Esperando al presidente Biden, en Bruselas se especula mucho sobre la nueva relación transatlántica. Como si al otro lado del Atlántico solo estuvieran los Estados Unidos de América. Sin duda, la relación de la Unión Europea con Washington es clave, pero no debemos olvidar la “otra relación transatlántica”, la que nos une con América Latina y el Caribe (LAC).

Europeos y latinoamericanos somos, en muchos aspectos, los pueblos más afines del mundo. Compartimos historia, idiomas y valores socioculturales. Disponemos de una densa red de vínculos institucionales, con acuerdos de asociación con 27 de los 33 países de LAC. En la actualidad, 6 millones de ciudadanos de ambas regiones viven a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, la relación entre la UE y LAC sigue estando muy por debajo de su potencial. En 2021, se cumplirán seis años sin que se haya celebrado una cumbre entre las dos regiones. Y en el Parlamento Europeo, los debates políticos sobre LAC se suelen reducir a Venezuela y Cuba.

Según Eurostat, la UE es el principal inversor en LAC con casi 800.000 millones de euros de inversión directa acumulada a finales del 2018. Aunque pueda sorprender, representa más que la suma de lo invertido en China, India, Japón y Rusia juntos. Una realidad bastante desconocida. Dichas inversiones se concentran en sectores estratégicos como las telecomunicaciones o la energía. En cooperación al desarrollo, la UE es el principal socio en la región y el primer proveedor de asistencia humanitaria. Y somos el tercer socio comercial, detrás de los EEUU y China, que nos ha adelantado.

Juntos, los países de la UE y LAC representamos casi un tercio de los votos en las Naciones Unidas. Ambas regiones coincidimos también en la defensa del multilateralismo y compartimos las prioridades de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.

LAC está sufriendo con especial dureza los efectos de la pandemia del COVID-19, que ha pasado de ser una crisis sanitaria a una crisis política y de desarrollo. Con el 8% de la población mundial, la región registra un tercio de las muertes a nivel mundial y la mayor recesión de su historia. El alarmante aumento de la pobreza y la desigualdad pueden representar otra década perdida para LAC. Estas circunstancias deberían llevarnos a potenciar nuestra relación y demostrar una solidaridad de hecho, reforzando los lazos que impulsen un desarrollo sostenible y equitativo. Hemos movilizado urgentemente 2.400 millones de euros para ayudar a la región a hacer frente a la pandemia, pero en términos relativos a la magnitud del problema, es una parte menor del total mundial.

Ahora más que nunca la UE debe colocar a América Latina más alto en su agenda política. La reciente reunión ministerial en Berlín de 50 ministros europeos y latinoamericanos, virtual como mandan las circunstancias, ha sido un primer paso para impulsar una nueva dinámica en temas fundamentales como la cooperación frente a la pandemia y para una recuperación económica sustentada en mejores bases sociales y ambientales, reduciendo la pobreza y la desigualdad. La recuperación no solo tiene que ser verde y digital sino sobre todo social.

La cuestión ambiental es especialmente importante porque América Latina alberga el 50% de la biodiversidad mundial y la selva amazónica, uno de los grandes pulmones del planeta. Revertir la desforestación del bosque amazónico es una de las cuestiones de mayor preocupación mundial. El cambio climático tiene efectos devastadores como los causados por los ciclones en el Caribe. Necesitamos incrementar la ambición climática en nuestras regiones y del mundo de cara a la COP26 en 2021.

Igualmente, debemos promover una alianza para aprovechar las oportunidades de la tecnología digital al servicio de las personas. Un potente ejemplo de los beneficios de trabajar juntos hacia una mayor conectividad entre nuestras regiones es el nuevo cable submarino transatlántico de fibra óptica, conocido como Bella, que será una autopista digital para el conocimiento y el intercambio de datos entre nuestros países.

Pero hay que pasar de las palabras a los hechos. Tenemos que ratificar en 2021 tres ambiciosos tratados de última generación, incluyendo aspectos políticos, de cooperación, comerciales y desarrollo sostenible. Me refiero a la modernización de los acuerdos de asociación con México y Chile, que tan buenos resultados han dado, y al acuerdo con Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay), que llevamos más de 20 años negociando.

En junio del 2019 se alcanzó un acuerdo sobre la parte comercial del acuerdo con Mercosur y en julio de este año sobre la parte política y de cooperación. Se trata del mayor acuerdo de asociación alcanzado por la UE. Su ratificación supondría un punto de inflexión en nuestras relaciones con LAC contribuyendo significativamente a la recuperación económica a ambos lados del Atlántico.

El acuerdo con Mercosur no debe considerarse como un mero acuerdo de libre comercio. La parte comercial es fundamental, pero no es la única. El acuerdo con Mercosur tiene una gran importancia geopolítica, relacionada con desafíos globales como la preservación del medio ambiente y la defensa de los derechos humanos y laborales. El acuerdo nos incita a cooperar en temas claves con nuestros socios latinoamericanos, comprometiendo a las partes a ratificar, e implementar, convenciones de la Organización Internacional del Trabajo y tratados internacionales como el Acuerdo de París contra el cambio climático.

Sin embargo, el panorama político actual no facilita su ratificación. La modernización de los acuerdos de asociación con Chile y México no debería plantear problemas, más allá de cuestiones técnicas pendientes de solucionar desde hace demasiado tiempo, así como el tiempo exigido para su ratificación por los parlamentos estatales y el Parlamento Europeo. Este último, en cambio, ya advirtió en octubre que no podría ratificar el acuerdo con Mercosur en su estado actual. Parte de la ciudadanía duda sobre los beneficios de un acuerdo con algunos gobiernos cuyas políticas no cumplen las expectativas, principalmente en materia medioambiental y deforestación.

Se trata de preocupaciones legítimas que exigen continuar un diálogo con todas las partes para encontrar soluciones que eviten un fracaso en el proceso de ratificación. Tal fracaso tendría un coste muy elevado, dañaría la credibilidad de ambas regiones y limitaría la influencia de la UE en una región donde la presencia de China es cada vez más importante. En Chile, las inversiones chinas en muchos sectores, especialmente en energías renovables, están creciendo enormemente y China ha sustituido a la UE como principal destino de la carne y la soja brasileña.

Los vacíos se llenan y no podemos pretender ser una potencia geopolítica o un actor global, como solemos decir, sin una sólida presencia en América Latina y el Caribe. Aprovechemos la oportunidad de revitalizar y modernizar nuestras relaciones con esa región con la que tantos lazos nos unen.