La obediencia es nuestra capacidad de acatar y adaptarnos al orden establecido, lo que nos permite participar de la vida en sociedad. Por la obediencia podemos formar agrupaciones y realizar procedimientos colectivos complejos.
La obediencia nos permite la convivencia armónica con los demás y los niños pueden ser preparados para la vida adulta en la medida en que obedecen. Si no obedeciéramos ninguna regla de tránsito, sería casi imposible manejar.
Las conciencias superiores obedecen porque razonan que es lo que deben hacer, los seres inferiores obedecen por miedo al castigo.
Quien no aprende a obedecer tampoco aprenderá a mandar y no podrá dirigir bien una institución humana. Todo funciona mediante un orden preestablecido y quien conoce ese orden tiene autoridad sobre el que lo desconozca.
Pero la obediencia puede tener también elementos negativos, como cuando los mandatos recibidos van en contra de principios superiores. En estos casos es importante que la persona tenga claro cuáles son sus valores, porque de no tenerlos existe la posibilidad de que su conducta sea inadecuada. Desde la niñez se nos enseña a jerarquizar las reglas y normalmente lo aprendemos. Por ejemplo, a una niña se le enseña a obedecer a su maestro, pero también se le enseña a no desvestirse aunque el maestro o cualquier otro adulto se lo pida, salvo situaciones especiales.
En ocasiones el adulto por miedo obedece a una orden pese a saber que es incorrecta, incluso hasta sabiendo que no le conviene, intentando evitar un mal mayor. Ningún presidente o general, tendría algún poder si no fuera porque muchos les obedecen. Lamentablemente hemos visto que cuando surge un dictador corrupto siempre aparecen multitudes de seguidores dispuestos a colaborar de forma activa, a cambio de privilegios. Los demás podrían colaborar de forma pasiva con su silencio.
Es célebre el experimento de Stanley Milgram de la Universidad de Yale. Este psicólogo estadounidense al notar que los asesinos de guerra nazi, en el interrogatorio respondían que sólo estaban cumpliendo órdenes, decidió hacer un experimento para ver si en verdad, somos capaces de hacer actos muy censurables por el solo hecho de entender que el responsable es quien da la orden y no nosotros.
En el experimento, Milgram reclutaba personas para un supuesto estudio sobre el aprendizaje. En esta investigación el contratado “maestro” se situaba frente a una consola con numerosos botones y se le explicaba que cuando el alumno fallara a alguna pregunta, debería apretar un botón y darle una descarga eléctrica (ya que se estaba estudiando el efecto del castigo en el aprendizaje). Los botones inicialmente indicaban cargas eléctricas bajas que iban subiendo hasta niveles peligrosos, incluso señalados con advertencias de peligro. El supuesto alumno en realidad era un actor y las descargas eléctricas no eran reales, pero el “profesor” no lo sabía. En las primeras descargas no había dudas para continuar, pero según ascendían en intensidad y los gritos de dolor del estudiante eran más intensos, los profesores presentaban crisis y comenzaban a cuestionar al tercer hombre en el laboratorio, quien era el investigador, pero éste les decía seriamente que la regla era que debían seguir con el experimento hasta el final. Asumían que pese a lo terrible del experimento ellos no eran responsables sino el investigador. Contra todas las expectativas el 100% de los participantes llegó hasta los 300 voltios y más de la mitad llegaron hasta los botones finales de la consola, donde se suponía que la vida del estudiante peligraba. Este experimento se repitió en lugares y grupos humanos diferentes confirmando esos sorprendentes resultados.
Lo altamente preocupante es que esto demostró que los criminales nazis no eran monstruos, sino personas como la mayoría de nosotros. Con valores éticos similares. Razonamientos como: todos lo hacen, si no soy yo otro lo hará, no es mi culpa yo sólo cumplía órdenes, etc., podrían llevarnos a cometer actos criminales. Es importante saberlo, porque si desconocemos cómo pensamos, podemos terminar haciendo lo que no quisiéramos. A veces le tememos a la posibilidad de un despiadado líder mundial, pero ese personaje sería peligroso solamente si lo obedecemos. ¿Tienes total seguridad de que desobedecerías órdenes inmorales?
El poder de una nación radica totalmente en la cohesión de sus ciudadanos en torno a los principios que la constituyen. Es necesario que podamos obedecer, pero sin traicionarnos a nosotros mismos ni a nuestros valores. No tiene valores morales quien se limita a hacer lo que hagan los demás. El futuro de la humanidad depende de la coherencia de personas con altos valores, son el único muro de contención frente a la nociva corrupción. Aunque Judas siga existiendo, procura que no seas tú.