Elías Peguero apenas contaba diecisiete años de edad cuando murió su padre. El general Ludovico Andújar lo mandó a ejecutar por el único hecho de que  don Ramón Peguero era enemigo jurado  del régimen encabezado por el Tirano Mayor, a quien Andújar servía con una devoción  que no prodigaba ni a su propia madre.

Don Ramón Peguero fue ultimado de cinco balazos, después de salir de una reunión política efectuada en la residencia de don Cirilo Bencosme. Allí se trató un único y acuciante punto: cómo deshacerse del Tirano y su odioso régimen.

Los sicarios que ejecutaron la referida acción, llevaron de inmediato la sangrante encomienda al general, quien dispuso, por orden superior, que la víctima fuese sepultada en una tumba secreta de la cual sólo él y un grupito de sus sabuesos sanguinarios tuvieran conocimiento. De nada les valió a familiares y amigos reclamar el cuerpo de su muerto para darle cristiana sepultura, y luego ni siquiera se les indicó el lugar de la tumba adonde pudieran llevar flores y oraciones a su finado.

Así que alrededor de   una semana después de inútiles empeños por ubicar a su hombre, logró por fin localizarlo en  la galería de la casa de una tal Cándida Serrano, alias ¨Candita¨, una de las queridas predilectas del general

Después de un sinnúmero de humillaciones, a doña Graciela Vásquez, viuda Peguero, le fue permitido llegar hasta la presencia del general, a quien pidió entre lloros que por el amor de Dios y por la sangre derramada por nuestro Señor Jesucristo, le fueran entregado los despojos mortales de su esposo.

Ludovico Andújar, que era de conocimiento general que había sido vacunado para siempre de todo atisbo de bondad, le dijo de forma cortante a la viuda: “En este momento no puedo complacerla, mi señora. Cumplo órdenes del sacrificado conductor de esta nación, para quien los comunistas y los desleales no merecen ningún tipo de consideración”.

Doña Graciela Vásquez llegó a su casa sumida en un llanto y una frustración sin esperanza. El hecho provocó la ira de su hijo Elías, quien les juró a la madre y a sus dos hermanas que no descansaría hasta dar con la tumba de su padre y luego despachar a lo más negro y cálido el infierno el alma siniestra de Andújar.

Así que algunos días después, procurando no despertar sospechas, y sordo a los ruedos de su madre y hermanas, quienes les decían que dejara las cosas como estaban, para que no le fuera a suceder lo mismo que a su pariente, Elías Peguero se trasladó a una ciudad no muy lejana a la suya, desde la cual regresó un mes después con un revólver Colt 38, el cual adquirió luego del desempeño de oscuras labores que probablemente no habría ejecutado de no haber sido por su ardiente resolución vindicativa.

Así que alrededor de   una semana después de inútiles empeños por ubicar a su hombre, logró por fin localizarlo en  la galería de la casa de una tal Cándida Serrano, alias ¨Candita¨, una de las queridas predilectas del general. Allí, el alto jefe militar y tres  de sus compinches carniceros departían festivamente entre comidas, ron y juego de dominó. Oculto detrás de un árbol cercano, Elías peguero apuntó su arma en dirección hacia su objetivo, no sin antes persignarse tres veces y rezar un Padre Nuestro y una Avemaría, y encomendarse a la Divina Providencia para que no lo dejara fracasar en su legítima determinación. Sucedió que el gatillo del viejo Colt no quiso obedecer a la presión del dedo índice del tirador. Frustrado y aterrado, el joven huyó pero fue capturado enseguida, a tres cuadras del lugar del hecho y llevado de inmediato ante la presencia del general, quien de inmediato mandó a encerrarlo bajo un estricto régimen de hambre y torturas selectivas.

Una semana  después, el temible Ludovico Andújar mandó a buscar al muchacho prácticamente convertido en una piltrafa alienada, y frente a éste le dijo a un par de subordinados, en un inconfundible tono de fingida humildad:

“Por disposición del benevolente Padre de la Patria Nueva, les ordeno que lleven al joven a conocer la tumba de su padre, y que luego no dejen de hacerle la otra caridad de colocar sus despojos justo al lado de los de su progenitor”.