Después de deslumbrarnos con su magistral panorámica Homo Sapiens: Breve Historia de la Humanidad, el famoso historiador israelí Yoval Noah Harari nos provoca con la secuela Homo Deus, una visión iconoclasta del futuro que estremece los actuales dogmas, paradigmas y cosmovisiones.
La nueva agenda de la humanidad visualizada por Harari, cifrada en la conquista de la muerte, la felicidad y la divinidad, parece una gran “arrogancia tecnológica”. Pero un viaje a la luna era igualmente improbable hace 80 anos. De hecho si damos cabida a la creencia de algunos científicos de que nuestro planeta fue visitado por “alienígenas ancestrales” que impusieron las pirámides en varios puntos del globo terráqueo, un viaje a la Luna pudo haber sido más posible para aquellas civilizaciones que, hace miles de años, desarrollaron esas estructuras. Independientemente de lo asombroso y desconcertante que pueda parecernos, la visión del futuro de Harari debe explorarse si solo para poder abrigar la esperanza de “un mañana esplendoroso.”
El mismo Harari admite que sus predicciones no serían necesariamente inexorables. El futuro que somos proclives a avizorar “es un futuro del pasado, es decir, un futuro basado en las ideas y esperanzas que han dominado el mundo durante los últimos trescientos años. El futuro real, es decir, un futuro generado por las nuevas ideas y esperanzas del siglo XXI, podría ser completamente diferente.” Pero aunque las cosas no serían exactamente como Harari las predice, desestimar sus prospectivas sin haber profundizado en ellas refleja un miedo similar al de los hombres de las cavernas frente a los truenos y relámpagos.
Ese miedo a lo desconocido dio lugar a las creencias y los dioses animistas de esas tempranas etapas de la evolución humana, mientras el temor a la muerte y a lo que viene después de ella prohijó las religiones que actualmente dominan el mundo de los creyentes. En consecuencia, no ponderar los argumentos de Harari que explican cada una de sus atrevidos pronósticos resulta del mismo aferramiento a los temores atávicos y las viejas certezas. Rechazar lo que no se conoce porque sacude los cimientos de nuestras creencias es lo mismo que acoger aquella sentencia de Lilís: “No me muevan los altares porque se me caen los santos.”
Las reflexiones de Harari, por supuesto, están enraizadas en su formidable conocimiento y perspectiva de la historia de la humanidad. Su percepción de la historia parece copiada de “La Estructura de las Revoluciones Científicas” de Thomas Kuhn: “La gente teje una red de sentido, cree en ella con todo su corazón, pero más pronto o más tarde la red se desenmaraña, y cuando miramos atrás, no podemos entender como nadie pudo haberla tomado en serio. En retrospectiva, ir a las cruzadas con la esperanza de alcanzar el paraíso parece una locura total. En retrospectiva, la Guerra Fría parece una locura todavía mayor. ¿Cómo es posible que hace treinta años la gente estuviera dispuesta a arriesgarse a sufrir un holocausto nuclear por creer en un paraíso comunista? Dentro de cien años, nuestra creencia en la democracia y en los derechos humanos quizá le parezca igualmente incomprensible a nuestros descendientes.”
Harari dedica una gran parte del libro a repasar la evolución de las creencias de la humanidad para mostrar cómo se pasaba de un paradigma de creencias a otro. Después de explicar el origen y evolución de las diferentes religiones, Harari explica la secuela del modernismo tiene como mantra el crecimiento económico para lograr la felicidad. De ahí salta a postular que el humanismo liberal, aquel que basa su sistema ético-moral en los sentimientos y el libre albedrio, arropa hoy día el occidente. Ya no se apela a la autoridad de los libros sagrados para definir la moralidad sino que lo que piensa y siente el ser humano es lo que la define. El humanismo socialista, en cambio, postula que lo importante no es el sentimiento individual sino el colectivo. La historia reciente ha discurrido entre un paradigma de creencias y el otro.
Harari señala: “Puesto que hace tiempo que el humanismo ha sacralizado la vida, las emociones y los deseos de los seres humanos, no resulta sorprendente que una civilización humanista quiera maximizar la duración de la vida humana, la felicidad humana y el poder humano.” Un buen ejemplo de esa cruzada es Calico, la empresa de biotecnología de Google que estudia los mecanismos del envejecimiento para buscar una forma de detener –o al menos relentizar—este proceso (https://www.calicolabs.com/). Google está invirtiendo miles de millones de dólares en las investigaciones correspondientes. “La misión de Calico (un acrónimo en inglés para California Life Company) es entender mejor este proceso de deterioro de nuestras células y desarrollar mecanismos para detener, ralentizar y -¿por qué no?- retroceder este fenómeno que nos lleva inevitablemente a la muerte.”
Cynthia Kenyon, la vicepresidente de Calico, descubrió que quitándole un gen a un gusano que regularmente vivía por no más de un par de semanas se conseguía duplicarle la vida. Eso la llevo a pensar que si con cambiar un gen se podía ralentizar el envejecimiento en un animal también podría existir ese mismo mecanismo en los humanos. "Hay muchas razones para pensar que hay algo que puedes hacer por las personas, porque los humanos tienen la misma maquinaria en sus cuerpos, la misma maquinaria molecular que los animales", señala Kenyon. "Así que si puedes cambiarlo en animales -y así extender sus vidas- es posible que lo puedas hacer en humanos". "Sin embargo, hay animales que viven por cientos de años y ellos no van a la ópera, no manejan computadores, no son tan inteligentes como nosotros, pero tienen el mismo tipo de neuronas, células de la piel y músculos que son muy parecidos a los nuestros y ellos envejecen más lento". "Así que pienso que hay una razón para ser optimistas". (https://www.bbc.com/mundo/noticias-43489831)
Sorprende que, después de provocar al lector con la tesis de la nueva agenda de la humanidad, Harari termine su libro con el ominoso pronóstico de que en realidad no sabremos cómo será el mundo del 2050 porque no podemos visualizar las nuevas ideas que lo forjaran. Las tecnologías posthumanistas podrían dar al traste con la agenda esbozada anteriormente. Con la capacidad que ya tienen las máquinas para acumular datos y para aprender de sus operaciones es posible que lo que Harari llama el “dataismo” imponga situaciones que ya no dependerán de las viejas concepciones liberales sobre el libre albedrio. “En el siglo XXI, los sentimientos ya no son los mejores algoritmos del mundo. Estamos desarrollando algoritmos superiores que utilizan una potencia de computación sin precedentes y bases de datos gigantescas. Los algoritmos de Google y Facebook no solo saben exactamente como nos sentimos, sino también un millón de datos más sobre nosotros que ni siquiera sospechamos. En consecuencia, debemos dejar de escuchar a nuestros sentimientos y, en cambio, empezar a escuchar a estos algoritmos externos.” Y para eso será indispensable embeberse las nuevas tecnologías digitales.
Mientras, lo seguro es que nuestra capacidad de predecir el futuro dependerá en gran medida del acervo de información y conocimiento de que dispongamos. En nuestro país ya hay casi 10 millones de teléfonos móviles –de los cuales un 70% son inteligentes—y casi 7 millones de cuentas de internet, además de unos 120 centros tecnológicos comunitarios y el Programa Republica Digital que promete cerrar la brecha digital con la alfabetización digital de todos los escolares. A medida que la penetración de las tecnologías de la información y la comunicación crezca, el conocimiento y la información crecerán exponencialmente y la gente podrá reducir los temores frente a lo desconocido. De ahí que las elucubraciones de Harari cobrarán mayor credibilidad paulatinamente en la población. Leer Homo Deus es una asignatura pendiente que ensanchará inmensamente los horizontes de cualquier lector, por más escéptico que sea.