Cómo decía en mi artículo anterior, nuestro cometido ahora sería determinar las formas de ser de las cosas, en cuanto he sostenido que, quizás la realidad o esencia de la obra de arte la encontraremos al determinar en que sentido deba considerarse el ser de la obra de arte considerada desde el punto de vista de su posible ser cosa. Tendríamos que determinar brevemente si el ser de la cosa ilumina y nos sirve para definir el ser de la obra.

No está dicho ni probado que del ser cosa de la obra de arte desde el análisis de lo que significaría ser cosa en filosofía, deba venirnos la orientación fundamental sobre la esencia de la obra de arte.

Lo que intento es explorar un camino, crear una hipótesis, que quizás nos pueda servir para proceder a identificar el ser de la obra, ya que desde el inicio de esta serie de ensayos he postulado que una de las posibles cualidades que nos podría asistir para aclarar lo que es la obra, sería explorar en que consiste el ser cosa, que es la manera más evidente en que se manifiesta una obra –ser algo consistente o ente–, y además, esto nos socorrería para intentar ver que tiene en común la obra, con los demás objetos elaborados por el ser humano.

Ideas claras, René Magritte

Como ya he dicho, en la Historia de la Filosofía se han elaborado tres interpretaciones clásicas de lo que es la cosa. El pensador alemán Martín Heidegger, hizo un inventario de ello en un libro que se titula: La pregunta por la cosa. Por mor de concisión me limito a extraer de este texto las diversas concepciones de la cosa elaboradas en el curso histórico de la filosofía.

La cosa ha sido explicada como soporte de las propiedades, como unidad de una pluralidad de sensaciones y como materia in-formada. A continuación me referiré sucintamente a ellas.

La primera teoría explica la cosa como el soporte de las propiedades. ¿Qué significa esto? Tomemos una piedra en nuestra imaginación para mejor comprender. Comprobamos que una piedra es consistente, dura, compacta, de contorno irregular, pesada, posee ciertas dimensiones, etc., tales son sus propiedades. La cosa en sí no aparece, solo captamos sus propiedades. La cosa, entonces vendría a ser el núcleo en torno al cual adhieren las propiedades. En esta interpretación, al núcleo se lo configura como una especie de centro místico, porque no aparece al ojo sensible. Esta concepción de la cosa fue elaborada entre los griegos. Ellos la consideraban como la articulación de una substancia o materia (el núcleo) y, de múltiples modificaciones de esta, los accidentes. A través de nuestra comprensión del lenguaje, que heredamos igualmente de ellos, mantenemos en vigencia esta manera de ver las cosas. El esquema substancia-accidente como sentido de la construcción de la cosa, corresponde al esquema sujeto-atributo, esto es el esquema de construcción de la proposición. Este, a su vez, es el eje de toda la construcción de la lógica y, por ende, de todo pensamiento y de toda aprehensión cognocitivo-racional de las cosas.

No podemos, ahora, profundizar en esta experiencia fundamental del ser del ente elaborada por los griegos. Nos basta con señalar que por medio del esquema que analizamos, no podemos distinguir en este, los entes que existen como pura cosa de los demás, es decir, de los entes animados o vivientes. Este esquema vale para definir la esencia no sólo de la piedra o del martillo, que es un útil, sino también para definir lo vegetal, lo animal, lo humano…, en fin, caracterizar todo cuanto es.

Ce n´est pas une pipe

La siguiente interpretación histórica de la cosa proviene de Enmanuel Kant (1724-1804). Describe la cosa como la unidad de una multiplicidad de impresiones sensoriales. La cosa actúa en nosotros sobre nuestro cuerpo, se presenta en nuestros sentidos y, a través de ellos, tiene formas y cualidades: es dura, huele, emite sonidos, etc…. Llega a nosotros por mediación de ellos, la captamos en nuestra percepción. Empero, como la cosa nos viene dada por diferentes sentidos al mismo tiempo y sigue siendo la misma para nosotros, colegimos de ello que su esencia radica en esa unidad que captamos en la pluralidad y en la variedad de las percepciones sensoriales.

Tomemos ahora, nuevamente, la piedra imaginaria y, mentalmente, cada uno de nosotros, hagamos el ejercicio de percibirla sensorialmente. La piedra será la totalidad de todas nuestras percepciones. Sin embargo, si prestamos atención a nuestra experiencia inmediata, aprehendemos que la piedra no consiste simplemente en un orden puesto por nosotros a nuestras sensaciones. La piedra aparece que está ahí, en medio, fuera de nosotros, ante nosotros. Tiene una consistencia que se nos impone; no es fruto de una abstracción de nuestra capacidad perceptiva. Por ello, dada la evidente limitación de esta teoría con respecto al modo concreto de imponerse la presencia de la cosa en nosotros, comprendemos que ella no nos ayuda a desentrañar lo que buscamos.

Pasemos, ahora, a considerar la tercera idea en torno a la esencia de la cosa. Es la que la concibe como un compuesto de materia y forma. Es de cosecha aristotélica. Afirma que cada cosa está dotada de cierta consistencia, de una coherencia interna. A través de ello, de lo que es constante y, en cierto modo, esencial, se manifiestan sus propiedades sensibles: el color, el sonido, la dureza, la masa, etc… Esto constituye la materialidad de la cosa. Ahora bien, en esa materia está ya incluida, como acabamos de decir, una constancia, una forma. Toda materia se presenta siempre unida en una forma; la cosa sería materia y forma o materia dotada de una forma.

Precisamente, este último par de nociones, se ha aplicado siempre en toda estética como las nociones que le pertenecen. Se ha interpretado que, en el terreno de la obra de arte, la forma natural cede su lugar a la forma artística. Parecería que hemos dado con lo que buscábamos. Pero antes de contentarnos con esta teoría y cantar victoria, nos cuestionamos sobre el origen de estas nociones. Mientras lo hacemos, no debemos olvidar que el universo de las cosas lo hemos descrito como el conjunto de los objetos inanimados y de los objetos de uso o utensilios. Tenemos, pues, en nuestro mundo tres tipos de cosas: las puras cosas brutas de la naturaleza, los utensilios y las obras de arte.

Para continuar con nuestro análisis y orientarnos en este, –en nuestro siguiente artículo– debemos formulamos la pregunta planteada: ¿De dónde trae su origen el complejo de nociones materia-forma: de las puras cosas, de los útiles o utensilios, o del ser de las obras de arte?