“Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica en una forma valiosa para el hombre”

Los orígenes del totalitarismoHanna Arendt

Desde que en la década de los ochenta la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen comenzara a despuntar en la Francia de François Mitterrand, se inició una etapa que nadie hubiera podido augurar en aquellos momentos que con el tiempo se mostraría imparable. Durante los últimos años en Europa el auge de estos grupos ha llegado a cobrar un protagonismo que delata no solo una inexplicable laxitud de la memoria colectiva europea, sino la enorme dificultad de la población y sus dirigentes para contemplar la auténtica dimensión del problema. España parecía haberse librado hasta hace bien poco de tal tendencia, pero la irrupción de Vox y su rápido despegue hicieron dar al traste tal idea en quienes creímos, ingenuamente, que aquí habíamos aprendido la lección. La realidad ha venido para arrebatarnos la inocencia y cualquier duda que pudiéramos albergar al respecto. No, sencillamente no habíamos aprendido nada. La extrema derecha, hábilmente manejada y simulando aceptar las reglas del juego democrático, está hoy presente en todo el continente. Vox es tan solo un partido más de la larga lista que ensombrece el panorama. En Grecia, Amanecer Dorado pone nombre a dicha tendencia, en Bélgica está presente con la Nueva Alianza Flamenca, Alternativa abandera dicha opción en Alemania, en Austria el partido FPÖ, Eslovaquia cuenta con el Partido Nacional Eslovaco, los Países Bajos con el Partido por la Libertad, el Partido Popular defiende sus postulados en Dinamarca, en Hungría el movimiento está representado por Fidesz-KDNP, en  Polonia por Ley y Justicia y por Chega en Portugal entre algunas otras. Francia, con la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen e Italia con la Liga del Norte y Mateo Salvini al frente, se han erigido en líderes y principales focos de la nueva extrema derecha europea. Todo este movimiento ha ido creciendo poco a poco, de manera constante y estable, llegando a obtener  representación en al menos dieciocho parlamentos europeos, además por supuesto de su participación en muchísimos otros de carácter autonómico, regional y municipal. Fuera de nuestras fronteras la extrema derecha cobró presencia en la enloquecida presidencia de Donald Trump, ya por fortuna desterrado del poder y en la no menos delirante carrera hacia el abismo del Brasil de Bolsonaro.

Son, como se puede ver, muchas las formaciones, muchas las divergencias que las separan y por encima de unas y de otras un sueño común: constituir un bloque unitario y poderoso en el seno del Parlamento Europeo que logre hacer virar su trayectoria. Les une a todas ellas un profundo rechazo por la globalización, un temor compartido ante la sombra del gigante asiático y un claro y rotundo euroescepticismo. Les distancia, sin embargo, la diversidad de objetivos de cada agrupación que las sitúa en bloques bien diferenciados. Existe una derecha clásica y tradicional que hunde sus raíces en sentimientos xenófobos y de odio al extranjero. Otra derecha soberanista que aboga por la salida del euro y por una decidida  ruptura de la Unión Europea.  Hay una tercera y de gran calado que aglutina sentimientos patrióticos y de exaltación nacional. Ésta se apoya en un nacionalismo a ultranza y en una identidad de raza blanca y cristiana frente al Islam. Hay algunas formaciones más que propugnan una reorganización de las instituciones democráticas que delimiten, o bien cercenen en gran parte, sus poderes. Y hay por último un grupo denominado neofascismo radical, especialmente virulento, que apela a la violencia mientras exhibe con orgullo simbología nazi.

Mientras tanto este viejo continente contempla con estupor como, pasados muchos años, comienzan a agitarse nuevamente y a revivir viejos fantasmas que creíamos desalojados del castillo. Europa se enorgullecía de haber erradicado para siempre de su cultura  pensamientos totalitarios y partidos de una derecha radicalizada, que parecía no tener ya espacio posible entre las sociedades plenamente democráticas que conformaban el mapa político. Pero está claro que fue tan solo una falsa percepción, un pasar por alto algunas señales que delataban una corriente subterránea, la misma que de hecho ha abierto brecha haciendo cauce nuevo. Hoy somos conscientes de que esta realidad tan sólo estaba oculta, germinando bajo tierra durante décadas, esperando el momento propicio para eclosionar y salir a la luz. La crisis económica, el repentino y feroz empobrecimiento de la población, la falta de respuestas políticas satisfactorias fueron el abono perfecto para que todos estos grupúsculos, sin apenas representación en ningún parlamento y que habían pasado hasta entonces desapercibidos, cobraran vitalidad y fueran acumulando, cada vez más, apoyos de una ciudadanía en riesgo.

Pero evidentemente las crisis económicas no son el único alimento del que se nutre la extrema derecha. Ésta necesita siempre un detonante, un factor de odio que aglutine voluntades y sentimientos, un enemigo frente al que luchar y al que poder convertir en culpable. Por otro lado necesita arraigar y con fuerza el sentimiento nacionalista, acrecentar una idea de nación a la que proteger frente a toda influencia exterior. Es preciso forjar un entramado que cale sin posibilidad de duda un “nosotros” y un “ellos” en perpetua antítesis. La extrema derecha nunca ha necesitado más premisa que un motor excluyente y siempre que ha hecho su aparición en escena ha utilizado idénticas estrategias. Su propuesta es muy básica, casi primaria y elaborada sin profundizar jamás en la auténtica raíz del problema. Sus argumentos apelan directamente a la sinrazón, pues solo de ella extrae su auténtico poder.  Exacerbar estos sentimientos se vuelve tarea fácil cuando aprieta la necesidad. Es factible entonces elegir un chivo expiatorio que justifique el sentimiento generalizado de rabia y de fracaso. Construir un culpable es doblemente sencillo cuando se tiene a mano a un extranjero. Es liberador alejar toda culpa y derivar errores en sujetos ajenos y distintos a aquellos que reconocemos como nuestros. El pecado corre de cuenta de quien llega a un país en paz para arrebatar el trabajo a sus gentes y copar las ayudas del estado de bienestar europeo. Ese extranjero que mina las arcas de un estado que no es el suyo y aporta modos y usos ajenos a la población. El extranjero así se convierte en persona indeseada, en delincuente y usurpador de bienes que no le pertenecen por nacimiento.

El argumentario está obviamente plagado de patrañas que se esgrimen sin posibilidad alguna de ser rebatidas y es que el populismo campa hoy por sus respetos y lo hace a través del artificio y una puesta en escena torticera e imposible de digerir que, sin embargo y pese a ello, resulta sumamente efectiva. Hacer ruido, todo el ruido posible es la consigna. Faltar a la verdad, inventar sobre la marcha y en medio de un debate las más peregrinas afirmaciones, esgrimir falsos datos estádisticos, construir supuestas evidencias que jamás se prueban, ocultar el otro lado de la historia… un juego sucio que les ha sido hasta ahora muy rentable. Dice Emmanuel Macron "En una Europa dividida por los miedos, el repliegue nacionalista o las consecuencias de la crisis económica, vemos cómo metódicamente se rearticula todo lo que pautó la vida de Europa entre el final la I Guerra Mundial y la crisis de 1929 (…) Hay que tenerlo presente, ser lúcidos y saber cómo resistir a ello". Son muchas las voces que alertan del peligro que una vez más se cierne sobre todos nosotros, pero hasta ahora no se han encontrado los medios que frenen tal avance. Justo cuando Europa parecía ajustar de nuevo sus ritmos de crecimiento económico y los países más rezagados, como España, comenzaban a vislumbrar una tibia recuperación, la pandemia cayó como una maldición sobre el mundo para paralizarlo y sumirlo en un nuevo periodo de angustiosa crisis. De nuevo se vislumbran perversas similitudes con aquel otro escenario siempre tan propicio, como señala con tanto acierto el presidente francés, a los deleznables intereses de esta extrema derecha hoy maquillada y que pinta sus labios como una vieja ramera que se pretende nueva en el oficio.