquí es cuando lo público se deja arropar por lo social en sentido negativo. Digo en sentido negativo porque la modernidad construyó un tercer espacio para las actividades humanas, lo social. Pero lo social en sentido negativo es trastocar lo específico de las esferas; llevar a una lo que debe mantenerse en otra. La primacía de lo social subvierte la acción bondadosa en dádiva manipuladora y en dispositivo para obtención de lo mismo: el dador desde su posición acomodada debe mantener siempre la necesidad del carente. Por eso es que cuando la acción bondadosa se torna social se convierte en enajenación.

La bondad no tiene cabida en la esfera política, la niega rotundamente. Políticamente hablando prefiero a un sujeto íntegro y apegado a la ley que a un benefactor o salvador mesiánico augurando tiempos de notable mejoría bajo la promesa de la conquista del poder.

La bondad es una virtud que exige demasiada humanidad, pero no es una quimera inalcanzable. En tiempos de notable diferencias sociales, la acción bondadosa tiene que ser más que un gesto y debe estar animada por la solicitud que trae el imperativo ético de una vida buena en instituciones justas. Lo demás debe ocultarse ante todos.