Recuerdo que no había cumplido aún los 17 cuando compré mi primer automóvil. Era una camioneta Datsun-1200 del año 1970, vendida a descuento por causa de haber sufrido un aparatoso accidente. Me costó solo 500 pesos más los gastos de reparación.
Primero debo explicar cómo conseguí tanto dinero. Aunque para entonces ganaba unos 100 pesos al mes trabajando como dibujante en el Departamento de Ingeniería del Ingenio Ozama, en las afueras de la capital, tuve también la suerte de acertar en un pool de carreras de caballos – vivía cerca del viejo hipódromo Perla Antillana – por lo que gané la fortuna de 900 pesos.
Hago esta breve historia personal solo para comparar una experiencia lejana con la situación actual del precio de los combustibles y el gran desafío que esto representará para el país en los años por venir.
Es difícil entender que con lo que me costó tener mi primer automóvil – hace ya algún tiempo – solo alcanzaría hoy para comprar cuatro galones de gasolina. Pero cuidado, es preciso aclarar que con un salario mínimo de aquellos tiempos se podía comprar mucho más que con el de hoy día. El galón de gasolina costaba entonces ¡menos de 30 centavos de peso!
De todas maneras, entendámoslo de una vez por todas. Estos altos precios de los combustibles de hoy llegaron para quedarse. Y podría tornarse peor.
No se trata solo de que pueda recomponerse la convulsa situación del mundo árabe y que Japón logre conjurar su crisis de generación nuclear. Es simplemente que cada día hay menos petróleo en el mundo y una mayor demanda del crudo.
Qué hacer, entonces.
El presidente Leonel Fernández dio la primera campanada de atención, en su discurso al país el pasado 17 de marzo para encarar la situación de crisis internacional de los precios del petróleo y los alimentos.
Independientemente de que estemos compelidos a modificar nuestros disipados hábitos de consumo energético, existe también la necesidad de desarrollar alternativas más económicas en el uso de combustibles para la generación eléctrica y el transporte automotor.
En este sentido, el uso del gas natural parecería ser una opción buena, válida y viable. Es una pena que hayamos perdido más de tres años haciendo casi nada, desde que el presidente Fernández emitiera su Decreto No. 264 del 22 de mayo del año 2007, declarando de alta prioridad nacional el uso del gas natural en la República Dominicana.
De acuerdo a los suplidores de gas natural en el país, este combustible resulta ser un 60 por ciento más económico que la gasolina, 50 por ciento más barato que el gasoil y 30 por ciento menos que el GLP.
La instalación del dispositivo de cambio a gas natural en los vehículos es sencilla y de costo moderado, comparado con los significativos ahorros que representaría para los usuarios y para el país. Esto último podría sugerir la idea de considerar algún tipo incentivo fiscal para las empresas y personas que decidiesen hacer el cambio a GNV. El gobierno debería comenzar por el cambio de todo el parque vehicular de las instituciones públicas, incluyendo la pesada flota de autobuses de transporte de la OMSA.
Tal como lo ha dicho el presidente Fernández, "La idea es que podamos establecer en el país, por lo menos, cuatro grandes corredores con estaciones de servicio de gas natural, desde Santo Domingo hacia las regiones Este, Norte, Sur y Suroeste", para de esa manera poder suplir la demanda que generaría la conversión masiva de nuestro parque vehicular al uso del gas natural como combustible.
Si así lo hiciéramos estaríamos avanzando en la corriente del mundo moderno. Se estima que para el año 2020 cerca de un nueve por ciento de la flota de transporte mundial se moverá con GNV.
Todavía estamos a tiempo para avanzar la marcha. Y es mejor comenzar a hacer los cambios ahora, cuando éstos se presentan solo como una opción, y no tener que hacerlos después cuando ya pudieran pasar a ser obligatorios.