La nueva consigna del expresidente Leonel Fernández en su obcecada búsqueda de un cuarto mandato presidencial se hizo pública esta semana en la celebración del 64 aniversario de su nacimiento: “ E´ pal 20 que vamos”. La anterior, “los vientos soplan”, no le llevaron como creía al Palacio Nacional en el 2016. Soplaron tan fuertes que lo exiliaron de sus responsabilidades como presidente del partido, el PLD, las que parece ahora haber reasumido con el entusiasmo que exhibe cuando escucha de cerca los aplausos.
El señor Fernández promovió con éxito una nueva Constitución para asegurarse la perpetuación de su carrera presidencial, que expiraba en el 2012, dado que la anterior limitaba la presidencia a dos periodos consecutivos sin ninguna posibilidad de retorno al cargo. Y al prohibir en ella la reelección de un mandatario en ejercicio, despojaba a su sucesor de la oportunidad que él había tenido de reelegirse, para un tercer mandato, dos en línea, permitiéndose a sí mismo un regreso que él entendía seguro en base a la sobrevaloración que tiene de su persona. Todos recuerdan su pretexto para no sentarse a una mesa de diálogo: sus rivales no conceptualizan. Su salida del poder, no la de su partido, y su pretensión de que con ello se le ha despojado de algo que le pertenecía es la causa de los problemas en el PLD, y no otras.
En el 2011, mientras corría por la candidatura que su propia Constitución le prohibía, dijo en un encuentro arreglado con la prensa en el Palacio: “Al fin y al cabo, el tema de la permanencia o no de un presidente, de un jefe de Estado frente a su país, es un tema de expresión de soberanía nacional. En última instancia la palabra la tiene el pueblo”.
Cuando le tocó cuatro años más tarde honrar su frase, no supo serle fiel a sus palabras y ahora, con su afán de un regreso imposible, corre el riesgo de otra penosa auto infidelidad. ¿Quién puede crearle a un político que se desdice?