La sociedad es una gran orquesta. Sigamos la analogía: La sociedad ha de ser eso, una gran orquesta sinfónica, estructurada y  organizada, con un funcionamiento de excelsa afinación. Veamos algunos de sus elementos constitutivos.

El corazón de una orquesta son sus músicos, protagonistas del hecho musical. Grupo de creadores que actúan concatenados entre sí, armoniosamente y que en la sociedad deberemos ser los hombres y mujeres desempeñándonos como un  coordinado equipo de transformadores sociales. Las partituras, es la composición musical hecha diversos documentos guías para la ejecución de cada instrumento. Estos reflejan la organicidad de las notas en el pentagrama que leídas o memorizadas, permiten la interpretación musical; así  mismo, en la sociedad  los programas, estrategias, proyectos, leyes y normas  deberán ser regidores del accionar social,  de la conducta y relaciones entre los hombres en la sociedad. Si la práctica social no se guía por ellos, no los implementa, será un desastre. Se arma no una gran obra social, sino un horrendo e desorganizado ruido social. Como en la orquesta, si un músico desafina, la música deja de ser tal para convertirse en ruido.

Los instrumentos musicales, medios de conversión en música de los sonidos expresivos e inteligibles,  y  de los silencios o pausas reflexivas que ayudan a la conciencia de lo que escuchamos, o sea, de nuestros actos en el caso de la vida social. En la sociedad, los instrumentos son las herramientas-recursos para el desarrollo social. Hay quienes mal utilizan los recursos. Otros, con sus actos negativos provocan desórdenes sociales. Esos, o se afinan o no formarán parte de la gran obra social que ontológicamente está impregnada de un sentido positivo.

En la sociedad, como en una orquesta no se debe improvisar, aunque todo está muy bien estructurado y organizado, son necesarias largas horas de ensayo antes de la presentación: corregir notas discordantes por aquí, lograr el tono adecuado por allá.  Lo mismo ocurre en el funcionamiento social: no improvisar sino implementar lo planificado en los Planes Plurianuales o en la Estrategia Nacional de Desarrollo. Debieran  tenerse experiencias pilotos. Hay que prever posibles errores, amenazas y debilidades y así evaluar y medir el impacto que tendrán en la transformación social.  Evitar las acciones por campañas políticas circunstanciales y estériles.

Ya está organizada la gran orquesta. Pero…, los músicos se miran unos a los otros y no saben quien empieza primero, falta alguien que los dirija. El director de orquesta indica el justo tiempo de entrada y de interpretación; con su varita no mágica sino inteligente, sube-baja, derecha-izquierda. ¡Taaan juguetona! Se mueve al compás del cuerpo y alma del director como nos enseñan los maestros José Antonio Molina, Andrés Vidal, Dante Cucurullo y otros; así mismo debiera hacer el Presidente de la sociedad que es decir del país. También, este director de la orquesta social con su batuta, indicará y tomará decisiones tácticas y estratégicas por el desarrollo.  Señala a cada músico, digo, a cada ministro cuándo entrar en acción, qué hacer, en qué tiempo hacerlo y cómo hacerlo. Por supuesto, cada artista ¡Perdón! Cada ministro ha de imprimirle su sello personal. Todos debieran accionar coordinados entre sí, en un gran concierto de políticas públicas integradas, como un gran equipo para  cualificar el funcionamiento social.

¿Qué sería de una orquesta sin escenario?  Para una sociedad los contextos sociocultural, histórico y medioambiental son imprescindibles escenarios. Esos son basamento y ambientación. No hay obra social posible sin asumir las características de sus tridimensionales escenarios. Hay que reconocerlos, conservarlos, protegerlos y defenderlos. De no hacerlo, el concierto social estaría en grave peligro, carecería de arraigo, de una mixtura social rica y bien aderezada con el salero que nos da el Mar Caribe y el sabor dulce-amargo de la historia y las intensidades de nuestro trópico. ¿Y qué sería de una orquesta sin un público? El público de la orquesta social, somos todos, porque podemos ser creadores o espectadores de la obra cultural. De hecho, se dice que cada dominicano lleva un músico dentro. En ocasiones hacemos de músicos y en otras de público. En la sociedad funciona igual, somos objetos y sujetos de la transformación de una sociedad, depende de las circunstancias y de los roles que desempeñemos.

Una orquesta es alegoría de compactación, armonía y sublimidad. Sus obras ennoblecen el alma de quienes las escuchan. La sociedad deberá ser símbolo de relaciones armónicas de los hombres y mujeres que las integramos, en pos de despertar la creatividad  y sensibilidad de quienes en ella aman, padecen, sueñan y hacen música en cada uno de sus días. Hagamos mejor música con esta gran orquesta social a la que pertenecemos, a la que nos debemos y por la que deberemos luchar.