En Puerto Rico hablar de Joserramón “Che” Melendes es ante todo sinónimo de provocación. A Melendes se le debe mucho; lamentablemente, su legado pasa las más de las veces desapercibido. Pienso, por ejemplo, en su activismo cultural, que le ha valido a la historia literaria puertorriqueña el redescubrimiento de poetas fundamentales como Juan Antonio Corretjer y José María Lima. Qué no decir de su papel en la difusión de las voces más importantes de la poesía de los años setenta y ochenta en la isla hermana. Es posible conjeturar que el ninguneo al que se ve sometida su figura se debe a la imagen de niño terrible que critica por igual tanto los cenáculos académicos como el anacrónico estatus colonial de Puerto Rico. Pero de todas estas facetas quizá ninguna resulte tan controversial como la tentativa de revolución lingüística que promueve Che con su propia escritura. En efecto, Melendes practica una ortografía alternativa y a su juicio más “lógica”, puesto que intenta reproducir la naturaleza de la lengua hablada.

Sin duda su libro más ambicioso es La casa de la forma, publicado en 1986 en ejemplares numerados y encuadernados a mano. La portada y contraportada de cada ejemplar consistía en una pieza artística única. La segunda edición de 1997 intenta retomar en algo esta propuesta del libro-objeto con la repetición del trabajo artístico en la encuadernación. En lo que respecta al contenido, uno de los posibles niveles de interpretación tiene que ver con esa ortografía particular que ejercita Melendes. Este gesto de experimentación tiene sus antecedentes directos en Cortázar, Juan Ramón Jiménez y Andrés Bello, pero Melendes parece proponer una transgresión mucho más radical, puesto que intenta minar la autoridad de la escritura desde su propia materialidad. Para ello recurre a una “mala escritura”, para usar un término empleado por Julio Prieto, que simula una transcripción de la oralidad.

En la carta-epílogo de Cintio Vitier a La casa de la forma el cubano entiende este aspecto de la poética de Melendes del modo siguiente: “Joserramón lo que quiere sobre todo es meter el habla en la escritura de tal modo que ésta se revele por ello mismo indestructible, hierática, incurablemente icónica y desde luego sin remedio egipcia”. Una forma de matizar esta idea consiste en señalar el itinerario de un sujeto en proceso de forjación que se abre paso en medio de esa tensión entre oralidad y escritura. El viaje de ese sujeto se inicia, por supuesto, con la identificación del otro que habla. Ese reconocimiento genera un residuo que viene a ser el material poético, y que se caracteriza principalmente por ilogismos, lapsus, quiebras del sentido, “mala escritura”.

El catálogo de influencias que muestra Melendes en sus textos revela una tradición elaborada de forma consciente a la manera de T. S. Eliot, Pedro Henríquez Ureña y Jorge Luis Borges. Una explicación de esta dinámica aparece en el poema “El legtor”: “Ser Góngora, ser Borges, ser Omero,/ ser lo qe no se puede ser por sido;/ ser instantáneamente el rostro erbido/ de la sera perdida en bronses fieros”. Tan importante es el catálogo de fuentes que La casa de la forma empieza con citas de Jorge Guillén, Chaucer y Jorge Suárez. Luego se incluye una breve arte poética: “Esto no son palabras: son pedasos de biento/ agrupados en torno de una sílaba de aire:/ el fulcro madre inmóbil i la trensa del ridmo,/ cabesa i trensa, ueco i agua: el berso es un pulpo”. La imagen del pulpo para describir la naturaleza usurpadora del verso también puede reflejar la indefinición de esa voz que se desplaza a lo largo del poemario.

En “El poeta desata su nombradía”, el sujeto parecería aceptar su indefinición como el requisito obligado de la realidad del poema en el sentido de que éste se convierte en la única instancia de plenitud: “Si alguna bes bisita lo qe e escrito/ de todo lo que tube (o tubo) i pasa,/ puede qe se conserbe este soneto”. La permanencia de la palabra escrita como resultado directo de la condición de indefinición del sujeto creador activa otra forma de inquietud. Ahora la condición indefinida del sujeto reclama un producto inapelable.

“Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar”, sostiene el Maurice Blanchot de El espacio literario, y Melendes recupera en su poesía: “Afuera el mundo bibra su aposento/ como si fuera su asento el qe bibrara/ I en todo esta pasión de nube rara/ de aprisionarlo todo: Lo qe cuento…/ No ai brida que se atreba, el esperpento/ me amaga, atisa, sierra, toma cara./ Condena es este empuje”. La cita anterior pertenece a la quinta parte del volumen, titulada “La casa de la forma (teoría)”. Aquí el autor se entrega a la explicación de su proyecto. En el tercer poema de la serie “Afueras”, por ejemplo, el hablante exclama: “Es difísil dudar de la materia,/ es difísil morir de la otredá,/ es difísil tener cualqier edá/ que la propia, i es difísil la arteria/ de las cosas torser, la fuerte feria/ de fieras y payasos y eqilibrios”. El poeta, a la José Lezama Lima, hace de la dificultad el móvil de su actividad creativa.

Para la indefinición del sujeto poético queda la materialidad del decir como forma de comunión con la alteridad (“No tengo otro/ remedio qel soneto i qe lo otro”). El sujeto enfrenta una situación en la cual, para llegar al otro, necesita la materialidad de la forma poética. Pero esa materialidad no se traduce en condición de plenitud: “Mi bida se a basiado de sentido/ se a yenado de formas, resipientes/ sin contenido i se an creído su suma/ un nuebo contenido continente./ yo no soi nadie ya, yo no soi nadie./ Solo qedan las palabras de desirlo”. Así las cosas, el poema que debiera ser remedio termina siendo el espejismo de esa cura. La constatación de ese fracaso, no obstante, levanta un monumento estético al cual apenas se le ha prestado atención crítica.