La transición demográfica a nivel mundial

Para el análisis de los cambios demográficos en la larga duración y de sus vínculos con las transformaciones económicas, sociales, políticas, culturales, ideológicas y de otra índole la demografía intenta desde los años 60 construir de una teoría de la transición demográfica. En su planteamiento original, la transición demográfica (TD) se refiere al proceso de cambio de altos a bajos niveles de fecundidad y mortalidad y el consiguiente paso a bajísimo o nulo crecimiento demográfico, impulsados en principio por la Revolución Industrial y el consiguiente desarrollo económico y social. Sin embargo, a lo largo de las últimos decenios este planteo se ha enriquecido, derivando en dos significados, uno que alude a dichos cambios y el otro, a un cuerpo de conocimientos teórico-empíricos que pese a estar en debate, trata de constituirse en un marco conceptual comprensivo de los cambios constatados, sus determinaciones e interacciones con las transformaciones de orden económico, social, político, cultural, ideológico y tecnológicos.

Independiente del enfoque que se adopte, los hechos revelan que el tránsito de regímenes de altas fecundidad y mortalidad a otros de bajos niveles en ambos componentes es un fenómeno universal. Todas las regiones del mundo experimentan este cambio. El inicio y el ritmo de la transición demográfica varían entre las regiones y los países debido a las diferencias en el calendario de eventos económicos, sociales y políticos y condiciones que desencadenan la transición. 

La transición demográfica en los países hoy industrializados o desarrollados

La transición demográfica comienza a fines del siglo XVIII en los países más avanzados de Europa, difundiéndose gradualmente hacia la periferia de ese continente a comienzos del siglo XIX y al resto del mundo a inicios del siglo XX, aunque en el caso de las regiones en desarrollo y las económicamente más atrasadas de África y del centro de Asia se inicia a mediados del siglo pasado. Esta primera etapa se caracteriza por un rápido aumento de la tasa de crecimiento de la población, por la baja en la mortalidad y la permanencia de niveles altos de fecundidad.

Hasta el momento de arranque de la Revolución Industrial (RI) la población mundial había crecido a un ritmo casi imperceptible (0,06 % en promedio desde el inicio de la era cristiana), con ciclos marcados por hambrunas, guerras y pestes y un lento proceso de avances tecnológicos. Era un mundo “malthusiano” con un progreso limitado y, cuando este se materializaba, frecuentemente se traducía en tragedias para las generaciones futuras que se enfrentaban a duras restricciones de recursos. Hasta mediados del siglo XIX en algunas poblaciones europeas la típica respuesta malthusiana era todavía importante: el equilibrio recursos/poblaciones se restauraba mediante la mortalidad, cuyo descenso permanente se retrasó hasta la segundad mitad del siglo XIX y mas allá.

El primer descenso de la mortalidad en gran parte de Europa ocurre durante la segunda mitad del siglo XVIII. Con el aumento de la productividad de la agricultura, el mejoramiento del transporte, el descenso de las epidemias y las mejoras en la nutrición y la higiene, la mortalidad fue puesta efectivamente bajo control. Las poblaciones parecen escapar de la “trampa malthusiana” (Coale, 1970). Si bien en este siglo XVIII en varios países de Europa se iniciaron descensos importantes en la mortalidad por períodos más o menos prolongados, y en el siguiente siglo XIX muchos de los países hoy desarrollados entraron en la transición demográfica, ha sido el siglo XX el de la llamada “explosión demográfica”, de la aceleración del crecimiento y la disminución del tiempo de duplicación, que antes de la revolución industrial se contaba en miles de años y actualmente se cuenta solo en décadas.

La Revolución Industrial puso a la humanidad en una senda de progreso en términos de condiciones materiales de vida, impulsando un cambio revolucionario en los patrones demográficos. Como bien informa el destacado demógrafo Livi Bacci “Es la revolución industrial la que da lugar a una aceleración decisiva del crecimiento poblacional (de aproximadamente 10 veces) en los dos siglos posteriores (incremento del 6‰, duplicación en 116 años), como consecuencia de una rápida acumulación de recursos, del control del medio ambiente y del retroceso de la mortalidad”.

Posteriormente se inicia una segunda etapa, que suele darse de forma más gradual, marcada por una reducción de las tasas de natalidad: el aumento de hijos sobrevivientes por familia es el principal factor que explica la caída en las tasas de fecundidad en los países pioneros en este proceso, pero otros factores que han venido ganando importancia son el proceso de urbanización y la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, lo que, unido a la nueva disponibilidad de métodos anticonceptivos y cambios culturales, ha convertido la maternidad en una opción y no un destino. En los inicios de esta segunda etapa se alcanzan las tasas más elevadas de crecimiento de la población.

La TD termina cuando la población se estabiliza gracias a que la disminución en las tasas de fecundidad domina el efecto de las menores tasas de mortalidad. Ello ocurre con rezagos importantes debido a que hay un periodo largo en que el número absoluto de mujeres en edad de procrear sigue aumentando, aun después de que la Tasa Global de Fecundidad (promedio de de hijos por mujer a lo largo de su vida reproductiva) caen por debajo de la tasa que permiten mantener constante la población, el llamado nivel de reemplazo. La tasa de reemplazo o sustitución hace referencia al número mínimo de hijos necesarios, para asegurar el reemplazo generacional de la población sin disminución de su volumen.

Una característica de estas transiciones es que una vez avanzada la segunda etapa y cuando la población tiende a estabilizarse, aumenta rápidamente la proporción de ancianos en la población total, a medida que las cohortes más numerosas llegan a edades avanzadas, mientras disminuye el número de niños: es el envejecimiento de la población, que además se ve incrementado por aumentos en longevidad que tienen su origen en mejores condiciones materiales de salud y alimentación, especialmente en etapas tempranas de la vida, así como por avances en medicina. Las etapas iniciales de la TD dieron como resultado la “explosión demográfica” del siglo XX. El siglo XXI será marcado, en cambio, por el fin de dicha transición, con una estabilización de la población y el envejecimiento de esta. Dicha tendencia afectará primero a los países más desarrollados, mientras los países económicamente más atrasados posiblemente lleguen al final de la transición demográfica en el ocaso del presente siglo. A comienzos de este siglo se verifica que la mayoría de los países que hoy se consideran desarrollados ya estaban terminando su transición demográfica y la gran mayoría de los países de ingresos medios ya han visto caer las tasas de fecundidad bajo los niveles de reemplazo (de aproximadamente 2.1 hijos por mujer), de manera que están a unas pocas décadas de completar este proceso. Por otra parte, un grupo de países muy pobres, la mayoría del África Subsahariana. que concentra hoy más de 600 millones de habitantes, está todavía en la primera etapa de dicha transición, o apenas en los inicios de la segunda, de manera que estos concentrarán más de la mitad del crecimiento total de la población mundial en el presente siglo.

De otro lado, los países desarrollados están llegando a la etapa en que la población deja de crecer. En los países en desarrollo de ingresos medianos y medios bajos, el punto de máxima diferencia se alcanzó en la segunda mitad de los años sesenta y ellos deberían culminar su TD a mediados del presente siglo. En cambio, los países más pobres llevan menos tiempo desde el punto de máxima diferencia y su TD es más lenta, razón por la cual ellos no completarán su TD en el presente siglo, de acuerdo a las proyecciones de población de la ONU.

La dinámica de la población a nivel mundial está determinada principalmente por la transición demográfica en los países en desarrollo. La reducción de las tasas de mortalidad y una tasa de fertilidad aún alta condujo a un aumento de la natalidad en los países en desarrollo en las décadas de 1960 y 1970, mientras que el crecimiento de la población se ralentizó en los países de renta alta. En la mayoría de los países en desarrollo (fuera de Europa y Asia Central, con menores tasas de fecundidad) el crecimiento de la población repuntó y se produjo un cambio en las estructuras de edad, aumentando la proporción de niños. Posteriormente el crecimiento de la población se ralentizó a medida que disminuía la fecundidad. La proporción de población en edad de trabajar aumentó y las poblaciones empezaron a envejecer con rapidez, en parte gracias a la mejora de la esperanza de vida.

Una población crece o disminuye con el tiempo debido al cambio natural, el número de nacimientos menos el número de muertes y la migración neta, el número de inmigrantes menos el número de emigrantes.

Dado que la dinámica del cambio poblacional está determinada por tres componentes: la fecundidad (nacimiento), la mortalidad (muerte) y las migraciones, veremos, a continuación, por separado, cuáles han sido los cambios en cada uno de estos determinantes del llamado “crecimiento natural” de la población o el crecimiento demográfico y las migraciones o la movilidad territorio-espacial de la población.

El descenso de la mortalidad y el aumento de duración de la vida

La revolución tecnológica o la llamada revolución industrial, que generalmente se considera la base de la transición demográfica, produjo muchos cambios que hicieron posible menores tasas de mortalidad. Coincidió con la apertura del hemisferio occidental, que amplió considerablemente el suministro de alimentos. La regularidad del suministro de alimentos se aseguró aún más por el aumento de la productividad agrícola en Europa y mediante el desarrollo del transporte, tanto trans oceánico como interno, con canales, carreteras mejoradas y luego ferrocarriles. Hubo una mejora significativa en el saneamiento y aseo personal: la gente comenzó a bañarse y a lavarse las manos. Más tarde, se proporcionó un suministro de agua limpia, se construyeron plantas de eliminación de aguas residuales y, en general, se mejoró el saneamiento ambiental urbano. Así, el cambio tecnológico y los aumentos en el suministro de alimentos hicieron posible que la tasa de mortalidad bajara; y algunas mejoras específicas en medicina ayudaron, como la vacunación contra la viruela. Una implicación natural de los cambios tecnológicos que caracterizaron la revolución industrial fue, por lo tanto, una reducción de la mortalidad. (Coale, 1970).

Si bien desde el siglo XVIII en varios países de Europa se iniciaron descensos importantes en la mortalidad, el descenso pronunciado y sostenido de la mortalidad acaecido después del inicio de la RI en los países hoy desarrollados se manifestó en el siglo XX. Hubo que esperar al año 1900 para que la mortalidad infantil comenzase a declinar por debajo de los 100 por mil. Tales logros fueron posibilitados principalmente por la aplicación de la investigación científica a la medicina, como el desarrollo de la quimioterapia y de la cirugía, así como los efectos del mejoramiento de la eficiencia administrativa de las instituciones de salud pública y un mayor acceso de la población a servicios de salud.

La base de la disminución de la mortalidad en el siglo XIX en Europa y en el siglo XX en Asia, África y América Latina es diferente, y también lo es el ritmo del cambio. La mejora económica gradual y los cambios lentos en la medicina preventiva y curativa causaron un aumento lento en la expectativa de vida en Europa; el fuerte impacto de la transferencia de tecnología moderna en medicina, saneamiento, agricultura, transporte y comunicaciones ha traído un aumento reciente mucho más abrupto en la duración media de la vida en los países menos desarrollados. El ritmo del componente mortalidad en la transición demográfica en esos países es, por lo tanto, mucho más rápido que en cualquier población europea.

La esperanza de vida ha experimentado una mejora sustancial en las regiones no desarrolladas, aún mayor en Asia y Oceanía; en el primer caso, su mediana se incrementó 25 años, y la distancia de este indicador respecto del de Europa y América del Norte se redujo de alrededor de 20 años en el período 1950-1955 a solo 5 y 6 años, respectivamente, en el presente quinquenio. En la actualidad, Asia, América Latina y el Caribe y Oceanía -algo rezagada- registran niveles muy similares de esperanza de vida; los países desarrollados se mantienen ligeramente por encima de ellos y solo África, a pesar de haber logrado una mejora sustancial -cerca de 20 años en las décadas pasadas-, permanece con un retraso de otros 20 años frente a los países desarrollados.

Aún en los países más subdesarrollados –en su mayoría de África- la mortalidad ha disminuido, por varias razones. Las muertes por hambruna se han evitado mediante el aumento de la productividad agrícola más las mejoras en la distribución interna e internacional de alimentos, que suavizan el impacto de las fallas de los cultivos locales. Lo más importante para alcanzar una expectativa de vida de alrededor de 50 años en lugar de 30 o 40 ha sido el progreso científico y técnico en la prevención y el tratamiento de enfermedades a bajo costo. La viruela ha sido erradicada; Fue una de las principales causas de muerte. Las vacunas ahora reducen la incidencia de muchas enfermedades infantiles, y los insecticidas han reducido drásticamente la mortalidad debido a la malaria y otras enfermedades de alta mortalidad transmitidas por insectos. Los antibióticos pueden curar muchas enfermedades antes fatales y pueden ser distribuidos a bajo costo.

En el siglo XX gran parte del descenso de la mortalidad se debió al avance de la tecnología moderna, en especial los antibióticos, la anestesia y la inmunización contra enfermedades infecciosas. Esta disminución de la mortalidad ocurrió inicialmente en los países que primero habían experimentado el desarrollo (Europa y Norteamérica). Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial la tecnología médica, y los procedimientos de salud pública se difundieron en casi todos los países del mundo, sin importar su nivel de desarrollo. En todos los países menos desarrollados, se ha producido parte del aumento de la duración media de la vida que caracteriza la transición de la mortalidad. En muchos casos, la disminución de la mortalidad es más lenta de lo que podría ser; sin embargo, incluso los países más aislados de África tropical ahora tienen una esperanza de vida sustancialmente más alta que hace 20 años. 

No obstante la espectacularidad de estos cambios, llama la atención sobre otra tendencia que tiene una importancia trascendental en el análisis de los escenarios demográficos futuros. Se trata de la marcada convergencia entre regiones y países. Se ha reducido de manera sustancial tanto la variabilidad de la esperanza de vida entre las regiones del mundo como entre los países dentro de ellas. Claramente se aprecia que, a medida que se reducen las diferencias entre las regiones, los países de cada región se van aglomerando de manera cada vez más estrecha alrededor de la mediana, con la excepción de África, donde aparentemente la dispersión aumenta.