Desde el inicio de la era cristiana, el cristianismo separó en su calendario litúrgico los ciclos que nos recuerdan el paso de Jesus, por esta historia. Y desde el mes de febrero o marzo,  aproximándose, se ha seleccionado el tiempo en que se recuerdan el paso del pueblo de Israel por el desierto (Josué 5:6), y  los cuarenta días de Jesus por el desierto (Mateo 4, 1-11). Todo este recorrido culmina el domingo de ramos, dando lugar  a  la semana santo o semana mayor, donde se abre paso a uno de los principales fundamentos de la religión cristiana, la Pascua.

La semana santa, tiene muchos momentos,  sin embargo, es con el triduo pascual, los días: jueves, viernes y sábado, donde se van dando una serie de actos concatenados como: la santa cena, el lavado de los pies y la exposición del santísimo en los llamados monumentos, el vía crucis y  el beso de la cruz,  el día del silencio o reposo y luego  la vigilia pascual,  todo esto, comprende la pasión, muerte y resurrección del Señor. Es en este último acontecimiento en el que nos vamos a detener en esta reflexión, sabiendo que todo lo anterior forma parte.

La resurrección tiene rostro de mujer (Jn 20, 1-9)

El primer día de la semana, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena va al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro” (V. 20, 1).  Es una mujer, la primera que se dispone a ir donde ella sabe que habían puesto el cuerpo de su maestro. El primer día de la semana para el pueblo de Israel, es el domingo, y es ese  día en que sucede este acontecimiento que va a dividir la historia de la humanidad en dos momentos antes y después de Jesus.

Es María Magdalena, quien toma la iniciativa, ella pone en acción, o más bien, concretiza con su propia persona lo que ya había dicho Jesús, que al tercer día iba a resucitar (V.20,9). Es esta mujer, la que da la voz de alerta a los hombres, y ellos salen a buscar y a comprobar lo que ella le dijo, “Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”(V.20,2b). En su trayectoria histórica, Jesús reivindicó el lugar de las mujeres, las posicionó en el centro, sacándolas de la exclusión histórica en las que habían  vivido,  fruto de una sociedad patriarcal y machista. Y es María Magdalena, una de estas mujeres, a quien le correspondió ser la primera vocera de la resurrección del Maestro.

La figura de María Magdalena nos mueve a una profunda revisión sobre algunos aspectos: la presencia de la vida y su defensa, la integración de hombres y mujeres en esta vida plena, la participación de las mujeres en los proyectos que impactan una mejor vida, la valoración de la mujer como un ser integrador de relaciones, la participación de las mujeres en diferentes comunidades, cristianas y no, que aportan para el bien de la humanidad, y concretamente, el llevar a cabo todas las cosas que generan una mejor convivencia y una mejor integridad.

La resurrección con rostro femenino hacia dónde nos lleva?

Leer la resurrección desde esta clave:

Nos mueve hacia la vida sin compromisos con los poderes que la oprimen y la paralizan.

A encontrar estrategias de articulación entre hombres y mujeres en busca de una vida plena.

A hacer el camino en un  mismo sentido, el camino de la vida, del amor, de la verdad y la justicia.

Nos mueve a vincularnos con la memoria histórica, como fuente de conexión con las raíces de la vida para no olvidar.

Nos lleva hacia el punto donde la vida cobra fuerza y sentido, donde ningún poder puede aplastarla, dañarla o desaparecer su esencia.

Mirar la resurrección en clave femenina nos invita a cuestionar las instituciones que no reconocen un espacio para que la mujer tenga igual dignidad y justicia relacional con los hombres.

A trabajar para que la vida no  sea apagada por ninguna ideología, ningún poder temporal que en busca de riquezas la ponga en juego.

Esta clave nos mueve a tener vida en abundancia (Jn, 10,10).