La pandemia producida en el mundo por el coronavirus COVID-19 ha generado, como parte del pánico, una corriente de pensamiento radical que afirma que TODO HA CAMBIADO y que NADA SERA IGUAL. Yo no estoy de acuerdo 100% con que eso sea así o vaya a ser así. Es parte de un discurso desesperanzador, derrotista.
Hay que tener cuidado con ese juicio de que «lo ha cambiado todo, porque, de repente, debido al poder psíquico que siempre acompaña toda opinión humana, estaríamos cambiando ¡todo! aquello que atañe a lo más hermoso del ser humano, que es el afecto, el amor.
Estaríamos permitiendo, por ejemplo, que el «distanciamiento social» (que debería ser «distanciamiento físico») se convierta en «distanciamiento afectivo», lo cual sería muy grave. Eso constituye una peligrosa amenaza para la confianza hacia el otro, ante sí mismo, entre todos los seres que formamos la HUMANIDAD. ¡Atención a los psicólogos sociales! Tienen un gran trabajo que realizar en el mundo en este sentido.
Los negociantes y los inversionistas capitalistas de las grandes corporaciones, los fabricantes de armas biológicas y los mercenarios de la tragedia humana, obtienen grandes beneficios económicos y políticos con toda esa ola de pensamiento paranoico, desesperanzador, que domina al mundo en la actualidad y que nadie sabe aún con exactitud por cuanto tiempo seguirá así, lo cual viene a agregarle a esa corriente de pensamiento cargado de temor otro ingrediente negativo: la incertidumbre.
No creo que todo haya cambiado ni tampoco creo que todo cambiará porque ningún virus, por más poderoso y aterrador que sea, podrá contra el amor. Tampoco contra la voluntad que a través de la historia ha puesto de manifiesto el ser humano: la voluntad de levantarse y superar las amenazas más terribles contra su propia existencia.
Creo en la esperanza porque creo en el amor.