La noticia de guerra y/o crisis política, tiene un fuerte componente de medias verdades. Estas son acomodadas de un modo coherente o lógico en apariencia para que propicien interpretaciones, conversaciones informales, editoriales, entrevistas, comentarios de especialistas y, sobre todo, que tengan un efecto de hiper información ambigua. 

La vida contemporánea está preñada de este modus operandi. Nada puede ser más perverso que la repercusión difusa, errática y dispersiva de los hechos que norman la existencia presente. 

Somos testimonios no apenas de la acción, sino también de la manera como esto se construye. Es una mecánica que convierte cualquier hecho real en verdades parciales o medias verdades que termina por sobreponerse sobre la propia realidad. 

En este sentido, se crea un problema ético: la noticia del hecho en cuestión deja de ser procesada como información para ser manejada como estrategia y al mismo tiempo como producto cultural para ser consumido sin entrar en discusión.    

También trae un problema de conducta pues hay mayor inclinación por el desprecio que por el reconocimiento. El desprecio es un arma para convencer y asediar. Quedamos dóciles ante esas media verdades, seducidos por esas fullerías. Y esto prueba que Joseph Goebbels estaba en lo cierto con el uso de la mentira. 

En el plano nacional, la gran maldad está en inseminar el imaginario colectivo con la idea de que vivimos en libertad y progreso dándonos la potestad de poder comprar una tv de pantalla plata, de poder comprar un carro nuevo, por ejemplo. En verdad existe progreso cuando existen cuestiones básicas como buena educación, o la inexistencia de cólera, de no morir de diarrea, de fiebre, dengue o leptospirosis… enfermedades que vienen de la inmundicia.