Estética, reflexión e intuición artístico-filosófica orientan los primeros escritos de Pedro Henríquez Ureña sobre creación, recepción y mensaje de  obras de arte. La visión que se hace expresa, sensible y legible en el producto artístico-visual de la modernidad crea sus cauces estéticos.  El movimiento intencional del arte del siglo XX se reconoce como acción, sentido y productividad, siendo éste propiciador de contenidos de subjetividad desarrollados como materia, producto, significación y proceso.

A comienzos del siglo XX, las primeras vanguardias facilitan ideas, instrumentos teóricos y críticos creando una travesía con cardinales que desde el dadaísmo, el constructivismo, suprematismo, futurismo, surrealismo, expresionismo y otros se difundieron en Latinoamérica y el Caribe.  En el marco del “momento presente” entre 1920 y 1940, pero también, previo a dicho momento, Henríquez Ureña había publicado sus Ensayos críticos (1905) y sus Horas de estudio (1910), donde hacía referencia a elementos artísticos de la modernidad originaria y de comienzos del siglo XX.

Sin embargo, nuestro autor recorrió la tradición clásica y la moderna logrando un puente importante entre creación clásica y creación moderna, leyendo también lo moderno en lo clásico y lo clásico en lo moderno.  Sus reflexiones sobre buen gusto, mal gusto, épocas, climas, sentido de la belleza, se hacen legibles en textos culturales y artísticos publicados en revistas y periódicos de diversos países.

PHU publicó un Fragmentarium titulado “En la orilla” (Ver Boletín de la Universidad de Buenos Aires, 1921, III, Época IV, No. 6, pp. 7-9; cfr. En OC, Tomo V, 1978, UNPHU; Ed. Juan Jacobo de Lara), donde podemos advertir algunas reflexiones estéticas asumidas y tratadas como parte de su concepción del arte, la cultura y el sujeto:

“El buen gusto es natural. El mal gusto se adquiere por hábito, por diario contacto, desde la infancia, con las cosas mediocres.” (Op. cit. p.69).

La relación entre gusto, época y arte se puede apreciar en el fragmento II:

“Hay épocas en que el mal gusto no existe, como no existía la mentira en el reino de los caballos que visitó Gulliver.  Las excavaciones en el suelo griego lo demuestran.  Aún hoy se me dice que el mal gusto es desconocido en la pintura de los indios hopis, como probablemente no existe tampoco en la música popular de Asturias o de Andalucía.  En estos grupos humanos el instinto de selección es certero y no permite errores.” (Ibídem)

La reflexión de PHU se produce en otros tonos y concepciones que, indudablemente entran hoy en contradicción con el sentido epocal y conceptual de la crítica, la teoría y la misma historia de la estética moderna:

“Hay climas donde el sentido de la belleza no es claro y seguro como en otros. Donde las cosas se envuelven en brumas, ¿es extraño que cueste trabajo alcanzar la pureza de líneas?

Donde es difícil percibir la totalidad de los objetos (todos hemos oído contar que en la bruma de Londres a veces se ve sólo la mitad de un coche), ¿no ha de resultar raro el sentido de las proporciones justas? Donde se toca el cielo con las manos, ¿puede abundar el sentido de la infinitud del espacio, como en los pintores de Umbría? Donde la luz es escasa, ¿Puede abundar el don de representarla?  Donde el clima excita al esfuerzo y además lo exige incesante para asegurar la simple subsistencia, ¿puede abundar el sentido del equilibrio y reposo?” (Op. cit. p.70)

Para nuestro autor, belleza, lujo, calma y voluntad constituyen el encanto natural, la forma en los estados, sentimientos y la visión apoyada en la intuición sentiente:

“¡Pero es que existe el encanto de la bruma, de la vaguedad, de las líneas indecisas! Sí, pero es una belleza derivada, complementaria. Si no viviéramos ahora en la anarquía ideológica y estética, apenas habría que repetirlo.  Naturalmente, instintivamente, el hombre prefiere la luz a las sombras, el espacio abierto a las prisiones, las cosas del Mediterráneo a los “fiords” de Noruega.” (Ibídem.)

¿Qué significaba para PHU “ver belleza” en este sentido y caso?:

“Ver belleza en la oscuridad, ver carácter en la fealdad, son conquistas fundadas en el contraste.  No son nuevas: el reino de las sombras está en la “Odisea”; Tersites está en la Ilíada. Pero la importancia que les atribuyó el siglo XIX es hija del romanticismo.  El “feísmo”, que la arquitectura medioeval y la novela picaresca emplearon con propósito grotesco o satírico, aspira a dominar, disfrazándose bajo nombres diversos.” (Vid. p. 71; VII).

Las miradas que dirigen los historiadores, estetas, comunicadores, difusores y otros especialistas ligados a objetos y funciones de alta significación en el contexto de creación y producción artística, generan en el maestro puntos discutibles y problemáticos en tanto que presente y perspectiva:

“Las gentes de climas fríos y nebulosos no son insensibles a la belleza: eso no es humano, no es posible sino como aberración.  Son insensibles a la fealdad. La confunden con la belleza o la justifican con el nombre de “carácter”…” (Ibídem.)

La apreciación de la obra, o lo que se ve desde la obra percibida como conjunción o contacto con el cuerpo o gesto de la creación, se absorbe como fenómeno psicológico perceptivo y sensorial.  La música en tal visión depende de la escucha-respuesta y del tipo-intención que funciona desde la composición sonora y musical.  El agrado, el sentimiento y la capacidad de escucha, cobran significación en el intercontacto obra-sujeto, sentido-obra-percepción, y naturaleza-sentido obra.

Toda la concepción que acoge la creencia en, o, sobre el sentido musical, delimita un tiempo fronterizo desde el arte musical.

PHU reflexiona en este sentido:

“Durante muchos años creí que no me agradaba la música religiosa: salvo contadísimas excepciones (a veces, en Bach), me resultaba soporífera.  Desde el Mesías hasta Parsifal.  Mi mala fortuna me hacía oír música religiosa de compositores protestantes.  Pero al fin oí la “Misa Breve”, de Palestrina, y recordé la música eclesiástica de mi infancia, y mientras la escuchaba me parecía ver figuras juveniles danzando al sol. Decididamente, aun en el orden religioso hay que mediterraneizar la música.” (Vid. pp. 71-72).

Algunas ideas, a veces dispersas, otras veces unitarias sobre el arte, el pensamiento estético, la cultura y la creación artística, parten del gusto y la intuición como fuerzas centrales, formas específicas del ver, crear y sentir.  Lo perceptivo , lo sensorial y lo fenoménico del ver equivoca a veces la travesía de un receptor-espectador, toda vez que existen grados, fases y orientaciones sensibles desarrolladas como tensión de lo observado y lo sentido  o reconocido como arte y percepción de lo creado.