Nadie (aunque ha habido atisbos anticipadosde ello en Cervantes y en Dante) se ha sentado nunca a escribir una obra maestra. Hay un azar que toma esa decisión o la contraria.

U obrará en ello el devenir y los raseros del tiempo.

Nadie puede prever el destino feliz o desdichado de una obra de creación.

Nadie sabe nada del porvenir.

Incluso, esa voz que lo nombra es harto dudosa.

Pero el escritor de luces tiene esos destellos que despiertan con el despertar.

Se intuye lo inesperado, lo sorprendente, aquello que supera la experiencia inmediata. Esa ventura que es también aventura se convierte en arte.

Cervantes, por ejemplo, ya sabía que su Quijote iba aganar fama (aunque escasa fortuna) ya que lo insinúa con insistencia en el decurso de sus líneas escriturales.

Dante, creyente, prevé un destino elevado para su Divina Comedia en cuanto la siente como una memorable profecía que habría de cumplirse al final de los tiempos.

Tenía un apego enorme a sus certezas. Su fe era alta, su temperamento dominante y su talento enorme.

Lo cierto es quien escribe debe creer en lo que hace, debe identificarse profundamente con su trabajo y en proporción a ello, así nacerá la hazaña literaria, el gran verso, la narración poderosa.

Cuando no ocurre lo primero, existe el riesgo de la obra maquinal, de gabinete, fría, sin sentimientos. Los expertos reconocen las dudas y los decaimientos.

(Sin embargo, se ofrecen ocasiones excepcionales en los que el autor pide a sus íntimos que se deshagan de trabajos de excepcional vislumbre como el de Kafka, que de haberse cumplido, no hubiéramos disfrutado La Metamorfosis, por ejemplo.

Pidió que toda su obra fuera incinerada y no fue el único).

Si hay alguien que necesita la fe es, por ejemplo, el poeta para que sus líneas de correspondencia y sus fases intuitivas tengan la eficacia esperada.

Una poesía distante, sin calor humano, sin sentimientos, es preferible que no sea expresada de ninguna manera en ningún lugar, por ningún motivo.

Hay-y siempre lo habrá- algo más que técnica, más que academia, más que devoción, en el crear y en el decir…