La literatura dominicana producida en los Estados Unidos necesita hoy de una historia no solamente literaria, sino también, social, vital, contextual y cultural. El autor dominicano que por diversos motivos vive y labora en USA, construye en la cotidianidad una historia marcada por diferentes acentos y diferentes caminos que, por lo regular, inciden en su creación verbal y en su mundo específico de la vida. De ahí que la literatura que allí se produce debe ser analizada y reconocida tanto en texto, como en contexto de producción o productividad.
La poesía escrita por los autores que se perfilan en varios oficios, admite además una lectura que por su significación revela un orden plural, temático y hasta rizomático. Lo que en este tipo de poesía se lee, no son simplemente estructuras expresivas de superficie, sino, más bien, estructuras rítmicas y poéticas de profundidad.
En este sentido, cuando la poesía rizomática, pluriexpresiva y pluritemática se extiende o entiende en el marco de un modo libre de la lectura, sus focos de visión promueven también el contenido, o, los contenidos sentientes, sociales y culturales presentificadores del orden formal y significativo del poema. El texto poético es, en este sentido, testimonio, documento, contexto de habla expresiva, individual, ideolecto, pero además, permanencia, presentificación autotélica del acto poético.
Los artefactos poéticos que conforman la antología titulada La palabra como cuerpo del delito (Ed., Centenario, S. A., Santo Domingo, 2001, Col. Biblioteca Nacional, Dr. Pedro Henríquez Ureña, Serie Poesía, No.3), no se constituyen como poemas entendidos en el orden genérico estable del poema, sino más bien, como textos y metatextos instruidos por la metacultura diaspórica y el registro crítico posvanguandista, observable en la poesía continental de los últimos treinta años.
La comprensión del poema, en el caso de esta antología, se pronuncia allí donde el lector adquiere categoría estética y sociocultural. El registro que se reconoce en la poeticidad de estos textos, se afirma en la concepción fenomenológica del mundo de la vida “vivida”, convertida en el mundo reservado del autor, entendido éste como tipo-presencia de un testimonio experimental y metacultural.
Una estética del fragmento y de la fragmentación se impone en la vocalidad y la polivocalidad del texto poético que, en el caso de esta obra coral, no se ajusta a ningún tipo de preceptiva genérica. Lo que en esta antología se quiere puntualizar es la poesía como testimonio del ser fragmentado, des-constituido, des-centralizado, entendido como sujeto deconvertido que recombina los usos poéticos de la tardomodernidad o la llamada poesía de signos expresivos en contacto. Se trata, pues, de aceptar y producir la poesía como medialidad expresiva en movimiento, y, no solamente como fin.
Ironía, mordacidad, marginalidad, documento, testimonio diaspórico, se deslizan en el arqueado poético-sintagmático y poético-paradigmático, presentado por los poetas y editores (o encargados de edición) de esta antología, que representa, mayormente, la poesía “marginada” de los dominicanos residentes en Manhattan, y así lo expresa Diógenes Abreu:
“Este texto es simplemente una reseña analítica de algunos aspectos de la poesía marginada de los dominicanos residentes en Nueva York, mayormente en Manhattan… (p. 219).”
A manera de epílogo (sin embargo y ya percibido en las notas introductorias a los autores, además en el agradecimiento, dedicatoria, Reseña histórica sobre CEDIBIL y PEC, firmada esta última por el poeta José Segura, Vid. pp. 2-8), el ojo dialógico y protestatario al óleo transmoderno se observa, se interpreta y se hace evidente en el argumento de Abreu:
“Mi propósito es argumentar que esa poesía no ha sido reconocida y llevada al público, no porque le falte calidad literaria (valorización esta de por sí subjetiva), ni porque exista una escasez de textos para sustentar un análisis sobre la misma, sino porque quienes la han ignorado parten de criterios prejuiciados y tendenciosos sobre lo que es o no digno de ser reconocido y promocionado. Me anima sugerir que la exclusión y omisión no han partido de concepciones a tono con las rupturas perceptivas (¡!) que actúan contra las maneras tradicionales de evaluar una obra de arte como producto de un sujeto social.” (p. 220)
“A nosotros, los de la poesía marginada, por no ocupar un lugar al lado de la élite intelectual incrustada en las academias educativas y los círculos de control de recursos comunales, se nos ha negado un merecido lugar en la historia de la literatura dominicana en EUA. Pero más que nada, se nos ha querido “castigar” por nuestra irreverencia al poder y sus estructuras de amarre. Para tal “castigo” han intentado usar el pretexto de que nuestro producto literario no reúne la calidad y trascendencia necesaria para el reconocimiento que debe dársele a nuestro trabajo.” (p. 221)
Este fragmento que por su señalamiento resulta cuasi-programático, llama la atención sobre un contexto de producción y al mismo tiempo, sobre ciertas realidades del mundo literario dominicano a lo interno y a lo externo de dicho mundo. Se trata de una querella muy común que se hace visible, no solamente en el caso dominicano, sino también, en el caso de todos los grupos o territorios etnomarginales con representación en las metrópolis, y, en nuestro caso, en los Estados Unidos.