Las migraciones internacionales en América Latina

Desde los períodos colonial y de la independencia hasta mediados del siglo XX la región recibió inmigrantes de ultramar cuya presencia aún es notoria en varios países. Esos inmigrantes, fundamentalmente europeos del sur del continente, dominaron la escena migratoria durante muchas décadas. La región fue también escenario del arribo de personas procedentes de otras subregiones de Europa. También llegaron poblaciones africanas como producto del sistema de esclavitud vigente hasta el siglo XIX, asiáticos (principalmente chinos y japoneses) y, en cantidades menores, inmigrantes de otras regiones (como el Oriente Medio).

Sin embargo, en las últimas décadas América Latina y el Caribe se ha caracterizado por ser una región principalmente emigratoria. Hasta la década de 1990, la principal corriente emigratoria se daba desde los países del Caribe, México y Centroamérica hacia los Estados Unidos. A partir de entonces, la emigración aumentó marcadamente y España ganó gran importancia como país de destino, al tiempo que otros países desarrollados comenzaron a destacar en el mismo sentido (los países de Europa Occidental y Oriental, Australia, Canadá y Japón) (CEPAL, 2016). Persisten los movimientos entre países de la región, en especial fronterizos, como parte de un patrón profundamente anclado en la historia y que antecede a la instalación de fronteras, y existe una merma notoria en la inmigración ultramarina.

Si bien la migración internacional no es un hecho nuevo en los países de la región, la movilidad contemporánea ha adquirido múltiples facetas y una dinámica sin precedentes. Se estima que actualmente unos 30 millones de latinoamericanos y caribeños viven fuera de su país de nacimiento, cifra inédita en la historia.

El Caribe es la región más expulsora de población fuera de la región, con una tasa de -2,8 cada 1.000, mientras que Centroamérica y América del Sur presentan tasas de -0,7 y -0,2, respectivamente. En cuanto al volumen, se estima que, para el quinquenio 2015-2020, el saldo migratorio negativo4 será de más de 1,5 millones de personas, 600.000 correspondientes al Caribe, 600.000 a Centroamérica y 450.000 a América del Sur. En el grupo conformado por Cuba, Haití y la República Dominicana, la migración desempeña un papel preponderante en función de la escala de los territorios y las poblaciones. Los Estados Unidos y el Canadá concentraban hacia 2015 el 77,5% de la población emigrada, y merecen también una mención aparte el flujo de haitianos a la República Dominicana y el creciente flujo desde la República Dominicana y Haití hacia España y más recientemente a América del Sur.

El número de latinoamericanos que viven en los Estados Unidos, en Europa y en países de América Latina y el Caribe distintos de los de su nacimiento continúa siendo muy grande, como se desprende de la proporción de población emigrada de los países de la región con respecto a la población residente en ellos. Según datos de la División de Población de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 2017), en 2015 había más de 30 millones de latinoamericanos y caribeños viviendo fuera de su país: 1 de cada 3 caribeños, 1 de cada 10 centroamericanos y 1 de cada 40 sudamericanos. Varios países centroamericanos y del Caribe –incluida la RD- se cuentan entre los que tienen mayores proporciones de su población viviendo afuera (alrededor del 10% o más), y son reconocidos desde hace varias décadas por la importancia de sus flujos de emigración, principalmente hacia los Estados Unidos. Otros países sudamericanos como Bolivia, Colombia, el Ecuador, el Paraguay, el Perú y Venezuela han registrado incrementos más recientes de sus flujos de emigrantes, buena parte de los cuales ha tenido como destino a España —para varios, entre ellos Colombia, España sustituyó a los Estados Unidos como principal receptor— y otros países europeos.

Se reconoce que la migración conlleva riesgos y oportunidades de desarrollo para las personas migrantes, al mismo tiempo que ofrece salidas al desempleo y a la falta de perspectivas de mejoramiento laboral, contribuye al desarrollo de los países de destino y representa pérdidas de capital humano y social para los países de origen, pero también de recepción de montos multimillonarios a escala nacional de remesas y de otras ayudas no monetarias de las diásporas. Las remesas familiares han alcanzado una magnitud superior a los 30 mil millones de dólares y su incidencia macroeconómica es notable en algunos países.

Ante la reducción de la natalidad, y por lo tanto del crecimiento natural, la migración adquiere una importancia singular en el crecimiento y la distribución de la población en la región. En la década de 1990 y durante el primer decenio del presente siglo se produjo un significativo incremento de la emigración hacia los países desarrollados, hasta que esa tendencia se atenuó por la crisis internacional. Los efectos de esta crisis se han traducido en una moderación de los flujos migratorios hacia los países desarrollados y en la recomposición de los destinos, pues varios países latinoamericanos se transformaron en opciones alternativas (Argentina, Chile, Costa Rica, México y Panamá).

Otra de las particularidades de la región radica en que algunos países son receptores netos de migración, principalmente de migración intrarregional. Diversos factores explican el incremento de la movilidad intrarregional: políticas restrictivas de ingreso y acceso a la residencia en países desarrollados, crisis económicas en los Estados Unidos y Europa, así como más oportunidades laborales y marcos normativos menos restrictivos en la región. Con diversos matices según el país de que se trate, la emigración intrarregional ha sido el rasgo dominante de la migración internacional en América Latina a contar de la segunda mitad del siglo XX. En América Latina en su conjunto, la tendencia desde 1970 es al crecimiento y preponderancia del peso de los inmigrantes intrarregionales, que han pasado del 24% del total de los migrantes en 1970 al 63% en 2010.

La migración entre países vecinos o transfronteriza, es una de las más importantes  de los intercambios de población dentro de la región y forma parte del núcleo de la migración intrarregional, por la alta composición vecinal del flujo migratorio. La identificación de la vecindad es relevante por cuanto evidencia que los intercambios migratorios son una realidad habitual en los países con fronteras compartidas, forman parte de una dinámica integradora social, económica y cultural, y revelan el papel de la complementariedad en los mercados laborales, la existencia de comunidades transfronterizas y la vocación de acuerdos y cooperación entre los países. En la mayoría de los países más del 50% de los residentes nacidos en otro país provienen de los países contiguos y en varios la proporción llega a más del 60%, de acuerdo con los datos de los censos de población de las rondas de las últimas dos décadas, lo que revela una dinámica transfronteriza importante en la región.

La urbanización latinoamericana

En América Latina y el Caribe, la distribución espacial de la población presenta ciertos rasgos distintivos, entre los que destacan el elevado nivel de urbanización; el persistente éxodo rural; las limitadas opciones para el desarrollo de las áreas rurales y localidades pequeñas; el decrecimiento o despoblación de una cantidad significativa de esas localidades; la tendencia a la concentración de la población y sus actividades en unos pocos centros dinámicos, y la segregación y vulnerabilidad que enfrentan las personas pobres en virtud de su localización espacial (CEPAL, 2015). América Latina y el Caribe se caracteriza por ser una región en la que la transición urbana se produce a una velocidad vertiginosa. En concreto, ha pasado de registrar un porcentaje de población urbana inferior al 45% en 1950 al 80% en el presente quinquenio, lo que la convierte en más urbanizada de las regiones en desarrollo y la segunda más urbanizada del mundo.

La característica más destacada de los cambios en la distribución espacio-territorial de la población de América Latina y el Caribe es su rápida urbanización, junto con la tendencia también marcada a la conformación de metrópolis o ciudades millonarias (de un millón de habitantes o más).  El proceso de urbanización en la región ha sido muy acelerado. Si en 1950 los niveles de urbanización de América Latina y el Caribe eran menores que los registrados en las regiones desarrolladas (América del Norte y Europa) y también en Oceanía, en menos de 40 años la región alcanzó y superó los porcentajes urbanos de Europa y Oceanía y se acercó estrechamente a los de América del Norte. Actualmente, el 80% de la población regional reside en áreas clasificadas como urbanas. Se convierte así en la región más urbanizada del mundo en desarrollo, y su nivel de urbanización es únicamente sobrepasado por América del Norte, de forma leve.

Diversos estudios han identificado la emigración masiva de la población de las áreas rurales que experimentó la región desde la década de 1930 como la causa principal de la rápida urbanización de sus países, la que alcanzó su cúspide entre 1940 y 1980. Posteriormente este fenómeno de emigración de la población rural ha disminuido, pero estimaciones basadas en los censos muestran que en todos los países de la región se mantuvo la transferencia neta rural-urbana en las dos últimas décadas del siglo pasado, e incluso en la de 2010. Las previsiones indican que en 2040 todos los países tendrán el 60% de su población residiendo en ciudades, y podrán considerarse países eminentemente urbanos.

Los sistemas de ciudades de la región tienen dos características sobresalientes: estructuración en torno a ciudades de gran tamaño y, en asociación con esto, tendencia a ser altamente primados. En la mayoría de los países de la región la ciudad principal representa más de un cuarto de la población nacional, más de un tercio de la población urbana y detenta un peso económico y político sobresaliente. La concentración en ciudades de poblaciones millonarias (metrópolis y megalópolis) es una tendencia muy marcada en la región y ha cambiado rápidamente su fisonomía. En 1950 había ocho ciudades millonarias: una de 5 millones de habitantes, Buenos Aires; dos ciudades de 3 millones, México y Río de Janeiro; una de 2 millones, São Paulo, y cuatro ciudades de un millón, Montevideo, Santiago, Lima y La Habana. En el transcurso de 30 años aparecieron 20 nuevas ciudades millonarias. En 1980, México y São Paulo superaban los 12 millones de habitantes; Río de Janeiro y Buenos Aires los 8 millones; Lima los 4 millones; Santiago y Bogotá los 3 millones; había seis ciudades de 2 millones y 15 de un millón. En 2010 el número de ciudades millonarias había crecido a 62 y las ciudades más grandes, como México y São Paulo, se convirtieron en hipermegalópolis, con cerca de 20 millones de habitantes cada una. Se proyecta que la tendencia a la concentración en grandes ciudades continuará. Sobre la base de tales previsiones, se espera que en 2030 haya 90 ciudades millonarias, entre ellas seis megalópolis con 10 millones de habitantes o más.

La importancia de la concentración de la población regional en las ciudades grandes es evidente en las cifras del porcentaje de población que residía en ciudades millonarias. En 1950 era de más del 50% en el Uruguay, del 30% en la Argentina y de entre el 8% y el 20% en el Brasil, Chile, Cuba, México y el Perú. Los otros países no presentaban un grado importante de concentración en este sentido. La rapidez del proceso de constitución de ciudades grandes y muy grandes implicó un cambio radical del panorama hacia 2010: con la excepción de dos países, la región presentaba porcentajes de población residiendo en ciudades millonarias cercanos al 20% y hasta de cerca del 50%. La previsión para 2030 indica que ya todos los países de la región tendrían el 15% o más de su población viviendo en ciudades millonarias (United Nations, 2017). Si bien hacia el futuro se puede esperar cierta reducción de la intensidad migratoria hacia las grandes ciudades, e incluso algunos procesos de desconcentración, la tendencia general sería la paulatina estabilización de la urbanización, sin señales de inflexión, y la consolidación de las ciudades grandes y medianas con un atractivo persistente como los pilares del sistema urbano.

El ámbito rural, en cambio, se encuentra estancado en torno a 125 millones de personas desde hace un par de décadas. La población rural se dispersa en una miríada de poblados escasamente dotados de infraestructura y con históricos problemas de conectividad. El proceso de urbanización tiene su correspondiente correlato en la reducción de población (despoblación) de localidades rurales y urbanas muy pequeñas.