En 1959, un grupo de valientes decidió realizar una invasión con miras a derrocar la más férrea dictadura de América. Su objetivo no fue logrado, sin embargo, dieron inicio al fin del régimen. Estos héroes perecieron bajo las garras de la maquinaria opresiva trujillista, no obstante, su legado quedó marcado como la “raza inmortal”.
A 61 años de este hecho, viéndose la realidad actual dominicana, puedo decir que el término ya no se limita a estos revolucionarios de antaño. Hoy, todos y cada uno de nosotros, alzando un grito de guerra a través de nuestras cornetas, cacerolas y redes sociales, somos parte de esta estirpe patriótica, la cual perdurará en el tiempo como la más bella de las revoluciones. A dos semanas de un hecho que marcó precedente en nuestra historia electoral, esta ínsula ha despertado de ese letargo que no la dejaba asimilar su cotidianidad política.
Nuestro país viene hundiéndose en la miseria y la corrupción por ya mucho tiempo. Este estado putrefacto ha sido alimentado y sostenido por una pseudo monarquía despótica, autocrática y absolutista, formada por un monarca, príncipes y demás miembros de la nobleza. Son estos, personajes infames y carentes de empatía por los dolores de sus súbditos, quienes nos han despojado de la tranquilidad ciudadana, la educación de calidad, los avances médicos y del correcto ejercicio de nuestros derechos.
El pasado jueves celebramos con pompa otro aniversario más de la gesta independentista, la cual nos dotó de autonomía ante el mundo. Para conmemorarlo, el pueblo, perfumado de esa esencia de libertad y transparencia, desafió al “Rey Sol” y a sus esbirros con un acto que representó la verdadera identidad del dominicano. Con un inigualable civismo, nos unimos en una sola voz, la cual clamó el fin de este gobierno.
Indudablemente, ser dominicano va más allá de beber Brugal, jugar bitilla y bailar merengue. Por encima de todo, ser dominicano significa desafiar al statu quo, luchando así por todo aquello que nos constituye como ciudadanos de un Estado de derecho. Y dentro de los cimientos de nuestra ciudadanía, se encuentra la potestad de poder ejercer el sufragio de manera transparente. Por tanto, acompañados de un envidiable sentir patriótico, haremos historia con una máxima participación en los comicios de marzo y mayo.
Hoy más que nunca entiendo que solamente unidos podremos derrocar a los Capetos dominicanos. Una revolución apolítica ha nacido en nuestra Quisqueya, la cual no discrimina ni divide. No pereceremos ante el yugo opresor, pues nuestra causa sobrepasa lo pecuniario, siendo producto del más puro amor. No me cabe duda de que nuestra isla podrá hundirse pero jamás volverá a ser esclava de la pseudo monarquía morada.