La transición es el puente entre un ciclo de la democracia que termina y otro que comienza. En su obra La tercera ola, el politólogo Samuel P. Huntington denominó estos ciclos como olas democratizadoras.
Para este autor, la institucionalización de la democracia, hasta la publicación del referido libro, en el año 1993, había tenido tres ciclos, cada uno de los cuales se compone de una ola prodemocrática seguida de una contraola antidemocrática.
En ese orden, la primera ola democratizadora, que sufrió una contraola de 1922 a 1942, corresponde a la instauración, entre 1828 y 1926, de las democracias liberales primitivas. La Segunda ola, seguida por la segunda contraola de revoluciones y contrarrevoluciones golpistas, de 1958 a 1975, se materializó entre 1943 y 1962, bajo el influjo del triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial. En tanto que la tercera ola se originó, entre 1974 y 1989, en América Latina y el Sur y Este de Europa.
A propósito de la tercera ola democratizadora, es pertinente recordar que en lo concerniente a América Latina, esta se inició en nuestro país, en el año 1978, con el triunfo del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y su candidato presidencial don Antonio Guzmán Fernández.
Desde nuestro país la ola democratizadora extendió a todos los países de América Latina que eran gobernados por regímenes autoritarios.
Como acontece cada vez que una ola democrática sucede a otra, en nuestro país, la sociedad vivió una transición cargada de incertidumbre. Sin embargo, las inteligentes previsiones del líder del PRD, José Francisco Peña Gómez y el manejo prudente, pero firme, que durante la crisis política observó el presidente Antonio Guzmán, evitó que se desconociera la voluntad popular y se produjera una guerra civil.
Como en el caso dominicano, que encabezó don Antonio Guzmán, es recomendable que las transiciones sean lideradas por presidentes experimentados, capaces de vencer los obstáculos que caracterizan estos dramáticos cambios, tales como los casos emblemáticos de Mario Soares, en Portugal, Adolfo Suárez, en España y Nelson Mandela, en Sudáfrica.
Todo indica que la tercera ola llegó a su fin. En el 1978 las ansias de cambio eran por la libertad y la democracia. El fin de los asesinatos, los presos políticos, los exiliados políticos y la despolitización de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional eran las razones que impulsaban la lucha contra el gobierno autoritario de Joaquín Balaguer. Y Don Antonio y el PRD cumplieron estos anhelos del pueblo.
Más allá de estas reivindicaciones, es innegable que nuestra democracia representativa continúa teniendo una baja calificación.
La corrupción, la falta de transparencia, la impunidad, la falta de institucionalidad, la falta de equidad y la anomia social, son motivos más que suficientes para pasar a la cuarta ola, para construir una sociedad justa y equitativa, en la que impere un verdadero Estado de Derecho.
El fracaso de los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), a pesar de haber ostentado el control de los tres poderes y los extrapoderes del Estado, refleja la necesidad de una transición, que conviene sea encabezada por un hombre de Estado experimentado, que gobierne firmemente y sin populismo, con el propósito de hacer las reformas necesarias para mejorar la calidad de nuestra democracia.