Es bien conocida la recurrente frasecilla que suele brotar cuando alguien –digamos que un articulista preocupado —suelta un par de ideas sobre cómo deberían hacerse las cosas para –pongamos de nuevo un caso—superar el actual estado de cosas y tener un buen desempeño electoral. La frase: “Del dicho al hecho…”.
Hay mucho trecho, es cierto. Uno dice cosas que, primero, tal vez no correspondan a la verdad, y, segundo, en caso de ser válidas, son solo palabras. En un pasado artículo quien escribe instó a las fuerzas de oposición, en especial a los sectores progresistas, a arreglárselas para marcar diferencia sustancial con lo que tiene y hace, si es que quiere algo más gritos de lamentos en las próximas, así llamadas, elecciones generales del país.
Partía de una cierta apreciación sobre la naturaleza del poder que ejerce el actual partido de gobierno: se funda, creo, en el control sin apenas mediación. Que dicho control concurra con elementos de hegemonía no es lo que se niega; es solo que no depende de esto. El manejo de los poderes formales del Estado (Judicial, Legislativo, Contraloría, Electoral) sin señas de escrúpulos y de límites y como simples correas de transmisión del Ejecutivo es ya casi la definición de poder absoluto (ese que, según dicen, corrompe absolutamente). Pero si se agrega que ese poder se ejerce sin que aparezca en el ambiente ningún elemento disuasivo o de freno y que el grupo que lo detenta está aferrado a él como fiera a su presa, entonces la idea de poder absoluto ya no deja dudas. (Lo de la corrupción absoluta, por lo pronto, en el país aflora con claridad).
Sería insensato negar que, con todo esto a su favor pero también por otros factores que pudiéramos llamar meritorios, el PLD es un partido con niveles importantes de adherentes. Y aspirar a su derrota electoral y política debe incluir, obviamente, como elemento central (junto a otros), su superación numérica. Pero no cualquier superación, sino una muy clara y muy aplastante…
Para la oposición dominicana, este reto va unido a otro: entender que debe representar lo claro y distinto en relación a quienes gobiernan. Hay que estar dispuesto a abandonar un cierto conservadurismo que incluye lo ideológico y que impide todo atrevimiento y todo espíritu de ruptura. Que un proyecto y un líder proclamen reiteradamente su disposición a impedir y castigar la corrupción no hace aquí y ahora diferencia alguna. Después de todo, nadie ha dejado nunca de decir exactamente lo mismo…
Espíritu de ruptura significa aquí, centralmente, disposición para armar una propuesta suficientemente atractiva y creíble y lo suficientemente fuera de la lógica del actual gobierno, al punto de que la gente perciba claramente que éste no está en condiciones de asumirla.
Las posibilidades de la oposición política deberían estar cifradas en su capacidad para organizar, movilizar, crear expectativas en la población. Es más que nada la creación y ensanchamiento permanente de un estado de conciencia.
Y esto tendría que ocurrir antes y fuera de la lógica de campaña intensa del gobierno y partido de gobierno. PUES ES OBVIO QUE EN LA CAPACIDAD DE OFRECER Y HASTA DE COMENZAR A HACER, LA VENTAJA APLASTANTE LA TIENE EL PARTIDO-GOBIERNO. Queda como principal valladar la posibilidad de crear en la población capacidad de resistencia ante una campaña gubernamental dirigida a marear, aturdir y a comprar votantes.
Es escandalosamente cierto que la superación numérica, aun si lo revelaran las encuestas –¿cuáles, financiadas por quién?–, no es dato suficiente para vencer al PLD-gobierno. Lo que ocurre dentro y fuera de la Junta, dentro y fuera de los colegios, dentro y fuera de la Ley es más o menos sabido.
¡Así que hay un problema institucional y vacíos legales!, clamarán algunos. Innegable: se violan las leyes y los proyectos sobre Ley Electoral y de Partidos no acaban de hacerse realidad (no acaba el PLD-gobierno de dejarlos ser leyes). Pero ¡pobre de una oposición que llegue a creer que la Ley viene sin su trampa! Y que la fiebre está en la sábana. En el país las leyes se hacen para ser violadas… contra quienes no pueden evitarlo. La lucha electoral incluye la lucha por las mejores leyes y por su cumplimiento, pero la regla vital de la selva política dominicana es la regla del palo dado que ni Dios lo quita. O la del hecho consumado. Y adivinen quién aplica elecciones tras elecciones semejante regla, con todo éxito… (La cereza al biscocho la pone la jauría de comunicadores).
Hay que superar toda ingenuidad legalista y liberal, de esas que producen pesadillas electorales cada 4 años. Hay muchos y variados factores en juego para aspirar ganarle unas elecciones al PLD-gobierno, junto a las legales e institucionales. Hay que ponerlas todas en tensión. Pero no hay clave que valga sin asegurarse de construir una mayoría consistente y fuera de duda.