El domingo pasado, el pueblo dominicano votó masivamente y se manifestó de manera contundente a favor del cambio. Luis Abinader resultó electo en primera vuelta, siendo reconocido inmediatamente por todas las fuerzas políticas, en un proceso transparente y pacífico, mostrando la madurez del país y el deseo generalizado de dejar atrás los traumas del pasado.
Un nuevo equipo tomará las riendas del estado, con las mejores intenciones y bríos renovados, infundiendo la esperanza que necesita hoy la población para soportar el miedo y la incertidumbre ante una epidemia que tendremos con nosotros mucho tiempo. Y ante una crisis económica mundial de magnitudes imposibles de imaginar todavía – que está empezando ya a cambiar la faz de la civilización occidental consumista y depredadora de la naturaleza.
En estas circunstancias, la prioridad fundamental del nuevo gobierno es la salud del pueblo dominicano. Asumir esa prioridad va a implicar necesariamente destinar más recursos, en momentos de mucha restricción presupuestaria. La República Dominicana se comprometió, en el marco del Pacto 30-30-30 que promueve la Organización Panamericana de la Salud (OPS) a asignar un 6% del PIB para financiar el gasto público en salud – destinando un 30% del mismo a la atención primaria. Nuestro país está muy lejos de tales objetivos y, en parte, como resultado de ello, se encuentra muy debajo en el ranking de nuestra región en cuanto a desempeño de su sistema de salud.
En efecto, un estudio reciente sobre atención primaria en salud en América Latina y el Caribe, mostró que la República Dominicana se encuentra en la posición número 21 entre 22 países estudiados en el ranking de desempeño, seguido sólo por Haití. Está también en el último lugar entre los ocho países para los que se midió la fortaleza de la atención primaria en salud. Los países con mejor desempeño y mayor fortaleza de la atención primaria son, justamente, los que mejor han enfrentado la pandemia, particularmente Cuba, Uruguay y Costa Rica.
Todos ellos han asignado suficientes recursos al sector salud durante mucho tiempo, han procurado gastarlo de manera eficiente, con calidad tanto en el gasto como en la provisión de los servicios, buscando la equidad y, sobre todo, dando prioridad a la atención primaria, acercando los servicios a donde está la gente y teniendo en cuenta que se necesita una inversión constante en la prevención y la intersectorialidad.
El país ha atravesado décadas de crecimiento económico y ha cambiado su estructura productiva. Pero perdió la oportunidad de transformar el sistema de salud para que responda a las necesidades de las personas. La epidemia del Covid-19 está poniendo al desnudo estas carencias. Pero, dado el aumento del número de casos y de la demanda de cuidados críticos, corremos el riesgo de que la atención se centre exclusivamente en la coyuntura. Y sigamos invirtiendo los pocos recursos que tenemos, solamente en la atención especializada que hoy acapara la mayor parte del gasto en salud.
Al lado de esto, apenas se invierte en el primer nivel de atención y, además, la función de rectoría y todo lo relativo a las funciones esenciales de salud pública, se encuentran totalmente desfinanciadas, con una reducida capacidad técnica, incapaz de producir las informaciones indispensables para la toma de decisiones y sin autoridad suficiente para hacer cumplir con los mandatos de la ley. Necesitamos una visión de largo plazo y comprender que se necesita construir una gobernanza fuerte del sistema de salud, fundamentada en el conocimiento y la inteligencia sanitaria.
Tratándose de un sistema complejo, se ha señalado que esta última equivale a la conciencia en los seres vivos. En un sistema lejos del equilibrio que normalmente tiende a la entropía, se necesita del conocimiento y de las acciones fundamentadas en la evidencia, a fin de que sea posible romper inercias, producir dinámicas virtuosas y promover la evolución en los procesos creativos.
Ojalá las nuevas autoridades aborden esta tarea con una mentalidad fresca, capaz de introducir cambios profundos. Esta terrible experiencia que estamos viviendo, que jamás imaginamos nos iba a tocar, trae consigo, además, grandes oportunidades. Estamos en la bifurcación de un camino y nos toca escoger.
Que las nuevas autoridades escojan hacer un país más humano, una sociedad donde primen el conocimiento, la visión estratégica, pero, sobre todo, el altruismo y la compasión. Que vuelva a nacer la expresión “primero la gente”, en un nuevo contexto. Que finalmente sea factible hacer realidad la aspiración de un sistema de salud realmente centrado en los seres humanos y en los ecosistemas de los que todos somos parte.