Hace tiempo que la delincuencia no se detiene ni siquiera ante una tumba. En el cementerio Cristo Redentor rompen los candados de los altares de los panteones familiares para robarse las flores, y los féretros deben ser dañados antes del entierro para evitar que sean robados. (El Estado Dominicano no puede ya ofrecer seguridad ni a los muertos.)
Al mismo tiempo, aumentan los suicidios como si fuéramos un país del norte de esa Europa con ciudadanos deprimidos de tanto futuro previsible, de tanta seguridad y tanta certidumbre. En 2005, en la Unión Europea hubo más fallecidos por suicidio (58,000) que por accidentes de tránsito (50,700). Aquí, solo entre el sábado y el domingo, seis personas se suicidaron. ¡Ahora sí que somos pobres! Que siempre digo.
Hasta finales del pasado siglo, nuestra pobreza material era terrible por los escasos servicios de salud, alimentación, educación, transporte. Entonces, avanzó la centuria, y con la democracia se logró ampliar la cobertura de todos esos servicios aunque en detrimento de su calidad. De repente, en pocos años, un mar de maldiciones le llegó a la sociedad dominicana. (Ahora somos pobres de pan y de alma al mismo tiempo. Ni pan ni sueños. Reunimos la pobreza de Biafra y la depresión de Finlandia, mientras leemos que un joven viola a su madre, unos chicos roban el altar de una iglesia, y otros matan una adolescente para robarle un celular.
Uno asegura que hemos tocado fondo en lo que al sistema político partidario se refiere a partir de las malas compañías, aves de mal agüero que acompañan a los dos hombres entre quien se encuentra el próximo presidente de la República; tal parece que ambos gustan de hablar de soga delante de ahorcados, como hablar de paz frente a Milosevic, de amor frente a tu olvido, ay, mujer. ("No vuelvas, lo que quiero es esperarte")
Pero en realidad el asunto es más grave, muchísimo más grave, y tiene que ver con que hoy la política es ya un vulgar acto empresarial a partir de una inversión con la cual ganar/comprar adeptos. A partir de esta verdad, lo más normal es que se busque dinero de donde aparezca y se practique el rentismo más vil, la donación como inversión.
Por eso, aunque ya existe la normativa jurídica para frenar la corrupción, esta no deja de crecer porque es el motor de la actividad política en un país con un mercado electoral que no quiere ideas ni propuestas, sino salamis, planchas de zinc, Renoves, nominillas, Pemes y otros versos. El damelomío es el programa de gobierno más solicitado del votante dominicano. Pero nada de eso es importante.
Lo más grave de la situación social de nuestro país es el estado de inseguridad, frustración, violencia e incredulidad que nos abate, el rencor de todos contra todos y hasta contra sí mismo, en un país que ha perdido su esencia fraterna y su vocación para la amistad, a tal punto que en Higüey, dos amigos se mataron a cuchilladas por culpa de una mala mano de dominó. (Si por eso fuera, ya los hermanos Villalona, Rolando, Jerónimo y Berci, allá en el Bronx, me hubieran fusilado cada verano por mi expresa torpeza en el juego.)
Sin seguridad, orden ni fe, ahora sí que somos pobres.