La recomposición del sistema de partidos acapara la atención y se hace centro de interés para el debate público en el país. La reorganización inquieta y entusiasma. Ella representa a la vez desafíos y oportunidades para la democracia.  

Más allá de las siglas, la estructura se mantiene. La realidad política empuja al bipartidismo.

El reacomodamiento de dichas fuerzas aparece como el resultado de una serie de variables que incluye las dificultades de los partidos tradicionales para superar sus caudillos tradicionales, las debilidades estratégicas e institucionales de la oposición, la consecuente acumulación de poder por parte de Leonel Fernández y su ejercicio, el final de la hegemonía de ese liderazgo político con la entrada en escena de Danilo Medina y la dinámica política que desde entonces se desarrolla en la escena política nacional.

La dinámica sociopolítica abre la oportunidad de una verdadera transición democrática. Deben ser reconocidos los avances y aciertos del principal grupo de oposición. Sin embargo, preocupa que habiendo renovado sus caras, permitiéndose proyectar frescura, la oposición no haya renovado sus armas. La sociedad aguarda aún por una oposición capaz de hacer una lectura lúcida de la realidad actual, acompañada de una oferta novedosa y alentadora.

 Una oposición entrampada en sus propios yerros

El reto de la oposición en esta nueva etapa es reconectar con la población y reconquistar los espacios cedidos al dar la espalda a la sociedad para ocuparse de su reyerta interna. Para ello, una de sus primeras tareas debe ser la de reestructurar su discurso.

Hace tres años arrastra la retórica, todas luces inefectiva de la dictadura, corporación y mafia del PLD, como denuncia de la concentración de poder y la corrupción como sistema. La retórica maniquea que divide el escenario político entre buenos y malos -renunciando a debatir y enriquecer las políticas públicas, dejando de lado las expectativas de los ciudadanos- les ha llevado a abrazar (y peor, a creer) facilismos que no hablan a nadie más que a sí mismos. La falta de recepción y resonancia que ha encontrado ese discurso, percibido como inconsistente vistas ciertas figuras de primera línea del campo opositor, debe llamar a la reflexión. Viene siendo hora de que la oposición evalúe sus resultados con cabeza fría y más allá de sus deseos. ¿De qué sirven las consignas que no hablan más que a públicos cautivos? Consignas que disfrazan el victimismo y buscan poner bajo el tapiz realidades. La oposición es y ha sido parte del sistema político y no puede desvincularse de sus resultados. La concentración de poder (preocupación legítima) se debe también a sus desaciertos estratégicos.

Un escenario de por sí asimétrico se hace más pronunciado si las lecturas que alimentan las estrategias se hacen desde los deseos y sin el necesario rigor. La oposición, sin percatarse de ello, contribuyó a preparar el escenario reeleccionista. Luego de lanzada la campaña se creyó ingenuamente en un bloqueo legislativo, a pesar de que el danilismo estaba claramente en posición de fuerza dentro y fuera de su partido.

Sus taras analíticas son aún más costosas por cuanto les conducen a una retórica que se encierra sobre sí misma.  Descalifican las encuestas de mayor credibilidad, pero éstas son de repente válidas cuando ponen en evidencia descontentos en la población. Peor que la contradicción, es la falta de una lectura adecuada de la popularidad del Presidente. Más que el control del presupuesto y el contraste con el estilo del ex-Presidente Fernández (que sí) o la ausencia de la oposición (que también), es el diálogo sobre ciertos temas de interés social lo que ha servido de palanca a la popularidad del mandatario y lo que podría haber desatado el proceso político más interesante de los últimos años.

La necesaria consolidación democrática

Para sortear con éxito los retos y riesgos de la coyuntura se deben evitar repetir las taras del pasado. Se impone entender que la sociedad dominicana ha expresado el deseo de convertirse en una sociedad abierta; en participar de debates y procesos. Que a la vez, los temas de gobierno se hacen más complejos y el Estado no tiene ni capacidad institucional, ni información perfecta para actuar sin la participación de los ciudadanos. La coyuntura amerita análisis detenido, desmenuzar actores y escenarios. Actuar estratégicamente supone superar la brocha gruesa que pinta a todos del mismo color y los mete en el mismo saco.

Ante ese escenario, apena ver a la nueva y la vieja oposición utilizando armas desgastadas. Durante el proceso de reforma se recurrió con demasiada frecuencia a la descalificación de personas y con muy poca a los argumentos. Las pasiones, y no la estrategia, dictaron el accionar. No entendieron que muchos de los profesionales tomados por blanco, más que cargos o salarios, defendían un espacio de incidencia que durante años se le había negado al sector liberal.

Una verdadera transición democrática requiere de una oposición que acoja el imperativo democrático planteado por la nueva realidad; una política acorde con los tiempos y los reclamos de la sociedad. Es tiempo de una política osada y dispuesta a innovar. No vale decir defender la democracia sin mirar hacia dónde ella se gesta: hacia los ciudadanos. Danilo Medina hizo una propuesta de diálogo a la ciudadanía que buena parte de la población quiere preservar. ¿Cuál es la contrapropuesta?

Para estar a la altura de la situación, la oposición necesita inyectarle sustancia al discurso y salir del lugar común. Debe poder ofrecer más que Danilo Medina. Esto significa superar las denuncias sin eco. Denuncias como las del llamado “proyecto continuista”, como si no se supiera que todos los partidos buscan conquistar y preservar el poder. La oposición debe regresar a la política; a la construcción democrática; a instalar temas en la agenda y a debatir políticas públicas, promoviendo una visión de sociedad. Más que blindada, la Constitución necesita ser legitimada por la ciudadanía. Deben ser, además, abiertos a debate temas sociales que la hegemonía conservadora quiso petrificar en la Constitución de 2010. La institucionalidad se sostiene en un consenso político y social sobre las reglas del juego. Para reforzarla, es preciso dotar la Constitución una legitimidad democrática tal que permita zanjar varios temas, y no solamente la reelección. Ello supondrá asumir el riesgo de la democracia y de exponerse a una constituyente.

Consolidar la democracia supondrá también el superar el discurso anti-corrupción como denuncia para instrumentalización política y pasar a pensar la corrupción y su lugar en el sistema político. Salir del simplismo  maniqueo para desmenuzar y exponer cómo se atacará la estructura de incentivos que sustenta y preserva el patrimonialismo. Y es que abordar las cosas desde la moral y las honras individuales no ha conseguido, ni conseguirá cambiar la forma en que se ha construido la gobernabilidad desde la caída de la dictadura.

La consolidación democrática requiere de una oposición que hable de su estrategia para traducir el crecimiento en desarrollo, y para redistribuir el poder político, porque la democracia la hace la gente. Sorprende que en un país con tantas necesidades, la oposición haya preferido el monólogo. Ese es parte del problema…