La semana pasada salió publicada en la columna “Seguridad Social para Todos”, bajo el título “El viacrucis de doña Elsa”, la historia de una señora nonagenaria que ha tenido que pasar, conjuntamente con su hija y nieto, por todo para poder cobrar una pensión, que mejor ni decir de cuánto es.
Dicha historia me recordó otra, que por coincidencias de la vida la protagonista, hasta el mismo nombre lleva. Esta doña Elsa, que arribará a los 94 años el próximo abril, vive con una hija y una nieta, pero ésta no cuenta con ninguna pensión. Doña Elsa, quien en la década de los cincuenta fue la fundadora de una escuela pública en el sector de Palmarito, en la ciudad de La Vega, en donde dejó gran parte de su vida, impartiendo docencia en tandas matutina, vespertina y nocturna (para adultos) diariamente, hoy en día ni siquiera tiene una pensión, de esas que uno no sabe si reír o llorar por el monto.
Esta doña Elsa, quien gracias a Dios, aún a su edad se vale por sí sola para caminar y su mente está lúcida, ha sido víctima de múltiples engaños, desde hace más de treinta años, por quienes le han dicho y prometido conseguirle una pensión por los años de servicio el magisterio, quedándose con toda la documentación que le han requerido sin hacer nada. Dicha pensión que nunca vio y debió renunciar hace más de diez años, porque cada vez que se le acercaba alguien con el tema, la ilusión y la esperanza primero, luego la tristeza y decepción le invadían.
Es doña Elsa un ejemplo que pone en evidencia a un Estado fallido, que no garantiza la calidad de vida a sus envejecientes, ya que ni seguro médico les otorgan y la salud público es un desastre. Revela un Estado ingrato conformado por gobiernos hipócritas y malvados, que se atreven a otorgar pensiones a personas que no la merecen por no haber trabajado en el Estado u otorgar sueldos de lujo a quienes son militantes del partido de turno de gobierno y/o a queridas de funcionarios.
Es el caso de esta doña Elsa, que nos pone a pensar y preguntarnos si vale la pena luchar y darse sin condición a la Patria. Doña Elsa no se arrepiente de esos años, a pesar de no tener pensión, de los engaños por parte de quienes le dijeron alguna vez que le ayudarían a conseguir ésta, nada de esto ha sido motivo para amargarla, siendo esto un ejemplo de aceptación de una realidad a la que todos estamos condenado a vivir, si es que llegamos.
Conozco muy bien el caso de esta doña Elsa. Mi orgullo, mi abuela.