México tiene muy bien ganada la fama de poseer una política exterior proactiva, la cual tiene como eje transversal el principio de independencia y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados. Desde Benito Juárez y su célebre discurso en el que proclamó que entre las Naciones, como entre los hombres el respeto al derecho ajeno era la paz; hasta el Canciller Estrada, quien enarbolara en 1930 una postura frente al reconocimiento de gobierno, actitud que devino más tarde en la conocida _Doctrina Estrada_ la cual aun gravita en el ámbito de las relaciones internacionales y del Derecho Internacional Público Americano.

Esa política exterior proactiva coloca a México en un sitial de primer orden en el concierto de las naciones. Valga recordar que durante el presente bienio 2021-2022,  ocupa un asiento en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas responsabilidad que también asumió durante el periodo 2009-2010. Formar parte de ese órgano, sin dudas representa el reconocimiento por parte de la comunidad internacional al rol desempeñado históricamente por el país azteca. Para ilustrar esa presencia basta señalar cómo lograron en el 2019 obtener 32 postulaciones para coordinar o participar en organizaciones multilaterales, lo que a decir de su Secretaria de Relaciones Exteriores es un indicador del reforzamiento de la adhesión de México al sistema multilateral.

Bajo la conducción del Presidente López Obrador, quien no se destaca precisamente por su activismo en el escenario internacional, quien enarbola que la mejor política exterior es una solida política interior, más aun es un Presidente que prácticamente no ha realizado visitas oficiales al extranjero, y son muy pocos los dignatarios foráneos que ha recibido, lo que para algunos muestra su poco interés por los asuntos del mundo; sin embargo, México participa cada vez más en los organismos internacionales, lo que habla muy bien del desempeño de su cuerpo diplomático.

La nación azteca sorprendió a la comunidad internacional y al sistema de relaciones internacionales regional, con el anuncio de su presidente Andrés Manuel López Obrador en el que sugiere liquidar a la Organización de Estados Americanos (OEA), como ente rector del Sistema Interamericano. A decir del mandatario, “La propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, nuestra realidad y a nuestras identidades.  En ese espíritu no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia”.

Pero si impactante es la postura mexicana sobre el presente y futuro del Sistema Interamericano, mayor connotación adquiere el contexto en el que se hace pública; se conmemoraban los 238 años del natalicio del prócer latinoamericano Simón Bolívar y los Ministros de Exteriores de la región convergían en territorio azteca para celebrar la XXI Reunión de Cancilleres previa a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), previsto para el 18 de septiembre.

Inmediatamente el discurso presidencial toma cuerpo, y a través del canciller mexicano, Marcelo Ebrard, se activa el plan de decir adiós a la OEA, y de darle paso a una nueva entidad que se replantee una nueva la relación entre los estados de América Latina y el Caribe y los Estados Unidos.

México vuelve a traer a la discusión la diatriba histórica entre latinoamericanismo y panamericanismo, dos concepciones sobre la naturaleza de las relaciones interamericanas, que vienen enfrentándose desde el siglo XVIII, cuando en los albores de la lucha por la independencia, los próceres latinoamericanos con Bolívar a la cabeza, plantearon la necesidad de la unidad de las ex colonias,  como única vía para mantener la emancipación de tan vastos territorios.

En el documento histórico conocido como Carta de Jamaica, Bolívar no solo alentó a la unidad sino que expresó su reserva respecto a la participación de los Estados Unidos, en tanto que expresó “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo en una sola nación con un solo vinculo que ligue sus partes entre sí y con todo. Ya que tiene su origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.

En 1826 se celebró el Congreso de la Anfitrionía, evento que los Estados Unidos intentaron boicotear, ya que fue evidente su marcado interés de impedir ese encuentro. El gobierno estadounidense temía que el  ideal latinoamericanista cristalizara en la región. Ante tal preocupación, activaron sus influencias para hegemonizar el proceso de unidad continental bajo la concepción del panamericanismo. Sus esfuerzos estuvieron dirigidos básicamente a hacer de los Estados Unidos de Norteamérica, el eje central del proyectado mecanismo regional.

Al Congreso de la Anfitrionía no lograron asistir los dos representantes estadounidenses por causas ajenas a su voluntad. Uno de ellos falleció a consecuencia de la fiebre amarilla y el otro arribó después de haber terminado el Congreso.

Sin dudas asistimos a una renovada instancia de la resistencia histórica por parte de los ideales latinoamericanistas que desafían la hegemonía geopolítica norteamericana en la región y de la que el prócer cubano José Martí había advertido en la carta a su amigo mexicano Manuel Mercado _vaya la coincidencia_ de que “…de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…”.  

Hay que recordar que en el pasado se realizaron acciones para reformar la OEA, otras para su eliminación y sustitución, e incluso se propusieron modelos alternativos como el de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), bajo el impulso y liderazgo de los presidentes Hugo Chávez Frías, Rafael Correa, Daniel Ortega, Luis Inacio (Lula) da Silva y Fidel Castro, entre otros. Pero el prestigio de la nación mexicana, su tradición latinoamericanista y su incidencia en los organismos internacionales, no solo revitaliza el latinoamericanismo, sino que nos hace pensar con mucha seriedad que estamos asistiendo al panegírico de la Organización de Estados Americanos.