Removiendo capas de pinturas en una pared cualquiera, constatamos el deterioro ocasionado por el tiempo en la estructura. Sin retoques de colores, ya no se ocultan los defectos. Algo parecido sucede con esta pandemia, que expone al desnudo las deficiencias crónicas de esta y otras sociedades.
No es que no supiésemos anteriormente la existencia de nuestras carencias, sino que ahora, con la tragedia sanitaria, han quedado dramáticamente expuestas. No se pueden esquivar con retóricas ni juegos demagógicos. Están ahí, sin tapaderas. A modo de recapitulación, recordaré algunas de ellas.
Si bien es verdad que esas deficiencias pueden ocurrir en otras naciones – incluso desarrolladas – en la nuestra son más graves, trágicas, y crónicas. Incluiré el sistema sanitario, la educación pública, el civismo, la tecnología, la medicina privada y el mal gobierno. Un buen resumen de lo que dimensiona el Covid-19.
Nuestro sistema sanitario sufrió desamparo y pillaje sin consecuencias ni arrepentimiento. Los gobiernos concentraron gran parte de la inversión estatal en edificaciones y equipamientos, muchas veces inconclusos o de calidad cuestionable y, pero aun, criminalmente sobrevalorados.
Médicos y enfermeras mal pagados, carencias de medicamentos básicos, déficit en la atención primaria y escasa cobertura. Una salud pública huérfana y desorganizada, saqueada y desdeñada. El desprecio al bienestar público fue enorme. Por ventura, el nuevo mandatario dispone medidas contundentes para revertir esos males a corto y largo plazo.
La medicina privada sintonizó con la masiva infección, implementando consultas y servicios virtuales, “telemedicina”, reduciendo así la contaminación de médicos y pacientes. Retomaron las casi olvidadas visitas al hogar, facilitando el aislamiento y el cuidado a los envejecientes. Respondieron adaptándose a la crisis. Probablemente esos cambios prevalecerán en el futuro. Descubrimos que la sanidad pública puede trabajar en armonía con el sector privado en beneficio de la población.
Con la llegada del virus, se impuso una educación a distancia con novedosos programas de enseñanza. Este esfuerzo, de carácter revolucionario, removió al ministerio de educación y a la ciudadanía. Esa conmoción sacó a flote las imperdonables negligencias de administraciones pasadas. Ya lo venían diciendo los indicadores internacionales, al otorgarnos las peores calificaciones en calidad educativa. El despilfarro de fondos y la ineficaz planificación dejaron a nuestra juventud mal educada.
Consecuencia directa de la paupérrima educación pública, anda por ahí una caterva de analfabetos funcionales, gente sin civismo, indisciplinados e irrespetuosos de la ley. En ellos, la pandemia encuentra un peligroso caldo de cultivo, obligando a las autoridades a utilizar drásticas medidas preventivas para contenerlos.
En cuanto a tecnología, el asunto es sencillo: nuestros estudiantes aprenden de espaldas a la modernidad. El intento de educación virtual dimensionó la falta de conectividad y carencias cibernéticas entre los escolares. Una carencia inexcusable. Nuestros maestros adolecen de iguales deficiencias.
A lo anterior, debe agregarse la pobreza y el desempleo, pues dificultan cualquier esfuerzo sanitario, educativo, o tecnológico. Tampoco podemos dejar a un lado la desnutrición, una retranca del sistema poco mencionada.
Un panorama espectral en una crisis sin precedentes, eso es lo que le toca al nuevo gobierno enfrentar. Combaten, no solo el virus, sino también la herencia desastrosa de gobiernos anteriores. Si algo queda claro en todo esto, es el papel fundamental que deben jugar los gobiernos.
Durante décadas, cada presidente y cada partido apenas dieron retoques o aplicaron “paños con pasta” a los males existentes. Dejaron podrirse las estructuras del desarrollo social. Mucho de lo que ahora vemos y sufrimos durante esta infección paralizante y mortal, es peor por el legado infame de administraciones anteriores. Abandonaron la educación, la salud, la tecnología, el respeto a la ley, el civismo ciudadano, y el bienestar de las mayorías.
Luego de la segunda guerra mundial – y esta pandemia puede ser más trágica – existió en toda Europa un sentimiento generalizado de que había llegado la hora de hacer lo mejor para esos millones de personas que tanto sufrieron durante la contienda, y que fueron defraudadas por sus líderes anteriores. Con esa reflexión comenzó la reconstrucción europea.
Cuando esto pase, y pasará, los dominicanos debemos mantener también un espíritu reconstructivo .Exigirle al gobierno actual auténticas reformas, y tenerlo bajo vigilancia para evitar que vuelvan a retocar los males nacionales con sencillos coloretes.