La palabra hace libre a la persona que domina la lengua sin abusar, pero hace esclava a la gente que pretende sujetarse estrictamente a su sentido literal. Y decimos “pretende sujetarse” porque atenerse ciegamente a lo literal es imposible en la mayoría de las circunstancias. Engañamos, o nos engañamos, cuando alegamos ser siempre fieles a la letra, quedando atrapados en las cadenas de la literalidad, ignorando el gran valor figurativo del lenguaje. Precisamente por eso es que debemos asegurar que todos los ciudadanos alcancen un avanzado nivel de comprensión lectora, y no permanezcan encadenados al primer nivel de lectura literal.
El traductor sabe lo engañoso y hasta peligroso que es ceñirse a representar un texto literalmente palabra por palabra en otro idioma. Ni siquiera las traducciones judiciales y técnicas funcionan vertiendo cada palabra individualmente en su “equivalente” en el otro idioma, pues se pierde o tergiversa el sentido del escrito utilizando ese procedimiento falaz. El traductor traiciona el sentido del texto al obligarse a una labor mecánica de transcripción o transliteración de palabras, pues traducir requiere comprender (interpretar) el texto antes de obrar. Traducir es utilizar la expresión justa para representar en un segundo idioma lo expresado en la lengua original, y no se debe realizar palabra por palabra. Por eso la traducción se denomina también interpretación, sobre todo en su versión oral.
Peligroso es también abordar todos los textos de igual manera. No podemos leer las instrucciones para operar un artefacto electrónico en son de alegoría, pues así no tendremos mucho éxito en hacer funcionar correctamente el dispositivo. Leer escritura sagrada como texto historiográfico acarrea serios trastornos para su cabal comprensión. La oratoria política frecuentemente suena a fábula o ciencia ficción, pero su correcta lectura requiere de herramientas lingüísticas diferentes para su mejor interpretación. Cada texto tiene un abordaje particular que se ajusta a su naturaleza e intención, y es tarea del lector descifrar el código apropiado para su lectura.
El texto indica su clave de lectura por medio de su forma, el tono del escrito, el autor y su obra, el contexto y un sinnúmero de otras pistas que incluyen las ilustraciones que lo acompañan y el medio en el que se publican. El lector debe sopesar todos estos factores en su labor de comprensión del texto, y aún más el escritor al momento de hacer pública su obra. El lenguaje figurativo puede ser muy poderoso en ciertas circunstancias, y no tanto en otras. No es elegante alegar que el texto que todos han entendido de una manera, en realidad fue escrito con otra intención completamente distinta. Además, esta excusa siempre suena a mentira cuando proviene de una persona de presumible avanzado nivel educativo y dirigiendo un conglomerado importante.
Al leer un escrito del director de un periódico de circulación nacional titulado “Soñando como Guacanagarix…”, que versa sobre el “presidente de la Asociación de Aspirantes a viajar a un país que hable inglés y tenga un presidente rubio (Asvipahainpreru)” solicitando vía el embajador dominicano en Washington una entrevista con el presidente Trump en la Casa Blanca (y más escandaloso aun, Trump concediendo la entrevista de una hora a los farsantes criollos), el lector debe reconocer de inmediato que el absurdo sueño no es un reportaje periodístico narrando hechos verídicos ni broma de mal gusto, sino un escrito satírico con algún mensaje ulterior. El editorialista ha exagerado al absurdo para alertar al lector y asegurar el correcto abordaje al texto, y sobre todo a su comentario final. El lector sabe que no se trata de una pesadilla real del editorialista, sino de un artificio literario que es muy distinto a un texto que pretende ser literal. El texto además apela al conocimiento del lector sobre el postulado “complejo de Guacanagarix”, sin depender solo de esa alusión para hacerse entender. Para la mejor comprensión del texto, hay que tomar en cuenta el tono y el contexto, inclusive otros escritos del autor en el mismo espacio, que contrastan fuertemente con este “sueño”.
La complejidad e importancia de la lectura comprensiva se manifiestan en el hecho de que su aprendizaje se inicia en la infancia y continúa en todos los niveles educativos, y más allá, durante toda la vida. Su trascendencia radica en que es la madre de todos los demás aprendizajes, pues el dominio de la lengua es imprescindible para todas las disciplinas académicas, incluyendo la matemática. Además, la lectura comprensiva y crítica nos permite valorar en su justa dimensión la expresión literaria, la palabra precisa y acertada en el momento oportuno, fruto del cultivo intensivo de múltiples recursos lingüísticos. Es un placer liberador que desconoce el lector que aborda todos los textos con la visera de la lectura literal.