Definitivamente el mundo cambió. No es un secreto para nadie que la pandemia del COVID 19 nos está obligando a repensar la forma en que todos, tanto de manera particular como de manera colectiva, nos comportamos y nos conducimos.
Estamos presenciando un momento sin precedentes en el cual básicamente todos los aspectos de nuestra cotidianidad están siendo ampliamente discutidos y minuciosamente analizados por algunos expertos y muchos improvisados.
De este fenómeno es importante resaltar la relevancia que está tomando la tecnología aplicada a todos los aspectos del diario vivir desde el estado de confinamiento en el que nos encontramos la gran mayoría.
Somos de opinión que estamos ante una revolución inesperada, que teníamos proyectada para que fuera una evolución que se realizaría probablemente de una forma más controlada y escalonada. Esta revolución tiene aspectos muy positivos, pues contamos con herramientas indispensables para sobrellevar la crisis, pero también presenta varios retos que requieren nuestra atención inmediata.
A título de ejemplo podemos mencionar la posibilidad de teletrabajo, las clases online, los pagos móviles, el incremento de aplicaciones de comercio electrónico y los nunca suficientemente apreciados y benditos deliveries, que a diario nos resuelven infinidades de situaciones.
La proliferación de las formaciones online, los live en Instagram, Youtube, Facebook, las conferencias por Zoom. Todo el mundo tiene algo que decir, y ganas de compartirlo, y para eso existen plataformas á la carte muy fáciles de usar y que permiten llegar a todo el mundo.
Otros usos de la tecnología logran objetivos tan sublimes como permitirnos mantener una conexión con nuestras familias y seres queridos, en tiempo real y de forma constante, cuando el mandato es el distanciamiento social, ayudar a quienes más lo necesitan a través de plataformas de recaudación en línea (e.g. como Jompeame en República Dominicana) y otros usos tan básicos como asegurarnos la producción de bienes esenciales como alimentos e insumos médicos.
En cuanto a las oportunidades de mejora, podemos enumerar la proliferación de las fake news, la facilidad con la que los datos, personales y no personales, se van compartiendo, lo que ha hecho del gesto de reenviar uno que hacemos de manera constante y sobre todo de manera inconsciente.
La invasión de la privacidad ya no es una prerrogativa exclusiva del Estado, conforme a los mecanismos creados constitucionalmente. Cada vez que una persona comparte con usted algo no solicitado de cierta manera se produce una micro forma de invasión de su privacidad.
Estas prácticas toman un nivel de relevancia mucho más serio cuando hablamos de nuevas formas de delitos como el phishing que abarca cualquier técnica que persigue el fin último de engañar a la víctima ganándose su confianza a los fines de obtener datos para ejecutar fraudes.
Las formas que puede adoptar este modalidad de delito son varias; van desde ese chico maravilloso con el que chateas por cualquiera de las redes sociales para hacer nuevas amistades o encontrar pareja, o un correo o contacto por parte de tus “proveedores de servicio de confianza”, manipulando los intercambios con la víctima para que esta de manera voluntaria ejecute acciones que pueden detonar un tremendo problema (esto va desde hacer click en un enlace, hasta compartir tus contraseñas).
Otro asunto a considerar es el nivel de influencia que el uso de la tecnología puede generar entre la percepción de lo real y lo falso. El bombardeo de datos, es constante e ininterrumpido, pero sobre todo no hay un proceso de cura y doble verificación tan inmediato como la circulación de los datos.
Sin embargo, todos debemos estar conscientes de que en el mundo digital casi todo deja su huella y esa doble verificación puede que llegue tarde, pero su llegada es casi segura.
Ya no es tan gracioso hacer bromas prácticas, pues por escrito es muy difícil poner las cosas en contexto. Hemos visto como individuos han publicado datos distorsionados sobre informaciones oficiales de la pandemia, y estos han sido rastreados y detenidos, todo ante nuestros ojos. Todo parecería tener un impacto.
Hace varias décadas Noam Chomsky hablaba de la “fabricación del consentimiento” o como indicara en una entrevista para France Diplomatie en el 2008 “un lavado de cerebro en libertad”. Si bien lo sostenido por esta teoría es discutible, actualmente para estas influencias contamos con las redes sociales como una herramienta tan poderosa que dependiendo de la intención en su uso puede ser muy positivo o negativo.
En otras jurisdicciones se habla hoy de utilizar la tecnología para identificar quien ha podido ser expuesto al COVID 19 y cualquier movimiento que este realice que pueda poner en riesgo a otros individuos. La pandemia ha reforzado una discusión que se lleva desde hace décadas sobre cómo proteger los datos personales en la era de las nuevas tecnología. Ahora la pregunta que se plantea el mundo es, cómo regular nuestro derecho de protección a los datos personales cuando estamos en un estado de emergencia y lo que debe prevalecer es el interés general.
En lo que los Estados se ponen de acuerdo en contestar esta pregunta, es sumamente importante que en primera línea de la protección de nuestros datos personales nos ubiquemos nosotros mismos.
En una época en donde las crisis reputacionales están a la orden del día, en donde se filtran tantos datos compartidos desde la confianza y la confidencialidad de manera individual como corporativa, urge un cambio de mentalidad, en donde tanto los individuos como las empresas tomemos conciencia de que estamos en una gran vitrina en donde, como bien explica Sergio Roitberg en su más reciente obra, todos podemos quedar expuestos. La transparencia es el “nuevo normal”.
Siempre he sostenido que la regulación y la tecnología si bien van de la mano, no llevan la misma velocidad. La relación entre ellas siempre me recuerda a Esopo y la Fontaine con sus respectivas versiones de la fábula de la liebre y la tortuga “no llega más rápido el que más corre, lo importante es salir a buena hora”. Por esto, en lo que para regulación se acerca la buena hora, es de rigor que tomemos acción, o para usar palabras de esta época, nos empoderemos, hagamos un ejercicio cotidiano de atención consciente y nos vayamos “auto-regulando” en la manera en que abordamos los nuevos retos que implica esta recién estrenada normalidad.