En estos días en que todo es pandemia, vacunas, confinamiento, toque de queda y demás, para hacer un alto a todo esto, he querido compartir una costumbre chilena que es la mejor forma de disfrutar en familia la merienda, se trata de “tomar once”.
No es raro escuchar a los amigos invitar a tomar once o preguntar dónde la van a tomar.
Tampoco es raro ver a las amas de casa, las nanas e incluso a los jóvenes o niños ir por las calles con sus fundas de pan, producto estelar en la once. Al atardecer de cada día se nota un movimiento inusual de personas y es que van rápido a sus casas para no perderse la once y compartir ya sea con familiares o con amigos.
Cada tarde como algo sagrado se reúne la familia en torno a la mesa, allí hay una gran variedad de productos comestibles: Té de diferentes variedades, leche, café instantáneo, jugo de diferentes clases, frutas, mantequilla, mermeladas, variedades de quesos, jamón, patés, en fin todo cuanto pueda ser degustado de manera ligera, además del infaltable pan amasado o la marraqueta.
La familia comenta los acontecimientos del día. Se habla de negocios. Los niños cuentan cómo les ha ido en la escuela. Se comparten algunas “copuchas” que no son más que los chismes. Es el momento más íntimo de estar en familia.
Hace ya mucho tiempo me contó la Sra. Mafalda, una amiga argentina-uruguaya, abogada, quien era una profesora retirada por cuestión de edad de la Universidad Diego Portales, que según la tradición, los mineros para tomar aguardiente y que los patronos no se dieran cuenta, decían vamos a tomar once, pues la palabra “aguardiente” tiene once letras. De esa manera pasaba inadvertido a lo que realmente iban. Otros dicen que eran los monjes del convento que tomaban once, (llámese aguardiente).
Todos en Chile toman once, la clase alta, la clase media y hasta los más pobres. Es una hermosa tradición y una experiencia inolvidable.
Cualquier época del año es buena para disfrutar esta tradición. En invierno ya a las cuatro de la tarde está oscuro y es tan hermoso ver a la familia reunida y calentándose con una chimenea, un calentador a parafina, una estufa eléctrica o de gas, (en Chile lo que para nosotros es la estufa, allá le llaman cocina y a los calentadores le llaman estufas). Pero lo más emocionante es poder encender la chimenea y ver saltar las chispas cuando se agita el carbón o se acomoda la leña.
Durante el verano a las nueve de la noche todavía está el sol, por eso dicen las veintiuno de la tarde. El lugar ideal para tomar once es la terraza, pues se puede disfrutar del crepúsculo. Pero tanto el otoño como la primavera les proporcionan un lugar idóneo para este gran disfrute. Dependiendo de cómo esté el clima, se quedan dentro o fuera.
A mí me encantaría tomar once aquí en mi país, pero creo es algo para compartir con la familia, no tiene emoción sentarse uno solo a merendar.
Lo más cercano que he estado de tomar once en Santo Domingo, era cuando todos los sábados y antes de casarse mi hijo mayor, íbamos a pasar la tarde donde mis amigos y hermanos de toda la vida Eduardo y Luchy, allí degustábamos un rico café, que acompañábamos con galleticas, quesitos, dulces y un vaso de agua fría, (esto manía mía de tomar agua luego del café).
También hacíamos donde mi hermana Araceli un ritual con el café. Nos reuníamos mi mamá, mis hijos, mis sobrinos, nueras y nietos y en la sala todos tomábamos café, unas veces acompañado de galleticas dulces o saladas, otras de un rico bizcocho. Esto generalmente después de la comida. Nos reíamos, contábamos chistes, anécdotas. Hacíamos un recuento de lo acontecido durante la semana, puesto que estas acostumbradas reuniones las teníamos todos los domingos.
Llegó la dichosa pandemia y todas nuestras costumbres variaron. No hemos vuelto a visitar a mi amiga Luchy. No hemos vuelto a comer los domingos donde mi hermana Araceli y por ende, no nos hemos vuelto a reunir madre, hermana, sobrinos, hijos, nueras y nietos.
Ojalá esto pronto sea pasado para retomar esas costumbres que tanto nos alegraban y nos unían.